Desde Río de Janeiro
Los resultados de los nuevos sondeos relacionados al gobierno de Michel Temer y a las elecciones presidenciales de 2018 no llegan a ser sorprendentes. La sorpresa está en los números. Que el gobierno nacido a raíz del golpe institucional del año pasado era mal evaluado por los brasileños era algo sabido. Lo que sorprende es que si en octubre del año pasado 36,7% de los encuestados tenían una opinión francamente negativa del gobierno y 38,9% lo consideraban regular, ahora esos números son, respectivamente, 44,1% y 38,9%. Solamente 10% tienen una opinión positiva.
Sobre el desempeño de Michel Temer, en octubre 51,4% de los entrevistados lo desaprobaban, mientras que los que aprobaban eran 31,7%. Ahora, 24,4% lo aprueban, y los que desaprueban son 62,4%.
Con relación a las elecciones presidenciales del 2018, era sabido que Lula da Silva encabezaba los sondeos para la primera vuelta, e inevitablemente estaría en la segunda. Ahora, ese cuadro cambió de manera drástica. Sea cual sea el escenario presentado, con una lista variable de candidatos, Lula aparece con una ventaja inmensa tanto en la primera como en la segunda vuelta.
Una curiosidad: un enfrentamiento, en la segunda vuelta, entre Lula da Silva y Michel Temer, esa distancia sería olímpica, 43 a 19%.Varios aspectos llaman la atención de analistas de diferentes tendencias. El primero de ellos: pese a la campaña perversa y sin treguas de todos los medios de comunicación, del juez de provincia Sergio Moro, de la fiscalía y la Policía Federal, contra Lula, su imagen sigue consolidada y el único movimiento registrado en los últimos meses ha sido de crecimiento. Segundo aspecto: se confirma, día a día, que el golpe del año pasado tenía como único objetivo alejar el PT, desmantelar todos lo realizado en sus años de gobierno, instalar una especie de fantoche en el Palacio Presidencial, imponer un programa económico neoliberal de corte fundamentalista y llegar a 2018 con un candidato, Aécio Neves, en condiciones de favorito.
Lula estaría o preso o inhabilitado, la dureza y la impopularidad de la recesión económica y del retroceso social caería sobre los hombros del PMDB, cómplice desechable, y listo.
La verdad es que parte substancial del plan funcionó. Con tropiezos, como la elección, por Temer, de una verdadera pandilla para integrar su gabinete, pero en fin, gajes del oficio en un ambiente altamente político corrompido y nauseabundo como es el brasileño.
Quedó más que claro que el golpe funcionó, pero el plan fracasó estrepitosamente. El escenario económico, fuertemente corroído desde el primer día del frustrado segundo mandato de Dilma Rousseff gracias a la complicidad de los arquitectos del golpe –el inevitable Aécio Neves y el ex presidente Fernando Henrique Cardoso– con la más retrógrada, la legislatura de más bajo nivel ético y moral desde el retorno de la democracia, en 1985, presenta la peor recesión de la historia de la República instaurada en 1889.
Todo y cualquier indicativo muestra un retroceso brutal. Por ejemplo: desde principios del año pasado, un millón y medio de brasileños abandonaron sus planes privados de salud, poniéndose en las manos de un servicio público patéticamente ineficaz. Solamente en enero pasado, fueron 150 mil. El desempleo, que en tiempos del PT en el gobierno había bajado a niveles históricos, volvió al Himalaya de siempre.
Resultado: el golpe del año pasado resultó mortal, pero no para Lula da Silva, sino para los golpistas, empezando por Aécio Neves y su PSDB. La eventualidad de que el partido presente otro candidato tampoco mejora el cuadro: todos quedan por debajo de los 10% de intención de voto declarada. Para colmar esa taza de veneno, la gran –y esa sí, verdaderamente preocupante– sorpresa ha sido la fuerza con que el diputado Jair Bolsonaro aparece en esos sondeos. Si en octubre él ya contaba con 6,5% de intención de voto, ahora explota y alcanza niveles alarmantes. Acorde al cuadro de postulantes, oscila entre 11,3 y 12,1%. ¿Por qué tanta preocupación? Porque esa versión tropical del “antipolítico” es un militar retirado que defiende ardorosamente la dictadura, desmiente la existencia de tortura, defiende la pena de muerte, es uno de los voceros de la campaña “el buen bandido es el bandido muerto” y toda una formidable secuencia de barbaridades.
Por más que se sepa que los sondeos indican el retrato de un determinado momento, y que lo que interesa es la llamada curva dinámica, es inevitable observar que desde el pasado junio, cuando el golpe ya estaba consolidado, solamente dos candidatos vieron crecer sus posibilidades: Lula da Silva y Jair Bolsonaro. Hasta hace poco pensar en una disputa de una segunda vuelta entre los dos sería motivo para urgente internación en el psiquiátrico más cercano. Hoy, ya no. Es algo remoto e improbable, pero no imposible.
Eso se debe a Aécio Neves, a Fernando Henrique Cardoso y toda la formidable banda de bucaneros apoyados por la banca, el empresariado, los medios de comunicación y una opinión pública idiotizada.
Eso se debe a partidos políticos podridos, a un sistema político pantanoso, a una especie de gangrena moral que corroe al Poder Judicial de mi país.