El título, Desvelada y sola, sugiere lamento en puerta, derrame de reproches a la vida que no nos ha dado tanto y ese repertorio de cuitas que suele traer la soledad mal entendida si se suma al insomnio. Ojeras deambulantes por toda la casa revisando cajones en busca del Alplax perdido.

Bueno no, nada de eso hay en escena, que, por otra parte, no tiene ni cajones, ni camas, ni nada. Se apagan la luces y cuando vuelven, aquello que no había, sigue igual. Todo indica que alguien va a jugárselas con el público, muy bien iluminada y sola, en una superficie desprovista de cualquier artilugio de realismo. Una sala en construcción donde la actriz, que antaño se diría, “la actriz cómica”, ofrece algo así como un ensayo general, que como dicen las leyendas del espectáculo, siempre suele ser más mágica que la versión terminada. Completa el cuadro una mini pantalla a un costadito del escenario que servirá para amenizar los cambios que se producen adentro de un camarín a la vista, carpita improvisada con telas, alambres y tules para que no se le vea a ella la desnudez de sus metamorfosis.

Porque Banús va a representar, yendo y viniendo de ese biombo de campaña, una por una y sin mezclar, cuatro mujeres muy diferentes entre sí y a la vez conocidísimas por todes. De hecho, el público las reconoce en mínimos detalles, gestos y mañas, y por eso se ríe. Ximena Banús tiene la capacidad de construir personajes reales que jamás han existido, pero que todos sabemos perfectamente quiénes son, cómo hablan, de dónde vienen. Cuando la vemos en acción, reconocemos además, qué nos resulta gracioso de toda esa gente. Y es en este reconocimiento de lo que no es completamente cierto pero familiar, lo que hace estallar la risa a cada rato.

En el surco histriónico que a la vez es cicatriz cavada por Niní Marshall y puesta en valor y presente por Juana Molina, va y viene Ximena Banús. En esta ocasión, porque todo parece indicar que tiene en la manga una gran serie, las mujeres que aparecen son: la locutora de radio que ameniza las tardes de la FM de barrio, la psicóloga muy segura de sí misma y de su noble tarea, que acaba de compilar un libro titulado “Los vericuetos del psicoanálisis” y que ahora encabeza la ceremonia de presentación; la gran actriz del cine nacional que va y viene en su casona siempre en deshabillé, en pose, con voz cascada por un drama universal; y la francesa distante y delirantemente sensual, salida de una película policial, carne de cineclub de los años 70 que fuma y fuma mientras confiesa un amor a primera vista, una relación ideal, la ruptura y el crimen. La francesa es la primera de la serie, la encargada de romper el hielo, el clima y todo. La pose con un cigarrillo interminable y anacrónico nos pone en situación. Habla en francés. Pero todo el mundo en la sala lo entiende como si fuera castellano. Pero no es castellano. Por ejemplo, “sanseacabó, se finí” le dijo Gerard en la maison de Carrefour.

Ximena Banús tiene la capacidad de hablar en lenguas que no existen pero que todos hemos escuchado hablar alguna vez. De la cordobesa que acompaña las diatribas de Fáchima hasta esta francesa de película, pasando por la banda musical de la locutora que entre llamado y llamado se hace cargo de incorporar las canciones que le van pidiendo sus oyentes, el trabajo con el lenguaje, las tonadas y los silencios es parte fundamental del cuadro desopilante.

 

Volvemos al título de la obra. Todo indica que Desvelada y sola no se refiere específicamente a lo que vamos a ver sino al proceso de producción, estas criaturas son parte del sonambulismo de su autora, productos de esas cosas que hace la noche. Entonces solo basta agregar: ¡Ximena Banús, no te duermas nunca!