La entrega de miles de pibes a una fuerza de seguridad constituye, sin dudas, una respuesta que va en sintonía con las políticas clasistas, excluyentes y discriminatorias que promueve este gobierno. Es más, son precisamente esas políticas las que agudizaron el problema de exclusión social de la población joven en general y, particularmente, los de la franja de edad comprendida entre los 16 y 18 años, a quienes va dirigido el proyecto de “colimba remixada”.

Al respecto caben en principio dos observaciones. La primera es que la gran cantidad de chicas y chicos que no trabaja ni estudia no es nueva pero en los últimos años se ha acrecentado considerable y desvergonzadamente, conforme se incrementaron los valores de pobreza y desocupación, el deterioro educativo, la falta de políticas específicas para ese grupo poblacional, etc. La segunda observación pretende desmitificar lo que intenta mostrarse como la única salida posible para paliar la desprotección a la que están sometidos los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Por supuesto hay otras salidas y las hubo en el marco de gobiernos democráticos. Para dar sólo un ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires y ante el mismo problema, allá por el año 2004, se implementó un Programa, desde el Ministerio de Educación jurisdiccional, llamado “Escuelas de Reingreso” (hay un documental que se denomina precisamente 16 a 18 de Daniel Samyn que cuenta la experiencia, desde las voces de sus protagonistas). Se trata de escuelas secundarias (que siguen funcionando actualmente) en las que los jóvenes son acogidos, cuidados y enseñados por un cuerpo de profesores comprometidos y especializados, con regímenes de cursada y promoción que evitan el “fracaso”, que se hacen y piensan cotidianamente. Son estas escuelas “dedicadas” (no sólo “destinadas”) a estudiantes con rostros, con nombre y apellido y con historias que muchas veces resultan revertidas a partir de una experiencia formativa que les abre nuevas y valiosas posibilidades.

En contraposición a esta experiencia, resulta por demás llamativo que el Proyecto de “Colimba Re-mixada”, pretenda asegurar una educación en valores. Desde el punto de vista pedagógico, la educación en valores adquiere sentido en tanto se experimente, formado parte de una propuesta seria y valiosa de contenidos, en manos de docentes preparados para realizarla, y no mezclando lo que se dispone, ¿las sobras?, para dar educación a los que menos tienen. Nada de presupuesto. Un curso de plomería, el contacto con drones y algo de “equinoterapia” se presentan como los ingredientes de una dudosa receta a implementar por personal preparado para otra cosa (no para educar, para enseñar; sí quizás para reprimir a los jóvenes) que pretende formar ciudadanos “respetuosos”. ¿Cómo es posible esperar respeto si el Proyecto en sí mismo y, dadas sus características, no respeta a sus destinatarios privilegiados? Más bien todo lo contario, los humilla.

A diferencia de otras épocas, como adultos tenemos que saber que en los tiempos que corren el respeto (por las instituciones, por las personas) y el reconocimiento sólo pueden pretenderse, sostenerse y renovarse si se dan recíprocamente. Difícilmente un joven o una joven de hoy, nos autorice a educarlos, a enseñarles si nosotros como generación adulta no los reconocemos y respetamos en sus particularidades, sus divergencias, sus necesidades, sus sentimientos, sus gustos, sus pasiones, sus temores… Enseñar, educar, hoy más que nunca, exige saber escuchar.

He aquí las bases para una propuesta educativa que parte de un problema, como el que se presenta, y lo aborda como un desafío pedagógico. Es decir, que se esmera en ofrecer las mejores alternativas educativas que no solamente nos quita el tema de encima, sino que tiende a enriquecer el proceso formativo de las nuevas generaciones, permitiendo su crecimiento, su despegue, su inserción y su participación plena en la sociedad.

Como adultos, tenemos que aprender que si pretendemos educar, enseñar a los nuevos, para que ellos mismos se formen, obren sobre sí mismos, tenemos que hacerlo a través de políticas y prácticas pedagógicas que los reconozcan, los respeten y brindarles en cada caso no las sobras, sino lo mejor y más valioso que tenemos para ofrecerles, para legarles, porque nosotros mismos lo amamos y valoramos. Es la única manera de lograr una sociedad más inclusiva, más justa, y más digna de ser vivida y compartida por TODOS/TODAS/TODES.  

* Dra. en Educación. Docente-investigadora. Fac. de Filosofía y Letras, UBA.