El horizonte de recuperación de un proyecto de país industrial que reinicie un ciclo de redistribución, creciente inclusión y ampliación de derechos necesita devolver las universidades e instituciones públicas de ciencia y tecnología (CyT) al primer plano de las políticas públicas. Como contrapartida, en el corto plazo, el sector de CyT debe ser capaz de responder a la emergencia social y productiva. Y en el mediano plazo, las políticas de CyT deberían dar un salto cualitativo –relativo a 2015– en la coordinación con las políticas de salud, industria, energía, desarrollo social, agro, transporte, infraestructura y defensa. Y el conjunto debería coevolucionar hacia la construcción de un modelo de país con proyección geopolítica regional y global concebida a 30 años.

Esto que podría ser llamado “cambio estructural” supone algunas metas inexorables, como avanzar en la conformación de industrias estratégicas –bienes de capital, medicamentos, maquinaria agrícola, TICs, por ejemplo–, dar cobertura e incentivos al sector heterogéneo de las PyMEs, concebir una política energética con componentes robustos de política industrial y tecnológica. ¿Alcanza? No. También se debe avanzar en la consolidación de una institucionalidad para la economía popular, es decir, “generar las condiciones para que 4,5 millones de argentinas y argentinos que viven de la economía popular tengan un trabajo digno, con derechos y salario equivalentes a los trabajadores formales” (Alexandre Roig, Página/12, 18/06/19). Y, por supuesto, se debe avanzar en políticas de sustentabilidad ambiental para las actividades extractivas intensivas. ¿Y qué se hace con la inversión extranjera, recordando que no somos China? En este punto se necesita mucha diplomacia, regulación, y pragmatismo combinado con metas soberanas.

Para hacer viable esta hoja de ruta hay que garantizar estabilidad institucional. Es necesario avanzar en la construcción de un Estado con legitimidad política y capacidades crecientes en el diseño y ejecución de política públicas. Es decir, las políticas de CyT también deben impulsar la producción y acumulación de conocimiento acerca de cómo edificar un Estado capaz de negociar con (y/o disciplinar a) los poderes fácticos, tal vez la meta más acuciante y ardua. ¿Alcanza con esto? No. La rueda del conocimiento también debe ponerse a girar en el mundo de la producción y el trabajo. Cada puesto de trabajo debe ser un lugar de aprendizaje, cada gremio debe ser un espacio de acumulación y debe tener voz en la definición de los problemas que deben proponerse resolver las políticas de CyT.

Como bien colectivo, el conocimiento iguala, democratiza, conecta, organiza, institucionaliza, crea, produce, complejiza, politiza y emancipa. Por eso, para el neoliberalismo dependiente de Macri y Bolsonaro –los exponentes más crudos y anacrónicos de la región–, la ciencia y la tecnología son como el ajo para los vampiros.

 

En síntesis, las políticas de CyT deben ser capaces de codificar una interpretación de lo que somos, qué necesitamos, hacia dónde vamos, cuáles son los problemas a resolver y cuáles los obstáculos a superar. No es una meta, es un proceso.

Diego Hurtado: Doctor en Física por la UBA. Profesor titular de Historia de la Ciencia en UNSAM y profesor de posgrado en UNC, UNRN y UNSJ.