-¿Adónde vas, hijo?
-Ahora vuelvo así comemos -le respondió Michel Campero a su mamá, antes de bajar las escaleras.
En la vereda, se cruzó con otros familiares.
-¿Querían que pase las Fiestas con ustedes? Bueno, ya está... -les dijo.
Ya era de noche, el lunes 6 de enero de 2014, cuando Michel sacó la Honda Fan del garaje de la casa de su madrina, la prendió y aceleró por calle Medrano. Como no volvía, su familia lo buscó por todos lados. Consultaron en comisarías y hospitales. Nadie sabía nada. A media mañana del martes, una llamada que recibió la madrina del chico dejó a todos desolados.
La cuadra de Valle Hermoso al 1500, en pleno barrio La Cerámica, es un fuego cuando el sol de febrero pega sobre las casitas de material. Ninguna se parece a la otra. En esas calles todavía hay marcas de la adolescencia de Michel. Están en los postes de luz pintados de rojo y negro y en paredones castigados por el paso del tiempo. A pocas cuadras de su casa, en el límite de una canchita de fútbol donde el segundo sábado de marzo la tarde se presta fresca para un picadito, una pared tiene su nombre y el de otros pibes del barrio. En Medrano y Caliqueo también hubo una pintada. Emanuel, amigo de Michel, vive enfrente. Mientras recorre con el dedo índice las letras borroneadas en el ladrillo, cuenta que el barrio no es como antes, cuando se juntaban más de veinte chicos en la esquina. Ahora, "casi todos están en cana, o ya no están", lamenta.
En la planta alta de Valle Hermoso, apenas pasando Medrano, Marisabel Bauer conserva cada espacio como estaba hace cinco años. Las fotos familiares desbordan cuatro marcos sobre una pared del living. Un par de cortinas negras se mueven con la brisa caliente que entra desde la esquina, mientras Canob sacude la cola y salta cuando llegan visitas. Heredó el nombre del perfil de Facebook de Michel, por su fanatismo con el club del Parque. Arriba del sillón rojo de dos cuerpos otra cortina transparenta la bandera que la mujer lleva a cada reclamo de justicia desde que su vida cambió. Tiene una frase estampada: "Dicen que por muy corto que sea el camino, quien pisa fuerte deja huellas".
Para Marisabel, ningún día se parece al anterior. Hoy dice que en el camino de búsqueda del saber hacer, se fortaleció. Recuerda que en octubre de 2018 acompañó a Laura, la mamá de Brandon Cardozo, durante el juicio al policía que abatió a su hijo en 2016 y desde afuera del Centro de Justicia Penal vio entrar a una mujer que conocía. Un adolescente la llevaba a la rastra; imaginó que era su nieto. La vio deteriorada, con el cuerpo torcido. Cristina era esposa de un amigo de su marido, en los 90. Cuando la mujer salió del Tribunal, ella se acercó a saludarla.
-¿Te enteraste, Flaca? Me mataron a mi Mariano... -la sorprendió.
Marisabel la abrazó.
-Acá hay dos caminos posibles, Cristina: la luchas o te morís... Cuando nos matan a nuestros hijos no tenemos más opciones -le respondió.
La mujer la miró, desgarrada, y Marisabel le recordó que tampoco supo qué hacer cuando le tocó. Entonces cayó en la cuenta de que Cristina empezaba a transitar su mismo dolor. Un camino que fue descubriendo sola. "Pensé que me iba a morir en el intento", reflexiona sobre ese logro. El personal, que también es colectivo.
Marisabel tiene 44 años. Nació en Rosario y se crió en La Cerámica, al norte de la ciudad, cerca del río Paraná. Su madre, Isabel, fue el pilar de su vida. "Era muy trabajadora, la que nos enseñó todo", le reconoce.
En tercer año dejó la escuela. Quería tener su plata. "Mi mamá nos crió bien, pero a mí me gustaba trabajar. Iba con mi madrina a limpiar un chalet en la zona del río y ella me daba una parte de lo que ganaba", recuerda. Tenía apenas 14 años cuando conoció a Ramón Campero, en El Chiquero, como le decían al baile que estaba en la zona de Rondeau y Superí. El Flaco tenía 27 años, un metro noventa y el pelo enrulado. "Era muy lindo", describe, como si lo estuviera viendo. "Yo estaba medio de novia; él me miró y me invitó a salir. Dijo que me quería para él, que yo era muy linda". Pero, no fue fácil. "Mi mamá era de las que no quería que dijeran que yo andaba con alguien más grande. Me dieron varias palizas por estar de novia con el Flaco. Fue una batalla". Se casaron el 9 de noviembre de 1989.
Ramón era camionero y trabajaba para el Mercado de Fisherton. En los primeros años de casados, solían viajar al Norte a buscar cítricos. Era como una luna de miel.
El 12 de octubre de 1992 nació Josué, en el Sanatorio de la Mujer. Ese mismo día, Marisabel cumplía los 18. Con el bebé, Ramón ya no quiso que ella trabajara. Quería salir a comer y llevarla a bailar. Cuenta que la tenía "como a una reina".
Tres años después llegó Michel, pero la alegría de haber agrandado la familia se esfumó cuando el bebé tenía 45 días. "Estábamos en un cumpleaños de 15 y se había cortado la luz en el barrio. Habían quedado las casas solas; todos vivíamos en la misma cuadra. El Flaco quería ir a ver si estaba todo bien. Yo le dije que no, que hacía mucho frío. Esperó un rato y me dijo que estaba preocupado, que ya venía". El velocímetro de la moto se clavó en 130. El perito dijo que tiene que haber ido a más de 160. Un taxi lo chocó, en Ricardo Núñez y Varela. Murió a las 48 horas, en el viejo Heca, el 1 de agosto de 1995.
Aquella fue su primera caída en la cama. Tenía 21 años y dos hijos por criar. Ramón era el amor de su vida. Fueron sus padres quienes la animaron a salir adelante. Vendió ropa para unos amigos hasta que su mamá le sacó un crédito y fueron a comprar prendas a Buenos Aires, para vender por su cuenta. Fueron años duros, en los que pasó por varios trabajos. Siempre pudo pagar el alquiler cerca de la casa de su madre, que la ayudó en cada paso.
Juntas tuvieron que soportar otro golpe, dos años después. Claudio, el hermano mayor de Marisabel, tenía problemas con las drogas, el alcohol y los delitos. Recuerda aquella época como una lucha. "Nuestro miedo siempre fue que lo matara la policía, pero le agarró un virus", lamenta. Claudio murió el 4 de septiembre de 1997, a los 26 años.
Cuando relata momentos en familia, Marisabel recuerda que su mamá se casó con Daniel en noviembre de 2005, después de estar juntos veintiocho años. "Fue una cosa de locos. Le preguntábamos a Daniel por qué había esperado tanto tiempo, y decía que quería conocer bien a la Negra", se ríe. Los padres de Marisabel se separaron cuando ella tenía un año y los dos tuvieron otros hijos. Los de su papá viven en Mar del Plata. El tenerlos lejos la hacía sentir algo de distancia. Cree que por eso nunca quiso tener más hijos, y Michel se lo reprochaba.
-Qué querés que haga Michu, si papá murió. Si no, seríamos más -respondía al reclamo. No era un capricho, a Michel le pesaban las pérdidas.
-¡Qué bronca esos dos giles de mierda, mami, nos dejaron más solos!
-¿De quién estás hablando, Michu?
-De mi papá y de mi hermano...
Josué tenía 16, el 9 de enero de 2009, cuando chocó con la moto enfrente de la casa de sus abuelos paternos. Estuvo tres días en terapia intensiva, sin expectativa de sobrevivir. Su muerte devastó a Marisabel. "Siempre que cuento esto digo que fueron tres meses, pero en realidad no sé cuánto tiempo pasó". Días y noches pasaba tendida en la cama. Fue Michel quien la sacudió, con solo 13 años. "Un día me enfrentó enojado, muy triste. Se paró frente a mí, con las manos en la cintura. Me pidió que viviera por él".
Marisabel guarda cada frase y la repite con el tono de su hijo. Lo imita, como si se quejara de nuevo. Revive cada palabra, cada gesto. Reconstruye diálogos.
-Yo te entiendo, vos querés morirte porque no tenés más a Josué, pero yo en realidad perdí todo, mamá. Perdí a mi papá, a mi hermano y mejor amigo. Si a vos te pasa algo voy a quedar huérfano -le espetó.
Fue un cachetazo.
Con el tiempo, pudo volver a trabajar, empezar a construir una casita arriba de la de su madrina e iniciar con Michel una vida de a dos. En verano, iban a visitar a la familia de Mar del Plata, donde él solía quedarse más días. Sus tíos Adán y Estrella guardan en el corazón aquellos momentos en la costa, las risas, los asados en familia y las noches de playa.
Michel era el consentido con la excusa de que no llegó a conocer a su papá. Pero cuando murió su hermano se convirtió en el mimado de toda la familia.
En tercer año, Michel dejó de ir a la escuela. Su mamá dice que lo sacó antes de que lo echaran.
Las anécdotas de la 540, en Salvat y Varela, todavía la hacen reír. "Iban todos los pibes del barrio, todos se portaban mal, pero siempre me llamaban a mí porque era la única madre que iba. Los chicos saltaban el paredón para salir a la granja a comprar la merienda, o al kiosco a comprar cigarrillos", recuerda. Creyó que si lo expulsaban no iba a poder entrar a ninguna otra escuela.
Michel era el consentido con la excusa de que no llegó a conocer a su papá. Pero cuando murió Josué se convirtió en el mimado de toda la familia.
A los 14, encontró su pasión. "Él era hincha de Boca, pero con Newell's se viajaba, se iba a la cancha, se hacían cenas. Y se hizo de Newell's... Un día le dije que no lo dejaba ir a la cancha", recuerda la madre.
-Hagamos un trato: vos me dejás o yo me escapo -la convenció.
Marisabel no podía contener la risa con esas salidas. "Le di permiso con la condición de que me avisara apenas llegue. Después, se me hizo de la barra. Hizo el diseño en su habitación. Era su pasión, su locura, escribía las canciones, me volvía loca cantando. Hasta que me hizo de Newell's. Era adrenalina lo que tenía".
Pero, cuando los partidos terminaban, el dolor volvía. En sus cumpleaños, los 17 de junio, Michel iba al cementerio a llevarle dos rosas rojas a su hermano. Se pasaba horas allá. Marisabel se enteró de esas visitas porque un año la familia lo esperaba para festejar y cuando lo vio atravesar la puerta le preguntó furiosa dónde había estado.
-Vos sabés que necesito estar con mi hermano también -le contestó.
En el nicho de Josué hay decenas de mensajes. Uno es de 2010: "Te extraño con toda mi alma, Josu". Se lo escribió Michel.
Esa pérdida llevó a otra. Isabel tenía 58 años, en 2011, cuando murió tras soportar nueve meses un cáncer de intestino. Un médico le dijo a Marisabel que podía ser consecuencia de la tristeza por la muerte de Josué. "Él era su nieto preferido. El primero. Se paraba en el pasillo a esperar que el Gordo lleara a pedirle tarasca o un sándwich, pero decía que nunca iba". Aunque perder a su madre la destruyó, Marisabel no perdió la fortaleza que le reclamó su hijo. Y de algún modo, él se lo agradecía.
"Aunque te castigó el dolor / me abrazaste con tu amor / quiero sentir tus brazos / donde no se siente el frío / no mires para allá / vení, quedate al lado mío", reza la letra de Superhéroe, una canción de Esteban El As, ídolo de Michel. "Siempre me la dedicaba", dice Marisabel.
(Fragmento del fascículo de la Colección Escribirte en la Historia, que publica el Museo de la Memoria sobre violencia institucional).