Un homenaje a la voz como cuerpo, así define María Cecilia Micetich su segundo libro de poesía, La intensidad de la Voz, publicado el año pasado en Buenos Aires por la editorial Huesos de Jibia, que también le publicó Una partitura (2015).

La Voz, con V mayúscula, suena en castellano rioplatense como el pronombre en segunda persona singular del poema amoroso y/o elegíaco. Todos los poemas del libro tienen ese tono mixto, entre la ternura y la despedida, como si ese cuerpo que "no es más que una voz" (como dijo el poeta Ovidio sobre la ninfa Eco enamorada) se hallara al filo de una ausencia que no es del otro sino estructural, hueco en sí.

Formada en dos escuelas de la Universidad Nacional de Rosario (Música y Letras), María Cecilia Micetich (Rosario, 1979) ha centrado sus estudios en la relación entre música y literatura. En este libro expresa su afectuosa gratitud hacia Elena Tardonato Faliere, con quien tradujo poesía del italiano y gracias a quien dice haber descubierto la musicalidad de aquel idioma. De su colaboración surgieron el libro bilingüe Esplendor en las sombras y un audiolibro que recorre la poética amorosa italiana desde el siglo XIV hasta hoy.

Micetich pertenece con Sonia Scarabelli y Concepción Bertone a un linaje local de poetas mujeres que cultivan un territorio no por conocido menos profundo. Hay en ella una no quebrantada fe moderna en la belleza y en el poder de la palabra para articular la emoción como sonido. Su lenguaje se acota a un léxico bruñido por la tradición, si bien deja entrar la extrañeza de palabras africanas no traducidas, términos de la tecnología contemporánea y algún color rioplatense.

"No sé si el motivo ordena el caos", escribe Micetich en alusión al "motivo" musical, la unidad de sentido. Su neoclasicismo viene de la música. El ritmo de sus versos compone cadencia y tempo: "Yo soy esta mujer que mira,/ alguien que escucha el espacio natural/ donde los ruidos ya no molestan", se define en "Circulación afectiva. Retrato".

O se describe con una bucólica metáfora: "Como antigua hilandera/ de tanto en tanto/ las palabras se me desprenden en ovillos". El poema "Esquina" estremece con la emoción trágica del tango, en un "taconeo" que se resuelve "Como en la coda de una canción": "te vas borrando de la luz/ sin ganas de adivinar ninguna aurora".