Desde París
Los astrólogos y los magos podrían ser los mejores interlocutores para adivinar el extraño acertijo en que se han convertido las elecciones presidenciales francesas. Es un concurso de lo inesperado. De los 18 candidatos declarados y la media docena confirmados sólo una, Marine Le Pen, la patrona de la ultraderecha del Frente Nacional, tiene, según las encuestas, adquirida su presencia en la segunda vuelta del mes de mayo. La candidata supera de lejos al elegido de la derecha, François Fillon, al socialista Benoît Hamon, al representante de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, y al candidato sin partido ni pasado político, el ex ministro de Economía Emmanuel Macron. Detrás de Marine Le Pen, todos los candidatos están en la cuerda de lo improbable, o dependen de lo que le ocurra al moralista pecador de la derecha, François Fillon. Este predicador de la honestidad y del ejemplo salió maltrecho cuando la prensa –Le Canard Enchaîné– reveló que Fillon es tan buen esposo y padre que contrató a su esposa Penélope como asistente parlamentaria durante varios años y también a sus hijos.
La Asamblea pagó salarios por cerca de un millón de dólares pero no hay registro alguno de que la señora haya pisado jamás el recinto parlamentario. Fillon denunció un “golpe de Estado constitucional”, un “complot” de los medios y llegó hasta impugnar mediante sus abogados la legitimidad del organismo que lo investigaba. La justicia no se movió y ayer la fiscalía reiteró que luego de haber recibido un basto informe por parte de la policía anticorrupción, las investigaciones en su contra continuarían.
A pesar de la evidencia aplastante de que cometió actos ajenos a la moral de un representante parlamentario, Fillon aún profesa la retórica de víctima de un complot y no renuncia a su candidatura. Su último hallazgo consistió en almorzar con el ex presidente Nicolas Sarkozy y, luego, copiarle sus proclamas xenófobas como método para repuntar en las encuestas. La voluntad popular conquistada a cualquier precio contra la justicia es su última línea de defensa. La variable Fillon hipoteca los análisis, tanto más cuanto que un “anti sistema” hijo del sistema, Emmanuel Macron, se coló en la elección con, por ahora, un sólido arraigo en las encuestas. Este líder del movimiento En Marcha, recién creado entre marzo y abril del año pasado con un planteo ni de izquierda ni de derecha, ha persuadido a los perdidos y los desencantados. Su éxito es, por consiguiente, volátil. Queda la izquierda y sus dos más sólidos candidatos: Benoît Hamon, del Partido Socialista, y Jean-Luc Mélenchon, de la Francia Insumisa. Ambos se pisan los talones en las encuestas, se disputan los mismos electores pero, en este momento de la campaña, están superados por Emmanuel Macron.
Cualquier opción se torna así posible, sobre todo por la inestabilidad de la candidatura de François Fillon cuya campaña e imagen han salido embarradas a pesar de que haga como si todo fuera una maquinación. Las admiradas democracias occidentales han entrado en una fase de hondo deterioro. Estados Unidos eligió a un iletrado xenófobo que jamás pagó impuestos y parte de la elección en la cuna de la democracia, Francia, se juega en los tribunales. El ex presidente Nicolas Sarkozy se presentó a las primarias con media docena de procesos judiciales sobre sus espaldas, el ganador de esa primarias -Los Republicanos–, François Fillon, se aprovechó de las bondades del Estado para lucrar en beneficio de su familia y la misma reina de los sondeos, Marine Le Pen, es objeto de denuncias judiciales. La Oficina Europea de lucha contra el fraude (OLAF) le reprocha haber empleado falsos asistentes parlamentarios en el Parlamento Europeo entre 2009 y 2014. Le exigen la devolución de unos 350 mil dólares pero la santa patrona de la ultraderecha contraataca con el argumento de que se trata de un “procedimiento político”. Todos inocentes e impunes, víctimas de complots y con un descaro monumental que cubre de la legitimidad necesaria para osar presentarse a una elección presidencial. Marine
Le Pen es la que ha sacado el mayor provecho de una campaña anómala, sin rumbo, con casi todos los demás candidatos que compiten contra ella envueltos en la impresión, la ausencia de programas o la incertidumbre. Marine Le Pen salió antes que nadie con un programa de 144 medidas mayoritariamente orientadas contra los extranjeros, en particular los musulmanes, y propuestas donde pone la seguridad en el centro del Estado y en las cuales el anti europeísmo es el aroma dominante. Esto no hace de ella la futura presidente. Las encuestas adelantan que perdería la segunda vuelta ante cualquier candidato.
En este Coliseo de gladiadores débiles la candidatura del escritor Alexandre Jardin es un ramo de poesía. Esta autor de novelas populares presentó su candidatura en enero pasado bajo las banderas del movimiento Los Ciudadanos. Su grupo está compuesto por todo lo que circula en la sociedad de los escépticos:desencantados de la cocina política, abstencionistas, algunos ultraderechistas, movimientos ciudadanos y poetas de las urnas. Su narrativa política figura en un ensayo muy evocativo ¡Revelémonos! Su objetivo central es la fraternal restauración de la democracia francesa. Jardin dice que la democracia ha sido “confiscada” y que es preciso recuperarla. “Los pueblos –escribe– ya no le tienen más miedo al infierno que les prometen si votan mal porque una masa creciente de gente ya está en el infierno”. Todo es aún posible: desde la mejor versión de la democracia, hasta la más execrable.