Vértigo. Mucho vértigo. Esa fue la sensación que tuvo Tute en un bar de Santiago de Chile cuando tomó la decisión de hacer un libro sobre la relación con su padre, a fines de 2012. En un ataque de inspiración, ahí nomás se puso a bocetear en servilletas los capítulos y escenas que contendría la futura novela gráfica. Se pasó toda esa tarde dibujando. “Fue un momento extraordinario internamente. Un momento de mucho vértigo, como cuando uno está en la altura, en un precipicio, y siente atracción y rechazo al mismo tiempo. Algo que me seducía mucho pero a la vez me daba miedo”, recuerda el dibujante. Pero el proyecto no fluyó con la misma intensidad y rapidez creativa con la que nació. Tuvo que transitar un proceso, una maduración personal. “Agarré todas esas servilletas, me las traje para Buenos Aires y descansaron en mi tablero durante cuatro o cinco años. Llegué muy entusiasmado, hice la tapa del libro (que terminó siendo la contratapa) y después ya no pude meterme con eso, no estaba preparado para dibujar esos pasajes que había imaginado”.
-Tuviste que procesarlo...
-Sí, evidentemente precisé hacer una pausa. Yo creo que el final del duelo respecto de la muerte de mi viejo fue dibujado y es este libro. Finalmente, empecé a dibujarlo en 2017 y lo terminé en el verano de 2018. La realización del libro fue bastante rápida, lo que demoró es el duelo, tomar la distancia… la distancia que es tiempo.
El libro en cuestión es Diario de un hijo (Sudamericana, 2019) y recorre con belleza poética y humorística el vínculo entre Tute y su viejo, Caloi, uno de los maestros del humor gráfico argentino fallecido en mayo de 2012. “El tono por suerte lo encontré bastante rápido. Y una vez que encontrás el tono encontrás todo, porque ya sabés cómo aprender a hablar, cómo decir. Funcionó como lo hacen mis páginas dominicales: arranqué sin saber bien qué es lo que iba a hacer”, explica Matías Loiseau, más conocido como Tute. “La primera premisa que me propuse fue dibujar mi estado anímico y emocional a partir de la muerte de mi viejo; cómo me sentía en ese momento, que es lo que aparece al principio del libro, como si yo fuera un dibujo que empieza a perder sus líneas hasta convertirme en un punto. Y la necesidad de volver a dibujarme, de volver a encontrar mis propias líneas, un trabajo de reconstrucción”, dice de manera metafórica y no tanto.
A lo largo de las páginas, Tute despliega todas sus facetas y sus herramientas gráficas: la síntesis poética, la experimentación, el humor absurdo, el buen uso del silencio y un trazo simple y reconocible. Va desde la viñeta más minimalista y despojada hasta el barroquismo. Página en blanco y otras a todo color. En este libro cuenta su historia. O parte de ella. Desde su nacimiento hasta la muerte de su padre. “Yo narro una historia como me la contaron o como la recuerdo y mi inconsciente me dice: ‘sí, pero no era tan así’. Aparecen recuerdos míos que son corregidos por mi inconsciente u olvidos que son evidenciados por él. Me juega ahí como de contrapunto: pinchándome, peleándome y discutiéndome”, cuenta. Hay escenas maravillosas y muy importantes en su vida y su trayectoria: vacaciones familiares junto al Negro Fontanarrosa, divertidos encuentros y desencuentros con Quino –quien se terminó convirtiendo en admirador de su obra—o el momento en el que Caloi le dice que pruebe estudiando diseño gráfico.
“La fortuna o lo que tiene a favor el laburo de mi viejo es que fue un tipo con una conexión muy natural con la gente, con el pueblo y eso lo convirtió en uno de los grandes artistas populares. Que son esos artistas que se conectan sin ningún esfuerzo con un sentir colectivo, como Leonardo Favio lo hacía desde su cine y su música. O el negro Dolina desde la radio”, resalta Tute cuando se le pregunta si, de algún modo, este libro aporta para mantener en vigencia la obra de Caloi. “Creo que la obra de mi viejo no precisa reivindicación, por ahora. Cuando terminé este libro pensé: ‘qué lindo va a ser para Olivia leerlo’. Olivia es mi hija menor, tiene seis años y va a poder conocer a su abuelo aunque sea a través de la mirada de su papá. Después, respecto de la importancia de la obra de mi viejo... si, uno siempre desearía que tuviera la permanencia y la popularidad que tuvo durante toda mi vida. Pero, bueno, como dice Borges, ‘finalmente todo es del olvido’”.
-El libro va tomando color con el correr de las páginas, durante el viaje narrativo, encontrando sus líneas luminosas, ¿Cómo fue ese proceso?
-Es que está hecho como las páginas dominicales, me fui encontrando yo también en este libro y fui encontrando a mi viejo. Empiezo dibujándome de una manera y termino dibujándome de otra. Y lo mismo a mi viejo, no corregí nada. Entonces, ese proceso está, quise conservar esa frescura en el libro. Y lo segundo que encontré es el tono: ¿cómo voy a contar esta historia? Tengo los títulos, los pasajes que quiero dibujar de la relación con mi viejo y mi propia vida. ¿Cómo lo dibujo? Y ahí apareció golpeándome la puerta el inconsciente y convirtiéndose en una suerte de Virgilio que me acompaña en todo el libro, de ladero, que me sirve además de contrapunto para contar mi historia. Lo más difícil fue qué dejar afuera porque había muchas cosas para dibujar, pasajes interesantes. Y además una cuestión: ¿hasta dónde quiero mostrar mi intimidad? Quería hacer un libro honesto pero al mismo tiempo soportable. Entonces, tenía que lograr que la historia que quería dibujar fuera soportable para presentar. Tenía miedo de quebrarme. En un momento soñaba que llegaba a la Feria del Libro, estaba toda la gente ahí y yo rompía en llanto y no podía parar de llorar. Pero me encontré con que podía hablar del libro, constaté que el duelo estaba hecho. Es transformar algo doloroso en un hecho artístico.
-¿Y se termina un duelo, se logra aceptar que uno no va a ver más a alguien?
-En términos psicológicos, yo creo que los duelos se terminan. Lo que no se termina nunca es esto de extrañar esa persona. Si uno piensa el duelo en términos de angustia, los duelos se elaboran y terminan; después el recuerdo pasa a ser de otra manera. Puede estar la tristeza o seguir extrañando las cosas que hacías con esa persona. Pero creo que el duelo es el aprendizaje de una cosa muy importante: convivir con esa ausencia. Ese agujero no se va a tapar nunca, lo que uno aprende es a convivir con eso. En el camino te caes a un pozo, no podés entender, te enojás, te pasan mil cosas. Y de hecho todo eso también se convirtió en uno de los registros del libro: la desesperación que uno siente en el transcurso de ese duelo por salir de la angustia. ¿Cuánto duele un duelo? ¿Y cuánto tiempo dura un duelo? Y eso es un camino, un proceso que necesita tiempo, voluntad y fortaleza. Me tranquilizó mucho encontrarme con la respuesta de la gente. Y notar que el libro se convertía en un espejo de sus propios duelos. Y yo empezaba nuevamente a desaparecer. Y eso me dejó muy tranquilo porque la respuesta de la gente es eso: el libro les sirve como un instrumento para elaborar sus propios duelos.
-En un momento del libro hablás de la doble referencia: como padre y como artista. Pero lográs encontrar un estilo propio después de una larga búsqueda…
-Un padre artístico, sí. En ese sentido, por suerte tuve una saludable inconsciencia, cuando arranqué en esto, porque yo no sé si le recomendaría a alguien que es hijo de alguien tan destacado en una disciplina artística que se dedique a lo mismo. Quizás es un poco desaconsejable. Pero yo lo viví con mucha naturalidad y mucha inconsciencia, porque para mí era un motor, nunca fue un problema eso en mis inicios. Después sí, como cuento en el libro, me encontré con que tenía que matar a mi viejo simbólicamente, desde el punto de vista psicoanalítico, para poder encontrar mi propio camino, mi propia voz, mis propios asuntos. Y eso fue un proceso largo de maduración, una búsqueda de una identidad propia, de una geografía personal. A los maestros es tan importante faltarles el respeto como respetarlos. Y creo que ahí se da una conjunción de cosas: por un lado la admiración, la formación, el respeto. Y por otro lado la necesidad de encontrar un espacio y defenderlo. Ahí empieza a tallar el ego bueno. Todos los días alguien se sorprende cuando se entera de que soy el hijo de Caloi. Cuando yo empecé a dibujar todo el mundo decía "si este no es el hijo es un chorro". Entonces, que hoy la gente se sorprenda porque no se imagine a través de mi dibujo que soy el hijo de él me parece que está bueno. En 2004 empecé a desarrollar una cosa absolutamente nueva, fue un camino largo.
-Mostrar las tachaduras y los errores de los bocetos son una constante en tu estilo, ¿Qué encontrás en esas líneas primarias?
-Es una decisión que tomé hace mucho tiempo: dejar el error como parte de la construcción, que es un poco como es la vida. Hay una belleza en el error y una verdad, lo otro es maquillaje. El furcio aparece permanentemente. En el dibujo, hay algo del error que para mí es lindo, dejar que está a la vista. Y lo otro es como un maquillaje. Uno también elabora y tacha y sintetiza. Y en el dibujo el equivalente es hacer un lápiz, borrar, volver a hacer el lápiz. Primero un boceto, después el lápiz y después el pasado a tinta. Pero también es cierto que en todo ese proceso algo se pierde, algo se diluye, algo de lo primigenio; algo de lo original se pierde para siempre, que es lo que pasó en mi tablero durante muchos años. Yo dibujaba con todas estas etapas y resulta que lo que quedaba en mi mesa me resultaba mucho más atractivo que lo que terminaba mandando al diario o a la revista, que era algo más maquillado. Si bien era más preciso había algo de lo gestual que se perdía.
La política y la sutileza
"¿Y vos qué vas a hacer cuando seas grande?", le pregunta, con gesto sobrador, un hombre a un niño. "Peronista", responde a secas el pequeño. Esa viñeta se publicó hace algunas semanas en la contratapa del diario La Nación, medio en el cual Tute trabaja desde hace veinte años. Y en las redes sociales dividió las aguas de sus seguidores, que cada vez son más. Lo mismo le sucedió cuando asistió a la presentación del libro de la ex presidencia Cristina Fernández, Sinceramente, y se mostró en una foto junto a Teresa Parodi. Los grandes tópicos de este poeta gráfico son los temas más universales y atemporales: el tiempo, el amor, Dios, la vida y la muerte. Pero en los últimos años aparecieron en sus viñetas otras temáticas, más coyunturales, como su abierto apoyo al proyecto de legalización del aborto.
“A mí me aman hasta que me meto con la política. Con el tema religión y con la política se dividen las aguas. Yo tengo mi ideología, estoy orgulloso de eso. Y después si alguien no tolera que yo manifieste lo que pienso, el problema es del otro, no mío”, explica. “Pero si tuviera que elegir un tema en general es el de los vínculos y el de las conductas humanas. Ahí me doy cuenta de que pongo el ojo naturalmente. Cada dibujo es como una pregunta: ¿por qué pasa esto? ¿por qué somos como somos? ¿por qué decimos lo que decimos? ¿qué se esconde detrás de lo que uno dice? Son elementos que el humor gráfico comparte con la poesía, con la filosofía, con el psicoanálisis, esto de rascar a ver qué hay atrás”.
-¿Y por qué sentiste la necesidad en el último tiempo de reflejar en tus tiras temas más coyunturales?
-Por un lado, el estado de las cosas me preocupa profundamente, me entristece y me genera inquietud. Y por otro trabajo en un medio que tiene una línea editorial y unos intereses que no comparto y que me obliga a un ejercicio que para mí es maravilloso: el de la sutileza. Y el de la convivencia también, porque yo trabajo ahí. Creo que ese ejercicio también fue perfilando mi modo de enunciación, mi manera de trabajar y me gusta. No dejo de expresar nunca mis ideas. Muchas veces cuando se trata de cuestiones políticas o sociales siento que voy jugando pegadito a la raya y tratando siempre de pasar un pie del otro lado o de correr ese límite un poquito más. Y todo lo que me toca, de alguna manera, aparece en mis dibujos reflejados. Siempre, siempre. Y por supuesto la cuestión política y social también está. Y además también creo que el humor gráfico de autor, el que no se encolumna detrás de una línea editorial, siempre está expresando una idea política. Todo humor es político. No hay dibujo inocente. Me interesa aportar, desde mi mirada, lo que me parece urgente y necesario. Y todo lo que no pueda expresar o que no encuentre la forma de hacerlo a través de mi humor publicado en el medio en el que estoy, lo hago en mis propios medios, en las redes.
-¿Y qué te pareció la fórmula Fernández-Fernández?
-Me encanta, me produjo mucha alegría y me esperanza respecto de esto que hablamos antes, del estado de las cosas. Creo que es absolutamente necesaria una vuelta a un gobierno que mire a la gente, que se ocupe de los que menos tienen, de los trabajadores y trabajadoras, de la mujer, hablando de la cuestión de género. De nuestros viejos y nuestras viejas, de los derechos de los que laburan. Me parece que es absolutamente necesaria una vuelta a un gobierno popular. En muy poco tiempo, le hicieron mucho daño al país, salís a la calle, nomás, y te das cuenta. No hay que ser un agudo observador de la realidad para notar que el país está muy mal, que está mucho peor, y que cada vez hay más gente en la calle. A veces el paisaje cotidiano es medio cuerpo de una persona adentro de un tacho de basura revolviendo. No podemos naturalizar eso, es tremendo. Es muy preocupante. Pero hay una luz de esperanza.