César Pelli era casi siempre el más alto, el más elegante, el más callado, y siempre era el más alegre. Tenía su estudio en medio del campus urbano de la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, y cuando te invitaba “al boliche” se descubría que era una tienda en una esquina, de esas pura vidriera y medio que Art Deco de pueblo. Pelli y sus socios tenían un primer piso lleno de mesadas con computadoras y pibes trabajando. El estudio era famoso porque lo que más se escuchaba era la risa de Pelli. Le gustaba reírse, le gustaba que le hicieran un buen chiste, lo repetía como para acordárselo.
Esto es particularmente recordable porque Pelli fue el starquitect argentino, miembro por fama y por derecho de ese enrarecido grupo de profesionales con marca propia y egos descomunales. Era divertido verlo al tucumano entre colegas de cátedra y profesión en la famosa escuela de arquitectura de Yale, porque era el modesto, el tranqui, entre gentes con mucho menos que mostrar pero ya acostumbrados a la ducha de bronce. Más divertido era descubrir que nadie, ni siquiera en un ámbito académico, tenía nada malo que contarte de él, un chisme, una fallutada, una crítica.
La paciencia y la falta de bronce lo hacían un gran profesor, uno que escuchaba y no despreciaba al estudiante por el simple hecho de todavía no saber, que por algo alguien estudia. Era gentilísimo pero se ponía tieso con los halagadores, excepto que uno fuera específico. Esto es, elogiarle el Aeropuerto Nacional de Washington –el único en este planeta que un usuario puede entender- disparaba una sonrisa y, si uno quería, una explicación del concepto. Y si se hablaba de sus dormitorios estudiantiles, entre sus primeras obras de la emigración, hasta había un toque de nostalgia en la charla. No sólo por lo joven que era, sino porque podía trabajar en escalas humanas, nada Petronas.
Así lo van a recordar muchos: flaco, alto, de tweed y corbata a rayitas, sonriendo, encantador, un maestro que trataba a todo el mundo como si fueras la persona más interesante que había.