Recuerdo infantil: “¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?”, preguntaba un grandulón. Respuesta: “¡Por supuesto!”. Y el chistoso: “Yo no te dije ‘por supuesto’; yo te pregunté si querías que te contara...”. Así, hasta la exasperación.
Es lo que está pasando con la discusión aborigen a propósito del tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. En particular, quiero referirme al trabajo de Gustavo Grobocopatel (PáginaI12, 12/07/19). Para dar “riqueza a la conversación”, como aconseja el respetuoso articulista.
Copiosa en zócalos televisivos, la argentinidad ha viajado desde la banalidad refundadora (“acuerdo histórico”) al enredo de la Comedia del Arte italiana (“acuerdo trágico”). De punta a punta, al palo. Dialéctica de la totalización. En primer lugar, el rimbombante “Acuerdo histórico” es apenas un arreglo. Un “bebé”. Ni acuerdo, ni histórico, ni mucho menos de “Asociación Estratégica”. Las fuentes sobre el contenido de las negociaciones provienen de la Unión Europea, que pone en relieve los logros obtenidos por dicho bloque (Jorge Argüello los llama “trascendidos”). Opacidad local, turbio fondeadero donde vamos a recalar. Las frases autóctonas más sonoras provinieron del sector patronal: “los empresarios del exterior hacen cuentas” (Ratazzi); “hay que dejar que algunos sectores desaparezcan” (Grobocopatel); con el añadido de una expresión notable: “no habíamos calculado que bajar la inflación era algo jodido” (Ratazzi recargado). O sea, desde fuentes concentradas y desde el punto de vista ciudadano, minoritarias. Una expresión “democrática” supone un sistema de relación de una comunidad basado en la participación de sus miembros. Si los interesados no participan, se enteran de oídas. Nadie lo ha expresado mejor que la Embajadora de la UE en Argentina, Aude Maio-Coliche: para nosotros “el mayor beneficio (que obtendremos) será la baja de precios de los productos importados”. Alguien le deberá explicar que el problema perentorio de los argentinos no es de falta de oferta de ultramarinos, sino de dinero en los bolsillos. Acaso sirva Tita Merello: “¿Donde hay un mango, viejo Gomez?”. Mientras tanto, Ford y VW dejaron de producir autos en Pacheco (en febrero y abril respectivamente), y desde 2022 sólo Ford fabricará una pick up. Compre argentino. Seguidamente, están los tiempos. La Unión Europea espera que en 2020 los gobiernos sudamericanos y el Consejo de la UE firmen el acuerdo; desde entonces, se podría autorizar la aplicación provisional del Tratado. Luego, habría que obtener la ratificación parlamentaria de cada país de la Unión: la suma de los ratificantes deberá ser de 16 sobre 25. La conclusión formal y la entrada en vigor definitiva quedaría para el 2025. Por ahora, suponemos que nuestro país está inmerso en negociaciones técnico burocráticas (legal scrubbing). Mal pretexto el “Acuerdo histórico”, entonces, para forzar una reforma fiscal ¡ya! De regreso al superealista sector patronal concentrado, es claro que en el exterior hacen cuentas, y uno de los primeros fue un gobierno (no un dueño), el francés. La portavoz Sibeth Ndiaye declaró: “en función de (los) detalles, decidiremos. Por el momento, Francia no está lista para ratificar el tratado”. A continuación exigió que extendiéramos garantías, como ya sucedió con Canadá (el CETA). “El cuento de la buena pipa”, en Francia, no se consigue. No puede pasarse por alto que mientras Argentina navega intrépidamente hacia el comercio libérrimo, Carlos Heller recordó que desde la crisis del 2008 a la fecha, los países han tomado 6720 medidas proteccionistas y sólo 2414 de liberalización. El primer puesto en “la carrera barrerística” es Estados Unidos. Los 28 países de la UE, en conjunto, se anotaron con 3696. Pareciera un destino amarillo llegar tarde adonde nunca pasa nada. Respecto de los dinosaurios que van a desaparecer, algunos matices. Una cosa es la obsolescencia (la cadena de montaje taylorista-fordiana), y otra es someter a unidades productivas adecuadas a un país y en un momento, a disputar con ofertas provenientes de sistemas a los que los Estados han protegido. No se trata –como dice Grobocopatel– de estar entretenidos en hablar de “campo versus industria”, sino de “ecosistemas” para crear empleo y valor, aunque no en cualquier parte: en Argentina. Con la mesa tan inclinada: ¿quién puede pensar que los esponsales serán felices? En cuanto a la inflación, es necesario aceptar que no es únicamente un fenómeno de sobrante monetario; como el diagnóstico es incompleto, el abordaje será insatisfactorio. O sea, “jodido”, para retomar el brutalismo patronal no arquitectónico. La falta de credibilidad de la autoridad monetaria, los ataques de nervios de los formadores de precios, las tasas de interés que contienen al dólar retrasándolo, los aumentos de las tarifas, la calidad de vida declinante de cada vez mayor de cantidad de argentinos, la cultura de la salvación individual, todos esos factores –y varios más tienen cosas para decir al respecto. La Constitución Nacional, también (cierto artículo 14 bis). Un caso concreto –entre centenares– de por qué el arreglo no es Tratado ni la Asociación es Estratégica: la pesca y la industria naval. Según César Lerena, a la luz de las próximas renovaciones de las Cuotas y Autorizaciones de Captura, “...las empresas europeas podrían competir en un plano de igualdad con las empresas argentinas”. ¿De “igualdad”? Añade que el gobierno se ha desinteresado respecto de ocupar con buques argentinos la hidrovía, por lo cual el libre acceso de buques europeos profundizará la ausencia de ocupación argentina. Asimetrías entre ambos bloques; escasa integración y desarrollo del Mercosur; política de desindustrialización... Cantaría le hinchada si jugara Deportivo Asociaciones Estratégicas: “Y adónde están, que no se ven...”. Como aconseja Grobocopatel: no hay que pensar con inocencia en lo que viene. ¿Eso va a ser “trabajoso”, asambleario, tumultuario? Más trabajoso será lidiar con las consecuencias: asambleas y tumultos, pero en las calles, las plazas y la rutas. Cuando el pueblo agota su paciencia, suele hacer tronar el escarmiento. Y si no pensamos colectiva y participativamente: “¿Quieren que les cuente el cuento de la buena pipa?”. Ese cuento ya nos lo contaron.