¿Cómo y desde donde resistir en los contextos actuales neoconservadores? ¿Es posible resistir desde el arte? El hombre modesto, amable y octogenario que me espera en el hall de un hotel de microcentro es una figura mítica en Brasil, uno de los pensadores por excelencia dentro del panorama intelectual latinoamericano y una de las voces más lúcidas para poder responder estas preguntas.
Silviano Santiago viene de un Brasil gobernado por un Bolsonaro que supo expresar en su momento que es mejor tener un hijo muerto que un hijo puto y que habilita a los grupos más neoconservadores. Llega a la Argentina gobernada por Macri en donde tantos otros derechos aparecen amenazados, invitado para cerrar el III Simposio de la Sección de Estudios del Cono Sur (LASA) 2019, presentó su conferencia “Las inconveniencias del cuerpo como resistencia política”.
¿Cuál sería ese cuerpo de la resistencia política?
Solamente puede ofrecer resistencia política el cuerpo inconveniente. Para elaborar el concepto mi punto de partida es una situación muy precisa: la dictadura brasileña de los 60, y sobre todo 1968, cuando esa dictadura alcanzó su punto más alto y en que las resistencias aparecen prácticamente reprimidas. Se suele pensar a la “Bossa Nova” como movimiento por excelencia de resistencia cultural a la dictadura. Y no tanto. Mi idea es que hay que discutir los cánones clásicos de la resistencia política hechos por la historia y la sociología de la resistencia a la dictadura: pienso que la ideología o las letras de las canciones tienen menos importancia que las performances de los artistas. Y en este sentido el cuerpo que resiste no es el del cantante “Bossa Nova”.
¿Por qué?
Pensemos en una presentación típica de Joao Gilberto, reciente y tristemente fallecido, o de Vinicius de Moraes. Optemos por éste último. El poeta, letrista y cantor carioca acompañado de Toquinho aparece sentado y se mantiene todo el show con el cuerpo inmóvil y seductor delante del micrófono. En una mesa al lado, una botella de whisky con una copa. De vez en cuando, toma unos sorbos, un espectáculo casi respetable de las formas.
¿Y dónde encuentra usted un cuerpo inconveniente dentro de la música brasileña?
Un ejemplo concreto es una presentación de Caetano Veloso a principios de los 70 cuando regresa de Londres y se presenta como Carmen Miranda. El cantante raramente toma asiento. Permanece de pie mientras mueve el cuerpo como lo hacía ella. Otro ejemplo es el show del grupo “Secos e Molhados” frente a un Maracaná repleto en 1973 donde Ney Matogrosso interpreta “Sangue latino” con movimientos misteriosos, sensuales, andróginos e impredecibles. No quiero discutir la cuestión musical sino el cuerpo del cantante en escena.
¿Qué potencia tiene para usted esa inconveniencia?
La defino como lo que se opone a la noción de “decoro” que aparece ya defendido en la “Poética” de Aristóteles y también en el teatro clásico del siglo XVII francés que determinan en nombre de las buenas costumbres lo que el actor puede exhibir o no en escena. Lo importante es que esas reglas terminan refiriendo a una cuestión más amplia, las formas de la presentación social en general. Caetano o de Matogrosso son capaces de transmitir un modo de ser sin vergüenza y ante el público. En ambos está la cuestión sexual como forma de resistencia: moverse, comportarse como loca en sentido amplio y no como el sujeto normalizado. Porque salir del armario no es solo una cuestión gay: es una cuestión del negro, de las mujeres, de las minorías, de todos, aunque necesariamente suele implicar a las sexualidades porque implica comportamientos corporales.
¿Cómo definiría entonces “salir del clóset”?
Las formas de salir del armario son mucho más generales de lo que se piensa. Y es sencillamente no tener vergüenza de ser y estar en el mundo: de ser loca, de ser negra o negro, de ser travesti, de ser indígena, de ser diferente y mostrarse como tal.
¿Un espectáculo puede transformar la sociedad?
Las sociedades se transforman así, sin saberlo. Foucault muchas veces escribe que no hay necesidad de un saber o estar conscientes de las transformaciones, ellas devienen. Y se suceden de manera no prevista: a partir de espectáculos, de afectos, de amistades. En los ejemplos que señalé hay una mediación entre el público joven y el cantante que pasa a tener el valor de asumir su diferencia. Eso es lo que me interesa. No el cuerpo individual del cantante sino el cuerpo en término de colectividades. En ritmo y modo colectivo, la mayoría de los jóvenes brasileños comienza a salir de sus respectivos y propios armarios donde se guardan y encierran las múltiples formas de vergüenza de ser en público.
¿El arte puede hacer algo contra la desigualdad?
Estoy menos interesado en desigualdades –eso no quiere decir que no me interese la desigualdad- que en las diferencias. Porque las desigualdades en sociología, en ciencias sociales están muy analizadas y comprendidas pero no se comprende la formación del joven que cambia a partir de la asunción de una forma de comportamiento rebelde, no convencional y singular. El arte es una expresión colectiva y no individual. A la par de las performances de Caetano o Matogrosso surgen identidades colectivas juveniles que se expresan en vestimentas, en el afeitado desprolijo o en nuevos cortes de pelo que contrastan y critican la vida burguesa. Estoy hablando de formas de arte que se destacan por la inconveniencia en períodos dictatoriales. No quiero que se confunda la inconveniencia tan solo por la actitud o por ir en contra de las costumbres. Porque en un sentido, Bolsonaro también es inconveniente.
Claro, pero en sentido contrario.
No se comporta como un presidente respetuoso de la ley, de la Constitución ni de las formas ni en sus presentaciones ni en sus declaraciones públicas. Se pueden tomar muchos ejemplos. Pero un caso paradigmático es el reciente: al día siguiente de que el Tribunal Supremo de Justicia juzgó que la homofobia debía ser equiparada a un crimen de racismo, Bolsonaro declaró a un diario que quiere el próximo juez de la Corte Suprema sea un evangélico porque un juez evangélico no solo tomaría vistas en el proceso sino también se sentaría en el proceso y en base a fragmentos de la Biblia que condenan la homosexualidad no tomaría esa decisión. En este caso, para Bolsonaro, la Biblia tiene mayor peso que la Constitución.
¿Qué nuevos grupos de rock o artistas aparecen en este presente neoconservador que puedan dar cuenta de formas de resistencias?
Cuando yo hablo de las resistencias contra la dictadura en realidad estoy hablando de hoy, del presente. Yo no puedo inventar un artista. Mi trabajo es académico, tengo que poner eso en evidencia esas cuestiones para pensar y proponer formas de resistencia en la actualidad. Todos los grupos negros, por ejemplo de una manera o de otra, ponen en juego el cuerpo de manera inconveniente. Grupos de poesía, como el Slam que es un movimiento en el cual las personas recitan poesía en público y hay un concurso para ver cuál es el mejor. Siempre hay un concurso (risas). Pero son otras formas de presentación social. Actualmente las performances del cantante Jefferson Andrade. También cuando un indígena se presenta no solo con sus vestimentas tradicionales sino también en traje está siendo inconveniente.
¿Y en el mundo de la política?
Es allí donde más me interesa hacer el pasaje. Me interesa ver esas formas de resistencia para legitimar formas de resistencia estrictamente políticas. Es una cuestión de legitimación. Es el paso más arriesgado que hago. Se pasa del escenario artístico al otro escenario público que es el Congreso. En el Congreso, Marielle Franco y Jean Wyllys eran inconvenientes. Y por ello una de ellas es asesinada y el otro tiene que exiliarse. No parece casual que ambos tuviera un comportamiento sexual inconveniente: Marielle que se definía bisexual y Jean como gay. Ahí uno se percata del enlace entre lo público y lo privado y la cuestión sexual como cuestión política que en Brasil se está dando de una manera extraordinaria. Todo lo político aparece atravesado por la sexualidad.
¿En qué situaciones o aspectos ve reflejada esas afirmaciones?
Hay dos casos que me parecen paradigmáticos. Uno es el de David Miranda que es el sustituto de Jean Wyllys en el Congreso y que se casó con Glenn Greenwald, abogado norteamericano, periodista de “The Guardian” que es quien puso al ministro de justicia y ex juez Sergio Moro contra las cuerdas al hacer público las escuchas que ponen en evidencia el complot contra Lula. No está programado. Es una cuestión de afectos, de amistad. Uno está en contra de Bolsonaro en el congreso y el otro desde el periodismo. Greenwald tiene una estrategia espectacular que es distribuir los documentos que utiliza para varios periódicos. Entonces en el caso de que quieran criminalizarlo para censurarlo deben criminalizar y censurar a prácticamente toda la prensa. La Suprema Corte está dividida porque por un lado cree que el arte de jaquear es criminal pero por el otro son conversaciones muy precisas y sobre cuestiones criminales –la corrupción, la elaboración de procesos jurídicos. No es suficiente decir que son fake news o adulteradas, ahora Bolsonaro exige que Moro diga que nunca lo dijo.
Por otra parte, la compañera de Marielle, Monica Benicio, es una figura muy importante hoy en día. Hace poco afirmó ante los medios que “Marielle Franco encarnaba un cuerpo desechable para el poder en Brasil: de la favela, negra, lesbiana y pobre". Se habla más de sexualidad que de política o no se puede hablar de una cosa sin la otra. Lo que podríamos llamar la cuestión homosexual de la política nacional. Hay que también adentrarse en la vida privada de la gente. Y en esa vida privada que es pública. Y ese fenómeno es a mí entender post 1968.
¿Cuáles son los riesgos del cuerpo inconveniente?
En el caso de Marielle o de Jean queda claro. El otro riesgo es la institucionalización o comercialización de la diferencia. Suele suceder que la inconveniencia es comercializada. Desde el momento en que la inconveniencia es comercializada pierde el valor de la inconveniencia. La otra fiesta de las multinacionales que muchas veces las multinacionales financian pero se pronuncian en contra. En este sentido, en Nueva York hubo el último junio dos marchas del orgullo. Una que es la de siempre, la institucionalizada que ya no tiene más el sentido político emancipatorio porque fue asimilada por el mercado y otra marcha alternativa. La tradicional va del Village al Central Park. La otra va del Central Park al Village. Una es la tradicional y la otra muy tranquila, de mucha gente, pero ya sin los ritos institucionalizados de la otra. Con gente que bailaba y otra que no y otra que tenía otras actitudes festivas o no, en todo caso conductas no esperables ni previsibles.