Para definir En los 90, conviene desbrozar la maleza y despejar equívocos. El primero tiene que ver con su director, el debutante Jonah Hill (35 años), un actor formado en la escudería de Judd Apatow en pleno auge de la Nueva Comedia Americana y que hizo fama y fortuna –la revista Forbes lo señaló como uno de los mejor pagos de su generación-- a partir de su primer protagónico en Supercool (2007).
Pero el primer largo de Hill como realizador, estrenado en el último Festival de Toronto, no tiene nada que ver con esas comedias irreverentes y fumonas de una década atrás. Mid90s es ante todo un relato de iniciación, unas pocas pero muy precisas pinceladas sobre la vida de un pre-adolescente de Los Angeles que está justo en ese momento en que le resulta imperioso definir su identidad. A los golpes si es necesario.
Golpes es lo primero que vemos que recibe Stevie (Sunny Suljic, una revelación) de parte de su hermano mayor. Muchos y fuertes. Tantos que el pibe de 13 años queda todo amoratado de la paliza. Pero Stevie demostrará a lo largo de la película –de escasos, sintéticos 85 minutos de duración— que nada es capaz de amilanarlo cuando se propone algo, sea lo que sea. Desde volver a entrar a la pieza de su hermano –una suerte de sancta santorum donde atesora una colección de gorras de béisbol y los primeros CDs de la época— hasta ganarse la amistad y el respeto de unos skaters un poco mayores que él. Y que además de enseñarle los trucos de las tablas, también lo iniciarán en el alcohol, las drogas y las chicas.
Nada que no se haya visto en otras películas de ese género que Hollywood llama coming-of-age. Y que antes, en el romanticismo, los alemanes denominaban Bildungsroman, a partir del Wilhelm Meister de Goethe. La de Stevie no es, sin embargo, una novela de aprendizaje sino más bien una serie de cuentos cortos de un realismo sucio y un minimalismo “carveriano”, con el mismo personaje atravesando distintas situaciones en uno de los tantos suburbios de Los Angeles en los que la enceguecedora luz del sol parece pintar todo de blanco, mientras en la banda de sonido se escucha a Morrisey o The Pixies.
A diferencia de los skaters de Paranoid Park (2007), de Gus Van Sant, que expresaban la angustia adolescente a una escala metafísica, o los del serbio Nikola Lezaic en Tilva Ros (2011), signados por el nihilismo y la violencia latente de su país, los de Mid90s no expresan otra cosa que su mera circunstancia. Están allí, en ese lugar, en ese momento, en una suerte de eterno presente, en el que sin embargo se está definiendo su futuro. Alguno se dedicará profesionalmente al skate, como el negro Ray (el rapper Na-Kel Smith), otro quizás al cine, como ambiciona Fourth Grade, que anda siempre con una cámara de video en la mano.
¿Y Stevie? No se sabe, es muy chico todavía. Y tiene muchos más golpes para darse en la vida, además de los que se pega con la bendita tabla. Pero a partir de esos “Mid90s” sabrá que, a pesar de todo, siempre puede contar con su mamá (Katherine Waterston, la coprotagonista de Inherent Vice, de Paul Thomas Anderson), de sus amigos e incluso hasta la de su hermano. Que si le pega no es porque no lo quiera, sino porque no sabe de qué otro modo expresar toda la frustración que lleva adentro.