La Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner lucía repleta el viernes pasado. Hasta las ubicaciones en los pisos más altos y alejados del gran auditorio estaban ocupadas por el público que esperaba escuchar un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. Stefan Lano, nombre querido y respetado, era el director invitado. El programa, particularmente atractivo y para nada complaciente, anunciaba la Sinfonía nº8 Op.65 de Dimitri Shostakovich y Siete Canciones sobre textos de Rainer María Rilke, del mismo Lano, con la participación de la soprano japonesa Eiko Senda.
A la hora señalada para el inicio del concierto, con la orquesta sentada en sus atriles y afinada, se produjo la escena que se repite desde hace meses: en el frente del escenario los músicos desplegaron el cartel “Sinfónica Nacional en crisis” y los delegados, en nombre de sus compañeros, explicaron una vez más al público que el organismo atraviesa una “grave situación, presupuestaria y salarial, por las políticas de desfinanciamiento de la Secretaría de Cultura de la Nación”. Una vez más los músicos le contaron a su público que a pesar de los continuos reclamos, los músicos y el personal de la OSN siguen sin recibir respuesta alguna por parte del Secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, silbado desde distintos sectores de la sala cuando se pronunció su nombre. También contaron que, como contrapartida a la indiferencia oficial, el 5 de julio pasado se presentó en el Congreso Nacional un proyecto de ley para jerarquizar funcional y artísticamente a la OSN, además de federalizar su actividad. El proyecto, que espera su sanción, cuenta con al aval de numerosos diputadas y diputados nacionales y su anuncio fue saludado en el concierto con un estruendosos aplauso.
Las brumas de la crisis y el malhumor que conllevan se disiparon apenas Lano subió al podio y comenzó con las Siete Canciones sobre textos de Rainer María Rilke. La obra del director norteamericano elabora una interesante gama de tonos dramáticos, que nunca son patéticos. Por momentos deja asomar algunos arrumacos vanguardistas, pero se impone el fulgor melódico. En este sentido el desempeño de Senda, ubicada detrás de la orquesta y no en el proscenio como es habitual, fue notable. La soprano japonesa logró la expresividad necesaria para cada matiz entre palabra y música, casi siempre con voz plena y dúctil. La orquesta, por su parte, reflejó con solvencia la delicadeza tímbrica de cada una de las canciones. Lano logra una orquestación leve y penetrante, como de alguna manera son las páginas de Rilke elegidas, entre ellas el terrible final, en el poema “Verkündigung” y el ángel diciéndole a la virgen lo que en castellano podría sonar: “tú no estás más cerca de dios que nosotros. Todos estamos lejos…”.
Tras el buen comienzo, el gran momento de la noche fue la ejecución de la Sinfonía nº8 Op.65 de Dimitri Shotakovich, en la segunda parte del programa. Compuesta en 1943, tras las victorias del Ejército Rojo sobre los nazis en Stalingrado, la “octava” es la central de las tres “sinfonías bélicas” del compositor ruso, concebidas en años de la Segunda Guerra Mundial. Sin programa narrativo, esta sinfonía es la abstracción del dolor ante la tragedia de la guerra. No hay optimismo posible en una música que en su amplio respiro formal está hecha, en distintas capas, de contrastes violentos. La esencia de una obra de terrible belleza se concentra en el vasto “Adagio” inicial, articulado sobre una particular idea de tiempo. Las tensiones se acumulan a través de un crescendo casi imperceptible, lento y penoso, que virtualmente explota para enseguida desintegrarse. Lano, de esos directores a los que es placentero escuchar a través de sus gestos, exaltó los contrastes expresivos de la exigente partitura y con gesto minucioso obtuvo muy buenas respuestas de una orquesta en la que también se destacaron sus solistas.
Un prolongado aplauso final redondeó la sensación de satisfacción plena que dejó un concierto de envergadura en un escenario inmejorable. Hay una sala con elevadísimos cánones acústicos y funcionales, un público ávido y leal y una orquesta que a pesar de la sordera y el ninguneo de quienes deberían potenciar su funcionamiento, mantiene altos estándares artísticos y la dignidad de seguir cumpliendo sus compromisos ante el público. Seguramente la crisis no es de la orquesta, cuyo potencial artístico quedó evidenciado. Faltan políticas en cultura y funcionarios competentes y sensibles para llevarlas a cabo.