Si algo han enseñado los relatos sobre robos a bancos es que no existe el plan perfecto. O casi. Porque lo pergeñado por las mentes detrás de La casa de papel -cuya tercera parte se estrena hoy por Netflix- se acerca a una empresa tan soñada como la del grupo de maleantes que se alzaban con miles de millones de euros. Todos los engranajes de la entrega española estrenada en 2017 funcionaron como si los hubiera planificado y ejecutado el mismísimo Profesor (Álvaro Morte). La entrega, en definitiva, planteó una partida con líneas temporales múltiples, un tic tac narrativo, antihéroes de frases justas, una banda sonora jugosa y el encanto robinhoodesco imperecedero.
Adquirida por el gigante de streaming para su menú global, la ficción terminó por alzarse la medalla como el producto de habla no inglesa más visto por esa pantalla. Un bombazo inesperado hasta para los popes de la plataforma digital rompiendo el algoritmo y precepto de que en Estados Unidos no ven producciones subtituladas.
Ya con la confirmación de una tercera parte brotaron algunas preguntas. ¿Desde dónde continuar la historia de la banda criminal con máscaras de Dalí? ¿Cómo renovarse sin perder el toque? ¿Cuál sería este nuevo golpe? ¿Habría nuevos personajes con nombres de ciudades? ¿Y el punto de vista entre flashbacks y voces en off? Todas estas inquietudes tienen su respuesta en los flamantes ocho episodios de una hora que desde hoy están dispuestos en Netflix.
La trama se resetea con el clan desperdigado por los cinco continentes hasta que uno de sus miembros caiga en manos de la ley. El plan de la inspectora Sierra (Najwa Nimri, una de las novedades del elenco) será el de usarlo como anzuelo para detener al resto de los fugitivos. Aunque el Profesor y sus secuaces no se quedarán de brazos cruzados. La intención es que liberen a su colega y de yapa jaquear al mismo sistema financiero. “La Resistencia” tiene más armas, dinero y cuenta con el apoyo globalifóbico en las calles de Madrid. El objetivo puntual de Tokio (Ursula Corberó), Nairobi (Alba Flores), Denver (Jaime Lorente) y el resto de la troupe será otro banco.
Y el verdadero inicio de la temporada será cuando estén dentro del Banco Nacional de España: tensión, rehenes, impredecibles, humor negro, explosiones y hasta una escena de buceo dentro de una caja fuerte. Hacerse de las barras de oro de ese Fort Knox ibérico parece absurdo. “Intentarlo es una apología de la belleza”, dirá Berlín. Momento... ¿este personaje no se había inmolado para que sus compañeros se salvaran? ¿Su muerte no había sido uno de esas fatalidades imposibles de predecir hasta por el cráneo del Profesor?
“Lo de que yo esté muerto, vivo o sea un fantasma es algo que se resuelve en un minuto cuando veas la serie. Entiendo el morbo, pero para mí lo importante es otra cosa. ¿Qué pasa ahora? Porque esta nueva temporada incluso cambia lo que ya hemos visto antes”, le dice Pedro Alonso a Página/12, responsable de darle vida al más truhan y bohemio del grupo. Y que a cincuenta centímetros suyo esté sentado Rodrigo de la Serna no es casualidad. La química entre el local y el nacido en Pontevedra se palpa ni bien comienza la charla. “Se nota la rigidez entre ambos, ¿no?”, bromea el gallego. “Una tortura”, se acopla el argentino. De la Serna interpreta a Palermo, otro de los ideólogos del plan a cometer. Encarnar a un tipo que se sabe carismático, machista irrecuperable, un porteño quilombero es, en palabras del actor, “un banquete”.
Se trata, sin duda alguna, de la mayor incorporación al staff de La casa de papel. ¿Razones? Palermo detenta los mejores one liners de los tres episodios dispuestos para la prensa: “Los atacantes somos nosotros, muchachos”. “El patriarcado me cuelga de acá”. “¿Cómo estoy? Tomando Jack Daniels, chupando pastillas, comiendo comida enlatada, ando bien”. Pero su rol, por otro lado, tiene un vínculo muy singular con Berlín. Descubrirlo es otro de los atractivos de la propuesta que originalmente iba a llevar el título de Los desahuciados. “Narrativamente hay un recorrido y potencial muy rico, lo complicado es escribir algo y que digas: 'Uh, aquí hay bacalao'. Con el personaje suyo y con el de Berlín hay para mucha dupla”, explica Alonso.
-Sus personajes tienen un vínculo singular, al punto que uno podría imaginarse una serie solo con ellos dos. ¿Qué tipo de dupla serían?
Pedro Alonso: -Tipo Mary Poppins y Dick van Dyke (risas). Lo bueno es que estos personajes son dos bichos habilitados para pisar todos los tabúes. Pasar por encima de todas las convenciones. Meterse en todas las heridas y desde allí hurgar.
Rodrigo de la Serna: -Sí. Me la re imagino. Son dos tipos fuera de la norma, totalmente. Con ellos pueda pasar cualquier cosa.
-Sería muy interesante ver el comienzo de esa gran amistad como la Rick y el Capitán Renault de Casablanca…
P.A.: - Sí, pero con sexo (se ríe).
-Bueno, esa clase de tensión aparece en Palermo, ¿no?
P.A.: - Hombre, claro.
R.d.l.S.: -Ahí hay algo muy intenso, de mucho desborde, y eso pude traducirse en sexo. Son dos hombres que se apasionan juntos diseñando este robo. Se les calienta la cabeza, se cachondean, no sólo con lo que implica el plan sino a nivel global: es un golpe al corazón del sistema financiero. Eso los excita muchísimo.
-¿Cuánta distancia hay de Palermo a Berlín? ¿Y de Alonso a De la Serna?
R.d.l.S.: -Creo que cómo dos mil kilómetros, ¿no? (se ríe). Como actores, compartimos una idiosincrasia, somos dos vertientes de una misma fuente por afinidades estilísticas y formas de trabajo. Lo interesante es que nuestros roles funcionan en esa sintonía. Mi personaje viene a ejecutar el nuevo plan, cosa que antes hacía Berlín. Es casi un fusible. Y, dato no menor, Palermo tiene una admiración por Berlín al punto de considerarlo casi un Dios.
P.A.: -La baraja es la misma. Funcionan como un espejo.
R.d.l.S.: - La baraja es la misma y la psicopatía es la misma, pero son dos tipos distintos. Palermo arrastra nos traumas y una patología muy puntual. Es un misógino y atrás de esa cuestión tiene que haber algo pesado. Palermo es muy patético. El personaje de él es más cínico y refinado.
P.A.: -Los dos son muy desestructurados. Pero, por nuestra forma de trabajar y dado que el texto lo permite, jugamos con esta perturbadora humanidad. Son el espejo el uno del otro y eso permite a mostrar las tesituras. Los guionistas han hecho un trabajo brillante. ¿Dónde puede haber algo que ponga en alerta al espectador? ¡Paf! Cuando menos te lo imaginas, ahí viene el golpe.
-¿Cuál era el riesgo en esta temporada?
P.A.: -El de no asumir ninguno. Se pudo ser fiel al espíritu original con un nivel de puesta y producción evidentemente mayor, y a su vez proponiendo retos.
R.d.l.S.: -A mí me fascina el trabajo que se hace con las líneas temporales. Como eso se conjuga en la historia que estás viendo. ¿Qué es lo real? ¿Dónde está la vida? Coexisten distintos planos y eso lo podés extrapolar a un plano más filosófico, más allá de que, al fin de cuentas, sea una ficción de entretenimiento.
-Gracias a La casa de papel volvió a hablarse del heist. ¿Vieron algunos de sus clásicos como Tarde de perros? ¿Tuvieron alguna otra influencia a la hora de hacer sus personajes?
P.A.: -Yo cada vez soy más ecléctico. Cuando me preguntan “¿cómo preparas?”, respondo “como mi madre hace el cocido”. Si le viene bien al guiso, va. Lo que si valoro cada vez más es de donde viene la referencia que me apuntan. Y si la referencia es Tarde de perros, vamos bien
- Particularmente su personaje, Berlín, tiene mucho de los criminales entrañables al estilo Peter Lorre.
P.A.: -El de los ojos achinados y esa voz. Ese es el tono, claro.
R.d.l.S.: -Cuando vean la serie, hay un momento en que él mira de costado y lleva un sombrero. Es Gardel. Pero está en Italia. ¡Es Mastroianni! (risas).
P.A.: -Lo curioso para Berlín es que hasta ahora se había visto una cara de la Luna y ahora se ve el otro lado.
-Hay ciertas revelaciones que resignifican incluso la primera y segunda temporada…
P.A.: -Completamente. A eso iba con lo del riesgo. Se reescribe la serie con reglas claras. Lo que más me gusta como actor es no dar nada por sentado. Y este Berlín enseña tesituras completamente diferentes. Ahora hay otro personaje.
R.d.l.S.: -Está en otra situación alquímica. Una cosa es estar con la adrenalina en un atraco y otra es estar operando desde un monasterio italiano, planificándolo.
P.A.: -Me gusta dar el hachazo al sociópata y que aparezca el ángel bueno. Y luego ser un enfermo. Pasar de tonto a inteligente. En la narrativa actual, los antihéroes tienen más interés porque son seres contradictorios, paradójicos y poliédricos. Y es que así somos nosotros: una banda de desgraciados que intentan comprender qué hacen en este mundo.
-¿Y qué es lo mueve a Palermo?
R.d.l.S.: -Tiene muchos motivos. Lo primero que tengo claro es que este muchacho no le tiene miedo a la muerte. Por una cuestión reivindicativa y personal, quiere ejecutar el plan. Pero, a la vez, se la quiere dar al sistema. Ahí está el paradigma de la modernidad y este quiere voltearlo de una vez por todas. Basta. Está harto. Es muy vehemente, muy loco.
-¿Se imaginan a sus personajes con otra máscara más allá de la de Dalí? Quizás haya otro icono que los represente mejor.
P.A.: -Lo siento, pero eso es contrafáctico. Es imposible pensarlo así. Lo de Dalí ha sido un acierto descomunal. A Berlín le gusta la pintura y lo italiano, quizá por ahí... Aunque Dalí tiene todo: es surrealismo, es pop, es belleza, sentido del juego. Está perfecto.
-Entonces, ¿para cuándo la serie con las andadas de Berlín y Palermo?
P.A.: -Con Álvaro Morte bromeábamos con que El Profesor y Berlín funcionaban como Sherlock Holmes y Watson. Pero con Palermo es otro rollo, son la misma persona en diferentes capas.
R.d.l.S.: -Se complementan perfectamente como almas gemelas.
P.A.: -Lo dijimos antes. Son el espejo y Dios el uno del otro. Imagínate el delirio de esa fórmula. Dios mirándose al espejo. Como si Dios tuviese ego, ¿no? Ya veremos cómo es que evoluciona todo esto, pero lo que ha dicho Rodrigo es atractivo. Aquí se te permite jugar a enfrentarte contra el sistema de una manera cabal, pero con estos dos impresentables, indecentes y amorales. Eso es único.