Tiremos a las llamas y veamos cómo arden esas premisas que nos impusieron desde niñas, "las nenas se visten de rosa", "las nenas se deben sentar con las piernas cruzadas", "las nenas usan falda", "las nenas juegan con muñecas", "las nenas no dicen malas palabras", "las nenas no trepan, no corren, no se despeinan".
Sigamos bailando nuestra danza sin fin, levantando la tierra y zapateado alrededor de nuestra hoguera para estrujar en nuestras manos y luego calcinar en el fuego cada golpe mezquino, cada abdomen estrujado, cada respiración cortada, cada cuello apretado, cada identidad violentada, cada cuerpo ultrajado, cada niñez robada, cada mirada apagada, cada vida tomada.
Cantemos, a viva voz, gritemos alrededor de nuestra hoguera para que nuestro grito sea el grito de las que ya no están.
Cuando el fuego se haya consumido, pintaremos nuestras caras con las cenizas y seguiremos transitando el mundo, ahora más visibles, más fuertes, sabiendo que tu voz es la mía y la de muchas otras que seguirán sumándose hasta que llegue nuestro próximo aquelarre.
La hoguera no se apaga, la hoguera es nuestra alma, la hoguera somos nosotras mismas nacidas de un mismo fuego.