José Burucúa es doctor en Filosofía y Letras (UBA) e historiador del arte. De joven quiso ser médico para cumplir el deseo de su padre; luego prefirió ser matemático para satisfacer el anhelo de su tío; pero un día, al ver que nada lo conmovía lo suficiente, reflexionó sobre sus propios intereses y no retrasó su decisión ni un segundo más: se inscribió en Filosofía y Letras. En la actualidad, se constituye como una de las grandes referencias en el campo de las humanidades, área de investigación que no duda en reivindicar ante los ajustes presupuestarios del Conicet. Apasionado del Renacimiento italiano, sostiene que los humanos deben recuperar la curiosidad que tienen de niños y relegan cuando se vuelven adultos, al tiempo que ejercita su capacidad de relacionar el arte y la ciencia, dos líneas paralelas que, afortunadamente y según su perspectiva, a menudo se cruzan.
--Hasta hace poco poseía una biblioteca con casi diez mil volúmenes. Sin embargo, la primera vez que la tuvo ordenada fue cuando la donó a la Biblioteca Nacional.
--Estuve cuatro meses para ordenarla, pero lo cierto es que cuando estuvo lista, por fin, la vi hermosa. Solo me quedé con clásicos y poquitas cosas de literatura. Tenía un tío matemático del cual heredé muchísimos libros inhallables de filosofía de la ciencia; de él recibí, por ejemplo, la obra completa de los presocráticos. Por otro lado, obtuve la biblioteca de mis padres, que eran lectores muy ávidos y consumían mucha literatura francesa e italiana. Para colmo, mi suegro coleccionaba libros antiguos y, como era de esperar, junto a mi esposa, también reunimos una cantidad muy impresionante. Leíamos todo el tiempo, éramos curiosos.
--Ya que lo menciona, se trata de un rasgo central que deberían ejercitar los científicos. ¿Por qué si los humanos somos curiosos de pequeños, cuando crecemos dejamos de serlo?
--Es que para humanizarse uno tiene que cultivar la capacidad de pensamiento, entrar en el mundo. Pertenecer a una sociedad implica respetar reglas que nos separan de cierta libertad que experimentamos cuando somos pequeños. Cuando nos volvemos grandes nos ponemos más pragmáticos, adoptamos algunas maneras de pensar que, con matices, respetamos hasta el final de nuestros días. Y eso, claro, aplaca nuestras mejores ganas de imaginar otros mundos y vidas posibles, aunque siempre quedan márgenes.
--Usted imaginó muchas vidas posibles. De hecho, primero quiso ser médico, después matemático pero terminó siendo historiador del arte.
--Todavía me gustaría ser médico, moriré con esa frustración. Mi viejo fue un gran médico, una persona tan inteligente como difícil. Apenas arranqué la carrera, de joven, advertí que siempre sería su sombra y, además, sentía que se preocupaba demasiado por mi futuro. Aunque lo hubiera querido nunca habría sido como él; era imposible, me quería perfecto. Había terminado la escuela secundaria, donde me había sentido realmente libre y cuando llegué a la universidad me topé con un autoritarismo insoportable. Un profesor nos tomaba exámenes de espaldas, lo recuerdo todavía presente. Así que me pasé a las matemáticas pero tampoco funcionó, los números no me querían y yo tampoco a ellos. Como algo tenía que estudiar fui a Filosofía y Letras y conseguí ser extremadamente feliz. El arte y la ciencia siempre me habían apasionado.
--Acostumbramos a juzgarlos como dos mundos bien distintos: ¿qué tiene el arte de ciencia y qué tiene la ciencia de arte?
--No hay momento en que el arte haya sido ajeno al despliegue de la ciencia porque, como es lógico, la creatividad es una virtud que ambos campos cultivan. Mientras que la ciencia busca tener las emociones bajo control, el arte no puede prescindir del contenido emocional. Esto no quiere decir que la ciencia no tenga emoción, aunque es cierto que se pone entre paréntesis al momento de elaborar metodologías para conseguir determinados resultados y rozar la verdad. Por otro lado, la técnica artística requiere de una disciplina muy semejante a la del descubrimiento científico. También tiene un método muy sutil, complejo, con muchas variables en juego; la propia acción de un pintor que mezcla un pigmento con un solvente específico requiere de una precisión quirúrgica, de una práctica de ensayo-error y de una observación tradicional, paciente y antigua.
--Además, los avances científicos contribuyeron a la transformación del arte.
--Tal cual, en el siglo XVIII tenemos el descubrimiento de los primeros colores sintéticos. Por otro lado, el color del pomo que existe recién a partir del siglo XIX volvió posible la pintura frente al paisaje. La investigación de los aceites y el crecimiento exponencial de la industria química posibilitaron nuevas formas de pintar. En el XX, el descubrimiento del acrílico modificó las prácticas escultóricas y permitió una fluidez de las formas que antes no existía con el cincel y el martillo.
--En su tesis de doctorado realizó un estudio acerca de las ideas de Galileo Galilei sobre las artes figurativas.
--El primer experimento exitoso en la Europa del Quattrocento es la perspectiva. Había un problema. Se trataba de representar lo visible de tal manera que provocara la ilusión de una visión directa del mundo, es decir, la idea de mímesis llevada a su máxima expresión. Para realizarlo era necesario recortar el objeto, encorsetar la experiencia y encaminar un proceso de matematización de lo real que, en definitiva, permitía alcanzar una verdad parcial, esto es, una verdad científica. Hoy sabemos que el ojo se mueve de manera constante pero siempre hay un punto muy efímero en el cual se fija y, en ese momento es cuando se produce la pirámide de la perspectiva. Bajo estas premisas, Galileo --que conoció y estudió profundamente el arte de la perspectiva-- se dio cuenta de que esa era la prueba que necesitaba para mostrar que la matematización de lo real nos llevaba al conocimiento de la ley física de lo real. Entonces, cuando presentó su telescopio al Senado de Venecia lo enunció muy claro: “Esto lo he fabricado gracias a la recóndita especulación de la perspectiva”.
--Es decir que ciencia y arte se retroalimentan de manera constante.
--Por supuesto, el arte también aprende de la ciencia. Por caso, cuando se produce la revolución relativista a principios del siglo XX y se consolidan las geometrías no euclidianas, son los artistas quienes se interesan por los avances teóricos científicos y buscan aggiornarse respecto de las nuevas maneras que ponían en crisis sus prácticas asociadas a la perspectiva. Por ello, en los cubistas se combinan figuras de perfil y de frente para construir nuevas imágenes totalmente diferentes.
--Da Vinci, quizás, fue el máximo exponente capaz de atravesar ambos campos.
--Leonardo realmente no podía distinguir la actividad del artista que procura representar el mundo y la actividad de la mente que pretende encontrar un orden racional. No veía distinciones, más bien, observaba dos aspectos de la misma figura, dos horizontes que necesariamente se intersectaban. Podríamos decir que toda su pintura es científica y, de forma recíproca, su ojo escrutador de científico también contenía la mirada del artista.
--Por último, sus investigaciones se enmarcan en el área de las humanidades, una de las más golpeadas por los ajustes presupuestarios. ¿Por qué defenderlas?
--Las preguntas básicas sobre nuestra condición de existencia y nuestro rol en el planeta han atravesado la historia de la humanidad. Resulta alarmante cercenar este tipo de reflexiones constituidas a partir de un conocimiento profundo de todas las respuestas del pasado. En el presente, sin la exploración que realizan las ciencias humanas sería imposible justificar la superioridad de la democracia como sistema político. Incluso, los temas que en apariencia suelen ser más livianos resultan cruciales: estudiar cómo se expresa la cumbia villera puede demostrar, de una manera espectacular, cuáles son los conflictos sociales, las rupturas, las grietas y las construcciones de poder que realizan las clases subalternas en nuestra sociedad.