“Cuando le puse el disco a mi madre, en el momento de los suspiros pasé a la canción siguiente.” La joven actriz Jane Birkin ha vuelto a Londres a visitar a sus padres. Trae de regalo de París el disco que acaba de grabar con Serge Gainsbourg y del que todo el mundo está hablando. La escena, magníficamente reconstruida por Felipe Cabrerizo en su biografía Gainsbourg: Elefantes Rosas, cierra con una frase de aquella madre que sabía más de lo que su hija suponía: “Bueno, es una bonita melodía.”
El simple sale en febrero de 1969, con “Jane B” en el Lado B y la bonita melodía en el A. Promediando el año, el álbum que contiene las nuevas canciones bate récords de ventas. Y de prohibiciones. Caso testigo del efecto exponencial de lo prohibido, “Je t´aime… moi non plus” (“Te quiero… yo tampoco”) será severamente amonestada en países que se creían liberales: Inglaterra, Holanda, Bélgica… ¡Suecia! Curiosamente, no en España. Sí en Brasil. En agosto, el Vaticano le baja el pulgar con un artículo en L´Osservatore, e inmediatamente, con celeridad apostólica y romana, la RAI retira la canción de su programación. En la Argentina de Onganía, el 26 de noviembre “Je t´aime…” ingresará al listado de la CONART (antecesora del COMFER).
En julio, sólo en Francia se llevan vendidas 200 mil unidades. En Inglaterra, la canción se mantiene varias semanas en el segundo puesto, tras “Bad Moon Rising” de Creedence: nada mal para un tema francés en un mundo modelado por la cultura anglosajona. Mientras tanto, infinidad de intérpretes ya piensa en versionar el tema. Pero no será tarea fácil: Gainsbourg y Birkin juntos en el disco y en la vida son imbatibles. Por otra parte, hay que ser muy Gainsbourg para atreverse a cantar: “L´amour physique est sans issue/ Je vais je vais et je viens/ entre tes reines/ Je vais et je viens/Je me retiens…” (“El amor físico es un callejón sin salida/ Voy y vengo/ Entre tus riñones/ Voy y vengo/ Te espero…”). Quizá por eso, abundarán las versiones instrumentales expurgadas de toda explicitud (La de Paul Mauriat podría funcionar en La bella durmiente de Disney). Una de las pocas excepciones a esto será Donna Summer, que en pleno furor disco reenviará la canción al pop afroamericano –ese campo en el que la música sexuada reina en plenitud– en una versión de 16 minutos absolutamente bailable. Aquí el problema es que Terpsícore se impondrá sobre Eros.
En definitiva, el cuadro cultural de 1969 no estaría completo si no incluyéramos, cerca de Abbey Road y el Festival de Woodstock, el aporte francés al tramo final del love parade de los años 60. (A propósito, Gainsbourg compuso un tiempo antes, a manera de pronóstico de sensualidades, el tema “69 année érotique”). ¿Por qué razón una canción voluptuosa levantará tanto revuelo en la época del Verano del Amor, el fin de la prohibición de El amante de Lady Chatterley y el primer boom del cine porno? ¿Qué limites parece transgredir el único músico francés que sabe jugar en la categoría de Leonard Cohen?
Por supuesto, no debemos minimizar el culebrón que precede a la canción. Compuesta en 1967 para ser grabada por Brigitte Bardot, aquella intervención no pudo comercializarse por la acción del millonario Gunther Sachs, por entonces esposo de la mujer más bella de la historia. Ajeno al concepto del poliamor –sobre todo si este se hacía tan ostensiblemente público–, Sachs amenazó a BB con un despojo económico que, lamentablemente para las revistas del corazón y sus crédulos lectores, resultó más persuasivo que el don amatorio de Serge.
Y un día aparece Jane Birkin. La joven actriz inglesa acaba de divorciarse del compositor John Barry. Su figura es relativamente conocida por su papel en Blow Up y otras estampas del Swinging London. Jane y Serge se enamoran: ella 21, él 40. Así vuelve “Je t´aime… moi non plus” en busca de una segunda oportunidad. Ubicua como el amor en los tiempos del amor, la canción se grabará en una cabina pequeña, con los amantes abrazados en torno a una melodía atractiva. La secuencia armónica es similar a la de “A Whiter Shade of Pale” de Procol Harum, que a su vez se ha inspirado –para decirlo delicadamente– en la “Suite en Re mayor” de J. S. Bach. El ritmo suena muy marcado, al modo beat. Con buen criterio, el arreglador Arthur Greenslade apuesta al órgano Hammond para la presentación del tema. No bien el bajo indica cuál será el movimiento armónico y el órgano hace su parte, los cantantes/amantes irán alternando frases musicales, registros vocales y suspiros a lo largo de una canción cuyo título no es asunto menor: Serge dirá haberlo tomado, mutatis mutandis, de su admirado Salvador Dalí (“Picasso es comunista, yo tampoco”).
Cual Tristán e Isolda plebeya, la canción avanza trepidante hacia el éxtasis, ya que nada hay más sensual que un dueto vocal, más aún si este termina abandonándose al significante del amor. En la larga tradición del romanticismo, Gainsbourg dará así un salto de grado, pasando del lenguaje galante a la canción explícita. En cierto modo, “Je t´aime…” significará tanto la apoteosis como el final de la canción romántica en cuanto ciclo histórico completo. Y como todo fin, llevará consigo el germen de su futura nostalgia. No sin ironía, el creador de canciones perfectas como “Le poinconneur de Lilas”, “La javanaise”, “La chanson de Prevert” o “Bonnie and Clyde” declarará: “Por primera vez en mi vida he escrito una canción de amor y sucede todo esto.”
Tal vez un punto a considerar sea el cruce entre el estilo contracultural de Gainsbourg y su deseo irrefrenable de estar siempre en presente, actualizado, en boca de todos y en las cuentas de las discográficas y los medios de comunicación. El artista cool devenido ícono pop. En ese sentido, por más que tenga una apariencia vulgar, “Je t´aime… moi nos plus” sólo puede ser obra de un autor e intérprete tan virtuoso como para poder sintetizar al refinado del lector de A rebours de Huysmans con el fabricante de grandes hits musicales.
Años más tarde, Jane Birkin confesará que en medio de la grabación Serge le soltó el brazo y se puso a dirigirla, como si ella integrara una orquesta bajo su batuta. La anécdota puede resultar decepcionante para quienes al escuchar “Je t´aime…” por primera vez creímos haber presenciado intimidades de alcoba, pero habla bien de Gainsbourg como ilusionista. Sólo así, con una gran ilusión, el amor de toda una época pudo entrar en una sola canción.