La experiencia amorosa no es una nota al pie de los proyectos intelectuales. En Carta a D. Historia de un amor, el filósofo André Gorz explora críticamente el lugar de Doreen Keir, una mujer central en su vida. “¿Por qué estás tan poco presente en lo que he escrito si nuestra unión ha sido en efecto lo más importante de mi vida? ¿Por qué en Le traître te presenté con una imagen falsa que prácticamente te desfigura? Ese libro debía mostrar que mi compromiso contigo fue la inflexión decisiva que me ha permitido querer vivir. ¿Por qué, entonces, elude tratar la maravillosa historia de amor que habíamos empezado a vivir siete años atrás? ¿Por qué no te dije lo que me fascinó de ti? ¿Por qué te presenté como una criatura que inspiraba compasión, “que no conocía a nadie, no sabía ni una palabra de francés y se habría destruido sin mí”?”, se pregunta Gorz, quien se suicidó junto a Doreen, cuando ella ya estaba en un estado terminal de su enfermedad, en septiembre de 2007. Cuando murió Inessa Armand, una feminista bolchevique que tuvo una intensa relación con Lenin, Nadezhda Krúpskaya, la esposa del autor de ¿Qué hacer?, en una de sus cartas, confirma el efecto devastador que tuvo esa pérdida en Lenin: “Me temo que la muerte de Inessa ha destruido algo en él. No pasa una semana que no me lo encuentre solo, en silencio y llorando, con la mirada fija en la pared”. En Pasiones terrenas. Amor y literatura en tiempos de lucha revolucionaria (Taurus), Maximiliano Crespi no se queda en la anécdota íntima de las relaciones de pareja o de amantes de Karl Marx, Vladimir Lenin, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Walter Benjamin, Louis Althusser y André Gorz, sino que los detalles biográficos, acaso considerados “menores”, son integrados a una trama mayor, donde el mundo de los afectos y las prácticas intelectuales se ensamblan con los proyectos políticos.
Marx tuvo un hijo con su criada Helene Demuth, una joven campesina que había sido enviada al hogar de los Marx por la madre de Jenny von Westphalen, la esposa del autor de El Capital, a manera de “obsequio del primer aniversario de bodas”. Aunque le pidió a Friedrich Engels que lo reconociera como hijo propio, no lo hizo. Cinco meses después del nacimiento, fue dado en adopción. Rosa Luxemburgo se enamoró de Kostja Zetkin –el hijo de Clara Zetkin-, catorce años menor que ella. “Mucho antes de que Sartre lo pusiera en palabras, Luxemburgo le había enseñado que amar era ante todo ‘amar la libertad del otro, su derecho a corresponder o a rechazar’ pero también ‘su derecho a no reprimir el deseo’”, afirma Crespi, crítico y ensayista, docente universitario e investigador del Conicet. Pasiones terrenas podría titularse también La emancipación femenina o La revolución de las mujeres y el amor. ¿Por qué el estudio del rol de las mujeres en la historia de las ideas, el rol de Rosa Luxemburgo o Inessa Armand, por mencionar dos “casos”, ha sido deficitario? “Me parece que esos títulos alternativos que sugerís serían posibles sólo a condición de atarlos a un tipo de lectura que el libro busca dejar atrás. Lo que me propuse al escribirlo no fue hacer una historia concentrada en la lucha de las mujeres o del feminismo, sino construir un relato que incluya esas y otras batallas parciales dentro de una lucha general por la liberación”, plantea Crespi a Página/12.
“Más que centrarme en la particularidad de los sujetos, cualquiera fuere su género, me interesaba hacer foco en la singularidad de las relaciones que esos sujetos fueron capaces o incapaces de construir dentro de una lucha general contra la explotación”, explica el autor de La conspiración de las formas (2011), Los infames (2015), Viñas crítico (2017) y La revuelta del sentido (2018), premiado por el Fondo Nacional de las Artes. “El libro no presenta un estudio detenido sobre el rol de las mujeres o los varones en la historia intelectual de la izquierda, sino una perspectiva de trabajo que no desprecia la gravitación de las relaciones amorosas en la producción y el desarrollo de los proyectos intelectuales comprometidos con la transformación de las relaciones de dominio entre los sujetos –aclara Crespi-. Las razones por las que el estudio de los trabajos de Armand o Luxemburgo puede aún hoy considerarse deficitaria son varias. Está el ninguneo machista de cuya destructiva imbecilidad ya casi es un cliché vituperar en las esquinas. Pero está también esa tendencia regresiva a interpretar la producción intelectual alimentando la excepcionalidad de los personajes en figuraciones míticas, casi en el límite de la hagiografía militante, en vez de hacerlo desde las relaciones sociales, económicas, intelectuales y afectivas en que esos proyectos políticos germinaron o se transformaron”.
--¿Hasta qué punto los siete ensayos del libro fueron escritos con los ecos de la cuarta ola del feminismo, con las mujeres en las calles y con los pañuelos verdes por la lucha por la legalización del aborto? ¿Te proponías establecer un diálogo entre el pasado y el presente para en cierto sentido mostrar esa conceptualización de Lenin, que establecía que “la comprensión histórica no se realiza en línea recta, sino en una línea curva, en una serie creciente de círculos, en una especie de espiral”?
--Toda producción intelectual se realiza en un contexto, dentro de un estado de la imaginación al que, quiéralo o no, está ligada por una relación de antipatía, de empatía o de disidencia insatisfecha. La frase de Lenin un poco explica que una época no siempre sea vivida del mismo modo. La distancia entre la legislación formal y la demanda social de un tema como el aborto es un ejemplo. Pero en el libro aparece subrayado que el pensamiento hegemónico dispone para la intervención intelectual crítica o emergente un emplazamiento sospechado e incluso a veces recelado. Escribí este libro tratando de salir de la naturalización conformista del consenso que marca el pulso a la corrección política progresista, pero siempre cuidándome de no hacer el juego a las posiciones reaccionarias. Ahí, pienso, también se puede leer el síntoma de una época.
--Algunas historias están atravesadas por una especie de “dispositivo político” aglutinado en “leer-escribir-traducir-amar”, que se explicita en Lenin-Krúpskaya, Lenin-Armand y Gorz-Doreen. ¿Cómo impacta la configuración del imaginario amoroso en este “dispositivo político”?
--No estoy seguro de que se trate de un dispositivo. Creo más bien que es un patrón que se repite en esas relaciones y en otras, como las de Benjamin y Lācis, Gramsci y Julia y Althusser y Madonia. La dinámica de esas relaciones se da por un encantamiento a la vez amoroso e intelectual. Quiero decir: la conquista amorosa está íntimamente ligada al reconocimiento de la potencia intelectual y afectiva del otro. Lo que la serie de relatos deja al descubierto es una redefinición (en la práctica) del espacio constitutivo de la experiencia amorosa. Ya no se restringe, como en el paradigma burgués que tanto indignaba a Emmanuel Berl, a un plano de componentes sentimentales que se montan al régimen de propiedad. Al contrario: lo intelectual y lo afectivo se unen en las experiencias políticas.
--En Armand aparece insinuado un asunto complejo, cuando se recuerda que ella no podía evitar “hacer un escándalo cada vez que una señora progresista confesaba amar a Tolstói aun cuando en Guerra y paz afirma que Natasha sólo llega a ser una mujer completa luego de contraer matrimonio”. Lo complejo es la exacerbación de una lectura moral que deviene tribunal de censura, que podría prohibir lecturas diversas. ¿Qué límites o peligros encontrás en esta especie de “radicalización moral”, por más paradójico que suene?
--Lo que Armand no soportaba era la contradicción ideológica y la pasividad conformista. Leía políticamente porque buscaba integrar la lucha feminista al proceso revolucionario. No apuntaba a denunciar al macho represor que podría adivinarse en la voz de ese narrador tolstoiano desde una lectura lineal. Más que la moralidad le importaba que la lectura se hiciera sobre un horizonte de totalización de las relaciones humanas. Le exigía a las mujeres una lectura politizada de los objetos de la cultura. No solo para que pudieran identificar los ideologemas con que se las menospreciaba, sino sobre todo para que comprendieran la importancia de integrar su lucha a la lucha del proletariado en general. Que fueran capaces de ver la lucha particular en una lucha general: que no se proclamaran progresistas aceptando dócilmente la subordinación, que no se conformaran con sumarse a la lucha feminista aceptando una estructura económica de dominación y explotación.
--¿Althusser sigue siendo “una sombra maldita” al interior del movimiento comunista europeo? ¿El hecho de haber asesinado a Hélene, de haber sido un “femicida”, relegó su obra “al basurero de la historia”?
--En la nota que abre el libro señalo con especial dedicación el hecho de que las historias ahí reunidas remiten a contextos precisos, a estructuras del sentir y estados de la imaginación históricamente distintos del nuestro. Por eso creo que es un error juzgarlas desde los criterios consensuados en el presente. Y por esa razón, por ejemplo, creo que la carga que hoy arrastra la palabra “femicidio” excede incluso la brutalidad del anacronismo. Mi impresión es que, más allá del estupor que causó, el asesinato de Hèlene a manos de Althusser terminó convirtiéndose en un punto de corte, un acontecimiento a partir del cual se pudo dejar de lado, sin necesidad de argumentar contra ella, una filosofía que incomodaba por igual al marxismo humanista y al estructuralismo, más aún: a un pensamiento político recelado y sospechado tanto por la cúpula burocrática del Partido Comunista como por los liberales y los progresistas.
--¿Por qué el talón de Aquiles de la izquierda ha sido interpretar las relaciones amorosas como relaciones sociales alienantes del pensamiento burgués?
--Existe la idea errónea de identificar ciertas tomas de posición de la izquierda partidaria en determinados contextos con las de la reflexión filosófica de izquierda acerca de la cuestión amorosa. Se trata de una falacia que es producto del desconocimiento. No hace falta llegar a los trabajos de (Alain) Badiou. Para desmentir esa superstición tan difundida basta con leer al Marx de los Manuscritos, para quien el amor es una de las pocas relaciones a través de las cuales se puede juzgar el nivel de desarrollo de lo humano, al Benjamin del Diario de Moscú, que critica la trivialización del amor y de la vida sexual que se hace bajo el credo comunista, o al Gramsci de las Cartas, que afirma la imposibilidad de amar a una colectividad sin antes haber amado a seres particulares. Las historias que se cuentan en el libro en cierto modo dejan ver que, en la praxis revolucionaria, las relaciones amorosas configuran experiencias únicas de compromiso con la libertad, muchas veces por encima de los mandatos miserables de las dirigencias partidarias.