Estocolmo, 1965. La historia comienza con El Maestruli: un jovencísimo Raúl Parentella (tiempo más tarde, pianista del ciclo Hola Susana) tocando en una suerte de café concert. Alentados por la camaradería y la aventura, un puñado de músicos locales se acercó a su piano. El Maestruli ofició de intermediario y, unos días después, estaban a bordo de un barco: tocando como número estable y con la promesa de un trabajo en la Argentina. Los suecos arribaron a Buenos Aires el 22 de diciembre de 1965 y, en solo unas horas, vieron como su sueño se evaporaba en el aire del Río de la Plata. El temple nórdico y la juventud sesentista les evitó el pánico, pero un rato después estaban celebrando la Navidad a doce mil de kilómetros de casa: sin trabajo y sin hablar una sola palabra de español. Todavía no existía S.O.S. pero vaya si necesitaban ayuda.
Pronto comenzaron a vivir una doble vida. Por un lado, se pusieron en contacto con el productor José Ángel Rota para grabar en EMI Odeón como el Con’s Combo: la contrapartida sueca de los Shakers. Por el otro, se metieron de cabeza en el circuito jazzístico argentino. “Ya en el segundo día en Buenos Aires empecé a preguntar dónde había un club de jazz –dice Bo Gathu, bajista de la banda-. Me mandaron a uno que se llamaba Speaking y quedaba en la prolongación de Carlos Pellegrini. Ahí me encontré con Gustavo (Bergalli), con Norberto Machline, con el Negro González. Había gente que tocaba muy bien”.

Después de varios discos y hasta un cameo en El Extraño de Pelo Largo, el Con’s Combo se separó y sus integrantes quedaron librados a su suerte. La versatilidad de Gathu le permitió unirse a la Conexión Nº 5 de Carlos Bisso, tocar en el ensamble de Rodolfo Alchourrón y acompañar a diversos cantantes como músico estable de televisión. Claro que, a pesar de la agenda apretada, siempre quedaba espacio para tocar jazz con sus compañeros en clubes como África. “Era un boliche buenísimo en el subsuelo del Hotel Alvear –recuerda el baterista Luis Cerávolo-. Una vez fui y estaba tocando un cuarteto con Owe Monk, Bo Gathu y Conny Söderlund. El baterista era Osvaldito López. Yo lo conocía a Osvaldo, así que ahí entré en contacto con Bo. En otra oportunidad toqué la batería con ellos y nos empezamos a tratar. Te imaginás que tocar con Bo era algo increíble: era como tocar jazz con un yanqui. Al principio me daba un poco de miedo, pero nos hicimos amigos muy rápidamente. De hecho, como yo vivía en Castelar, a veces me quedaba a dormir en el departamento que Bo tenía sobre Viamonte”.

A mediados de 1972, Bo Gathu, Luis y su hermano Héctor (eximio tecladista) comenzaron a reunirse en Castelar. Aunque pasaban buena parte del tiempo zapando, poco a poco fue tomando forma el proyecto de Sonido Original del Sur. “Bo quería hacer un grupo de música internacional y viajar por el mundo –apunta Luis-. Esa fue la idea original: una cosa tipo Sergio Mendes, con dos cantantes mujeres. Lo integramos a Conny y también a Gustavo Bergalli. Ahí empezaron los primeros ensayos, con una cantante muy buena que se llamaba Graciela Gaviati. Después lo llamamos a ‘Finito’ Bingert, que se mudó desde Uruguay con su mujer y su hijito. Valía la pena el esfuerzo porque ya teníamos planes de trabajo: eventos, boliches y una propuesta para tocar en el Sheraton”.
Establecidos como septeto, los S.O.S. diseñaron su propio vestuario (sacos, chalecos y camisas en distintas tonalidades de rojo) y amasaron un repertorio que incluía desde temas de Stevie Wonder y Carole King hasta algo de bossa nova, pasando por standards de soul y algunos arrebatos de James Brown. Hicieron una temporada en Punta del Este y, de regreso en Buenos Aires, Graciela anunció su alejamiento. El grupo, que ya había debutado como número estable del Golden Horn del Sheraton, tropezó con su primera urgencia. "Finito" Bingert levantó la mano. Tenía una buena idea.

PÁJARO AFRICANO

“Acá en nuestra zona y después del Gato Barbieri, ‘Finito’ Bingert es el mejor saxofonista que vi en mi vida –dice Ruben Rada-. Se ve que ‘Finito’ les habló de mí y yo justo había dejado Tótem y otro grupo de rock que se llamaba Gula Matari. Querían que fuera el cantante de este grupo de música para fiestas que tenía trabajo en el Sheraton. Covers en inglés, en francés, en italiano, bossa nova. Yo no sabía nada de nada, pero podía aprender las canciones por fonética. Así que me mudé a Buenos Aires. Vivía en el Hotel Florencia, en Florida y Tucumán. Abría la ducha y me bañaba desde el cuarto. Una pobreza total”.
Las condiciones no afectaron el prestigio del grupo, que se expandió desde el Sheraton hacia el circuito del jazz local. Así, mientras S.O.S. ganaba millas y millas de conciertos y ensayos, comenzó a acercarse un público menos casual como Fats Fernández y una promisoria cantante de soul llamada María Cristina Lancelotti. Más y mejor conocida, tiempo más tarde, como Valeria Lynch. Su fan más célebre, sin embargo, había nacido en Gales.

En abril de 1974, Tom Jones ofreció dos funciones en el teatro Gran Rex, dos en el Teatro Broadway y una mucho más exclusiva en el Sheraton. El cantante, que estaba alojado en el hotel con buena parte de su crew, bajó a tomar una copa en el Golden Horn y se encontró con S.O.S. abordando una versión de “Delillah”. “El tipo quedó encantadísimo –recuerda Rada-. Tal es así que me llamaron para charlar porque me querían llevar a Inglaterra. Les dije que no. Los muchachos se habían jugado la vida por mí y yo tenía la vanidad de que íbamos a convertirnos en un éxito. Donde tocábamos, arrasábamos. Éramos un infierno. Además, estábamos empezando a hacer nuestra propia música. Yo me puse a componer especialmente para la banda y me sentía muy inspirado: componía en el baño, debajo de un árbol, donde sea. Después me tomaba un tren a Castelar y me quedaba hasta las siete de la mañana con Héctor Cerávolo, que fue mi parceiro”.

El sistema funcionaba. En estado de gracia, Rada canturreaba la melodía y las partes de un tema como “Amigo mío no sufras tanto” y el tecladista traducía armónicamente sus ideas. Sumado a los aportes autorales de “Finito” Bingert, el resultado era un repertorio inflamable: fresco y cargado de potencia intuitiva, pero con una altísima sofisticación. Candombe (“Pájaro africano”), soul (“Sin salida”), chacarera (“La chaca”), blaxplotaition (“Tiempo, confío en vos”), huayno (“Llévele este pollo al maistro”), en un abanico estilístico que, de la misma manera que la cola multicolor de un pavo real, quedaba unificado por los arreglos y el toque del ensamble. Como El Perseguidor de Cortázar, esa música se estaba tocando mañana.

EL PUNTO MÁS CLARO

Aunque no tenían contrato discográfico, los S.O.S. consiguieron la inversión de dos empresarios ajenos al mundo de la música y decidieron grabar su disco. En enero de 1974 se metieron en los estudios ION con dos técnicos experimentados como Osvaldo Acedo y Carlos Piriz y comenzaron las sesiones. En el camino perdieron a Conny Söderlund, pero el proceso no ofreció mayor dificultad. Todo estaba escrito y ensayado al milímetro.
A partir de entonces, fueron dos grupos en uno. Por un lado, la banda inclasificable que se presentaba en Arrimate (el programa de Leo Rivas en Canal 7), recibía el rechazo de los grandes sellos y se veía obligada a comprar su propio master a los inversores. Por el otro, el ensamble de sacos rojos que animaba las tertulias del Sheraton y era el modus vivendi para seis familias. Con ese horizonte incierto, un trabajo de tres mil dólares per capita no era nada desdeñable.

El 28 de diciembre de 1974, los S.O.S. se embarcaron en un crucero junto a otra veintena de artistas para recorrer seis veces consecutivas el camino desde Ushuaia a las Islas Malvinas y la Antártida. El periplo fue épico, humorístico, patético e inspirador. En cualquier orden posible. Por allí quedaron las fotografías de Rada con su anorak anaranjado y el grupo a pleno en un teatro de Puerto Stanley. “La pasábamos maravillosamente bien, excepto Gustavo Bergalli que siempre se descomponía –dice Rada-. Cuando cruzábamos el Cabo de Hornos y navegábamos contra las olas, a veces tocábamos solamente cuatro tipos. Estabas hablando con una persona y te lanzaba el vómito. Así llegamos hasta dos o tres bases argentinas en la Antártida. Cuando estábamos en medio de la nieve, yo tenía un chiste famoso para el contingente: ‘Si se pierden, búsquenme a mí: soy el punto más claro’”.

Los S.O.S. regresaron a Buenos Aires en marzo de 1975. A pesar del buen humor, las cintas seguían juntando polvo y el país continuaba en estado de sitio. Con la Triple A barriendo las calles y los remanentes discográficos de la célebre crisis del petróleo. No era la mejor perspectiva para cuatro artistas extranjeros que cantaban por la integración combativa del continente. “Pasé diez años en la Argentina y siempre estuve al tanto de lo que pasaba social y políticamente en el país –apunta Gathu, desde Suecia-. Mi pensamiento era: ‘si me quedo, tengo que tomar parte en lo que está pasando’. No se puede estar todo el tiempo mirando desde afuera. Por eso la música de canciones como ‘América unida serás’ y ‘Llévele este pollo al maistro’ tenían una intención política. Yo lo sentía así. Justamente, cuando el asunto empezó a plantearse como una situación de quedarse o irse del país, también pesó que no hubiera una perspectiva de solución política”.

El desangrado fue gradual y fatal. El golpe de estado los encontró repartidos en el mapa y el disco, que estaba momentáneamente en manos de un productor, fue vendido al sello uruguayo Clave. Sin el consentimiento de ninguno de los miembros, con algunos cortes de autocensura y atribuido a “Ruben Rada y Conjunto S.O.S.”. La cifra: mil dólares. “Un papelón –dice Rada-. Los músicos pensaban que yo había hecho el arreglo, pero no tenía nada que ver. Ellos nunca recibieron nada y yo nunca recibí un mango ni siquiera por derechos de autor”.

 

A partir de entonces, el disco entró en el limbo. Opa grabó “African bird” en Magic Time (1977), Rada volvió sobre “Sin salida” en Montevideo (1996) e incluso circuló una reedición del sello uruguayo Sondor, pero toda esa música se convirtió en un agujero negro de este lado del río. La flamante edición de Acqua Records, en ese sentido, no solo funciona como un acto de justicia poética, sino que cubre varios huecos en la historiografía de la cultura regional. Como resulta evidente, S.O.S. es el eslabón perdido entre El Kinto y Tótem con las exploraciones de Opa y Raíces. Sí, pero también es una huella poco transitada de la canción latinoamericanista y la concreción en tiempo real del gran anhelo progresivo y setentista. El Santo Grial ecuménico de la música popular rioplatense: la huella de Alas y Generación Cero, de Nebbia como solista, del Chango Farías Gómez, de los editoriales del Expreso Imaginario. El sueño negro de América Latina.