¿Cuál es la novedad literaria del mes? ¡Un cómic!
El club de la pelea 2 (Reservoir Books) devuelve a Tyler Durden bajo la pluma de: ¿el "narrador"?, ¿Chuck Palahniuk?, ¿el lector? Así las cosas. No hay manera de negar entidad a este alter ego bestial. Y por las dudas, entre lo mucho y desenfrenado que esta secuela tiene, hay algo que le resulta esencial: los personajes trascienden autores y lectores. Mejor no dudar.
La acción se sitúa una década después. Y alguien que se llama Sebastian hace lo que puede con lo que le toca: matrimonio, hijo, empleo, etc. La abulia lo carcome y la voz telefónica de aquél que sabe está por allí, cerca, metido dentro y a punto de estallar, le dice: "He vueeeeelto". Y no habrá medicamentos que lo frenen.
Si a Tyler Durden lo despertaron las páginas de un libro -publicado en 1996‑, con acento cinematográfico a perpetuidad -con la película de 1999‑, tocaba ahora el desafío a los cuadritos. La empresa la acometió la editorial Dark Horse, durante diez números publicados entre 2015 y 2016, junto al arte de Cameron Stewart. Todo compilado ahora en el libro que es novedad de Reservoir. Y hay que señalar que entre Palahniuk y Stewart la combustión funciona: el guión complejo, de capas narrativas yuxtapuestas y alteraciones temporales, encuentra en Stewart la calma precisa que orienta la lectura. Su figuración más bien clásica oficia como contrapunto a la explosión atronadora que el guionista planifica.
La dupla lo logra desde la autoconciencia y el cruce estético, a partir de vías expresivas distintas, con el lector como punto de encuentro. Es decir, en El club de la pelea 2 Palahniuk articula los recursos del cómic a la fuente literaria y la versión cinematográfica; porque no puede leerse este libro, entre otras cosas, sin la impresión definitiva del film dirigido por David Fincher. ¿Dónde están los rasgos de Edward Norton, Helena Bonham Carter, Brad Pitt? ¿Dónde aquellos otros detalles almacenados en las decenas de miles de cabezas lectoras de ese libro que no había sido un éxito editorial?
De tamaña alteración sólo podía surgir algo simbionte, mutante, malévolo. Más aún si todos estos lectores se ponen de acuerdo y deciden cómo solucionar el derrotero de la historia, porque así de dueños de lo que se narra se creen ellos. A fin de cuentas, ¿qué es Tyler Durden sino este efluvio de manotazos psicópatas, que encierra cada uno de los vigías que este libro/película de culto ha provocado? ¿Con que una segunda parte? ¡No te atrevas!
Palahniuk sabe esto y lo vuelve materia del relato. El cómic aparece como una herramienta perfecta para el experimento, de cara a esta construcción semántica plural que todo lector/espectador completa de maneras nunca unívocas. ¿Cómo reaccionar a lo que acá se narra? En primer término, permitiendo que Palahniuk se la pase en grande, como víctima de sí mismo. En una segunda instancia, siendo carcomidos por las garras de aquél que se dice liberador, mientras erige un club fantasmal de pulsiones desatadas, golpes y bombas terroristas. Pero ése tal vez no sea otro más que Palahniuk, disfrazado de Durden. O el mismo Durden, disfrazado de Palahniuk.
A despertar y a rebelarse. Contra todo. Que todo vuele por los aires y sean zarandeados los arrutinados, de una buena vez; que prevalezcan esos superhombres y mujeres del nuevo tiempo que alumbraron tanto la filosofía como los mismos cómics. (A ver, que no vaya a ser éste otro caso de confusión habitual, que ya no hace falta caer en la prédica neo‑nazi supuesta de este club de peleas que trata de otra(s) cosa(s). ¿De qué cosa(s)? Pues de puñetazos limpios, por ejemplo. De esos que exteriorizan lo reprimido y asoman como renacer. ¿Qué no? Bueno, entonces, a recordar el final de la película, con los edificios de las corporaciones cayendo uno por uno. ¿Y?).
La prosa de Palahniuk tiene un efecto de digestión rápida, con malestar permanente. Por ejemplo, y dado el caso, cuando en El club de la pelea 2 surja la primera de las palizas sin anestesia, bastará con hacer restallar en rojo la estampillita magnificada del pretérito Comics Code Authority. El lector está buscando esa catarsis y la va a encontrar, como también reencontrar en otros rostros, conjugados en una aliteración de gestos incorrectos que le devolverán, vía recuerdo ofuscado, a ese momento donde leyó aquel libro, donde vio esa película, para hacer resurgir desde las cenizas a aquél que todo lo puede: "He vueeeeelto".
Otra vez de visita a la neo‑mansión Bates, pero también a un castillo donde almacenar un plan mayor y hacer que todo se vaya al cuerno. Psiquiatra incluido. Puesto que si se trata de renacer, éste es el caso. Por eso y para eso, hay hijos. Uy, no vaya a ser que el demonio interno de Sebastian se externe y penetre en la ternura de aquel que hace poquito vino al mundo. "¿Por qué te disfrazas de mi padre?", le dice el pequeño a Sebastian. Y a no perder de vista a Marla, cuyo encuentro de puños con el marido pugna por hacer salir eso que todos retraen para guardar muy adentro, sepultado entre juegos de living y electrodomésticos. Una vez decidida, se irá también a la guerra y como turista.
Ya iniciada la pulsión destructora -otra película sobre el tema: El séptimo continente, de Michael Haneke‑, las pastillas dejarán de alucinar o acentuarán lo que disfrazan, para pasar a confundir pétalos de rosa con sangre. Por estos derroteros transita el nuevo libro de Chuck Palahniuk. Y el resultado es bárbaro, porque redimensiona ese espacio que se denomina Club de la pelea, lo fusiona a otro medio de expresión, y toma venganza sobre lo que no pudo antes. Ejemplo: la famosa frase que Helena Bonham Carter no llegó a decir tras el encuentro sexual con Brad Pitt. ¿Cuál frase? Mejor leer el libro, y descubrir allí uno de los puntos nodales que alcanzan el clímax final. Que es de ternura, de ternura macabra.