PRIMEROS PASOS

Mantuvimos las conversaciones mientras Passolini salía de una gripe que lo envolvía en un olor a menta, entre el Vick Vap Poru y el té de jengibre que humeaba a su lado. Vestía un jogging, que usa para pintar y que hacía las veces de pijama, (no era muy elegante) pero justifica su aspecto diciendo que en La Patagonia, donde vive, se usa junto a un camperón para apaciguar el frío. “Como decía China Zorrilla, yo no me visto, me tapo”, me dice con una voz de color firme y pincelada graciosa.

Pintó una serie llamada “Si yo fuera dinero”. Lo que me llevó a preguntarle qué le hubiese gustado, si no hubiese sido persona y; como era de esperar, me respondió: “dinero”.

¿Por qué?

Me farrearía. Me dilapidaría. Me repartiría demagógicamente entre los que me necesitan. Me gustaría tener esa cualidad del dinero de ser autónomo.

¿Y otra cosa que te hubiera gustado ser?

Una lámpara de lava. Me parece que tiene una sensualidad y una elegancia en el moverse, lo que sucede adentro de ese tubo, que si tuviera que volver a recorrer este planeta lo haría a través de una lámpara de lava. Y si pudiera elegir la época, los años 70’s y aparecer en alguna película de Graciela Borges.

UN SEÑORITO ESPECIAL

De chico lo aburría jugar al fútbol y al rugbi, ensuciarse y reunirse con los compañeros del colegio de San Isidro donde estudiaba. Cuando se rateaba, junto a sus compañerxs, se escabullía en la biblioteca, donde leía “La vida de Leonardo Da Vinci” o paseaba por el Parque Lezama y desembocaba en el Museo Histórico Nacional o en el Bellas Artes. En los años 80s descubrió, caminando sin parar, las librerías de la Av. Corrientes. Cuando dijo en su casa que quería ser pintor, lo miraron como si hubiese dicho que quería ser un perro, una torta rogel o un astronauta. Estudió un año en la Pueyrredón y decidió ser, como escribió alguna vez “deformación autodidacta”.

Expuso en el Museo Provincial de Bellas Artes, en Centro Cultural Ricardo Rojas, en el MALBA, CCFK, y en galerías privadas. En una época frecuentó a Raúl Escari, con largos intercambios conversacionales. Fue el asistente de Víctor Grippo y ganó el Premio Fundación Octubre en el 2006, el segundo de ArteBA-Petrobras de Artes Visuales, entre otros.

En el 2008 montó una muestra “Señorito Rico”, un homenaje a Prilidiano Pueyrredón (1823-1870), donde a partir de una cita de Raúl Escari, Passolini trabajó la historia de un señorito rico que se desató a las pasiones de la carne. Fue el retrato de Manuelita Rosas, pintado por Prilidiano Pueyrredón que lo llevó a decir: “Recuerdo que los colores de ese cuadro me parecían comestibles, ya que los asociaba a gelatinas de sabores frutales y a unos caramelos traslúcidos de forma cónica y montados sobre unos palillos, llamados pirulínes. Establecí entonces que la carga erótica presente en su producción tenía la cualidad de “hacerme agua la boca”.

¿Por qué Prilidiano Pueyrredón?

Pueyrredón pintaba desnudas a sus sirvientas y se juntaba con algunos amigos a mirar pornografía. Un señor, Santiago Calzadilla, fue muy amigo de Pueyrredón, pero en sus memorias no lo nombra en ningún momento. A mí me pareció, como cosa de loca, imaginarme que podrían haber sido amantes, porque había más un despecho de ex amantes que de ex amigos. Este señor cuenta que lo vestían de mujer y que le enseñaban a bordar, y me sigue pareciendo muy raro que la historiografía no recoja ese dato.

¿Qué haces?

Básicamente trabajo con otros pintores. Revolver la historia del arte; con lo que voy encontrando cuestiono el pasado. Me valgo de cuadros pintados por otras personas. Se produce un cortocircuito de sentido, muchas veces utilizando el humor como herramienta principal.

Después trabajaste un cuadro fundacional de la pintura argentina: “La vuelta del malón” (1892), de Ángel della Valle, invirtiendo el género de los personajes…

Lo di vuelta en mi versión y las indias raptan a un hombre blanco. Ahí se nota que tengo una actitud queer, de peinar el canon cada vez que puedo. Igual, me siento en falta con mi colectivo LGBT. Provengo de una clase que fue escalando hasta media-alta, y además, siendo varón gay, cis, blanco, veía superfluo el orgullo de ser gay. Era tan necio que no entendía el resultado de la lucha de muchísima gente durante mucho tiempo. Creía que lo mío había sido una batalla solitaria. Que mi lugar me lo había ganado yo solito. Siempre supe que me gustaban los hombres. Nunca tuve que hacer un outing.

¿Cómo eras de chico?

Fui un pibe afeminado. No me gustaban los deportes. Me encantaba leer. Ver telenovelas. No me quedó otra que, aguantar la descalificación y el verdegueo; bueno, lo que todxs en mayor o menor medida hemos pasado en algún momento…

Tenes un sentido de humor raro… ¿no?

Eso me hizo ganar simpatías, porque contestaba rápido y convertía a los otros en el blanco de la broma; entonces no me embromaban a mí. Eludía el bullying sin recurrir a la violencia física, que me aterra. En esa trinchera de autodefensa hace aparición el arte, a eso de los 17 o 18 años. Ahí yo podía correr a mis anchas y dejé de ser “el puto” para ser el freak, el raro, el ausente, el que vaya unx a saber qué le pasa por esa cabeza…

ABRIENDO EL ARMARIO

En la época en que salí del clóset yo escuchaba a The Smiths y sentía complicidad con ellos. Creía que me cantaban a mí, que sabían exactamente lo que me pasaba; no me sucedía eso con las artes visuales. Sin embargo, con Broski Beat, que me sigue pareciendo jugadísimo y maravilloso, no me sucedía eso.

¿Y artistas plásticos te hicieron un guiño?

Con el arte contemporáneo te puedo decir: desde Mapplethorpe, Pierre et Gilles, Keith Haring, hasta Tom of Finland los veía copados, con una profunda admiración; pero no en complicidad con mi condición gay.

¿Por qué?

El lenguaje visual, por más que esté contando algo autobiográfico, es más universal y expansivo. Quizás porque la música y la literatura ya habían llenado esos casilleros, entonces no había espacio para eso.

EL LIBRO

“Rubito y Don Raúl” es un relato porno donde se filtra lo social. “Lo escribí a principios del 2000 y Gustavo López, de Ediciones Lux, lo publica primero en digital y ahora en papel. Ni sé por qué se lo mandé. Creo que él me había pedido un texto”.

¿En qué contexto lo escribiste?

Era una época donde empecé a visibilizar, con nombre y apellido, a gente que era discriminada en el boliche por su estrato social, por tomar el tren Sarmiento, por ir a bailar a Angel’s y en Bunker no los dejaban entrar. Ahí me empecé a dar cuenta que yo había vivido en una burbuja. También lo pensaba desde la carne: si un tipo estaba buenísimo ¡que me importaba si le gustaba la cumbia o Chemical Brohthers! Por otro lado, siempre me divertí más con gente que no tiene la obligación de aparentar. La gente de laburo no tiene tan presente el qué dirán; se rigen más por un código de honor, por ser laburantes, respetuosos. Por eso los personajes de mis relatos están preocupadísimos por ser honestos; es algo que está muy presente.

La edición está ilustrada por vos…

Yo venía de hacer unos dibujos para el libro de Alberto Greco, otra gran loca, publicado por el Museo de Arte Moderno, y los dibujos estaban en sintonía.

Con la plástica: ¿te sentís limitado? ¿Escribiendo decís cosas que de otra forma no te saldrían?

No soy escritor. Lo que escribí fue en función de alguna muestra, y lo poco que tengo editado son textos sobre arte. “Rubito y Don Raúl” es un texto porno que sobrevivió por Gustavo López. No soy escritor porque es al revés, con la palabra escrita a mí no me alcanza. En cambio, con la imagen, soy un buen fabricante de caballo de Troya. Te dejo en un cuadro un combo de información, que quizás a primera vista no se percibe, y de repente todo eso explota. Esa diferencia entre escritura y plástica, quizás, se deba a que no hay mucho material para buscar, no hay un patrón en común entre estos dos mundos.

¿Pensás darle un giro a tu obra plástica y hacer cosas más explicitas, como lo haces en el libro?

Cada tanto pego un volantazo en el laburo. Ahora estoy generando otro lenguaje que tiene que ver con mis traslados geográficos, pero no sé si tiene que ver con querer ser más explícito o porno. Sí quiero decir otras cosas de una manera más rápida. Yo, con la palabra me quedo corto. Si escribo pija esa pija depende de las palabras que escribí antes y después. En cambio, si dibujo una pija, ya está, ya existe, ya cobra entidad; dura lo que dura: dura. Te das vuelta y no la ves más…, como la vida misma.