Del punk rock a la música balcánica y de Villa Urquiza al mundo, el polifacético Juan Dallera acumula tantos proyectos que a lo mejor ahí reside el motivo por el cuál su carrera no tuvo la bendición del marketing o el mainstream: siempre prefirió crear una banda, sacar un disco o aprender un nuevo instrumento antes que detenerse en el autobombo. “Ahora que me hacen pensar, debería al menos escribir una breve bio para ordenar las cosas que hice”, responde con sinceridad ante el interés del NO. ¿Su primer mojón? Jura haber sido el rockero más joven en tocar sobre el escenario de Obras, cuando a los 16 teloneó a La Polla Records.

Este sábado, Dallera presentará en El Emergente de Acuña de Figueroa el EP debut de la Atípica Orquesta Sin Rumbo , su último y recomendable proyecto instrumental, que comparte con seis amigos. Será antes del show de Pilsen, la banda del decano punk Pil Chalar, quien funge como uno de los padrinos artísticos de Juan. El vínculo entre ambos es geográfico y vectoriza a uno de los barrios artísticamente más activos de toda Buenos Aires: Villa Urquiza.

“El barrio siempre fue hogar, predio y escuela para los de nuestra generación”, cuenta Juan. “Cuando Internet gateaba y todavía no se habían extendido los celulares, bastaba con salir a la calle y esperar algunas cuadras hasta cruzarte con alguien de pelos parados o campera de cuero para entablar una relación y terminar compartiendo música en su casa o en la tuya. Así se armaron Vejez Prematura, Libertad de Expresión, Cuerpos, R.E.P., Expermas, Vitricidas, Malas Compañías o Disturbios Permitidos. Urquiza es un barrio que, sin ser burgués, tiene calle, cultura y valores. Se vive un atmósfera artística excepcional.”

Dallera se crió escuchando vinilos de la década del ‘50 en la casa de su abuela, donde hacía fintas en el aire fingiendo que cantaba y tocaba la guitarra. Y, de tanto desear, pegó su primera viola eléctrica a los ocho años, con la ayuda de sus viejos y una disciplina de ahorro infrecuente para un pibito de esa edad: la Faim Stratocaster negra y blanca con la que dio sus primeros shows en actos escolares. Cuando descubrió a Sex Pistols, The Clash y otras bandas fundacionales del punk, sintió “una combustión mágica entre ese rock de los ‘50 y un sonido e imagen inigualables, y ahí la cosa se puso seria”.

Su primer grupo fue Piratas del Destino, con el que grabó dos discos y tocó en aquel episodio de apertura para La Polla Records en Obras. Pero lo más importante de aquella noche no fue ese récord de apostilla sino haber conocido a Gustavo López, cantante y guitarrista de Responsables No Inscriptos y co-fundador del Salón Pueyrredón. “En el Salón siempre encontré espacio para exponer lo mío y hasta llegué a ser sonidista, luego de que Gustavo y Gamexane se enteraran de lo que ganaba por trabajar mil horas al día en una disquería justo cuando estaba por ser papá, con tan solo 20 años.”

Tras la disolución de Piratas (que le dejó por siempre el apodo de Piratita) vino Los Humanoides, un proyecto fugaz con los ex Demonios de Tasmania Pablo Galetto y Nicolás Colonna, más Eduardo Herrera, histórico sonidista de Los Redondos y el Indio Solari. “Solo grabamos un EP y dejamos de tocar por culpa de ese desgaste y delirio que a veces tiene el rock y que nosotros no supimos manejar”, explica Juan.

Fue tiempo entonces de armar el otro proyecto que ocupa su presente: La Conexión, una plataforma de watios, intensidad y experimentos como discos con formato triangular y shows precedidos por sainetes escritos por Dallera. “Lo hacíamos en el piano bar del hotel Bauen, cuando los trabajadores habían ocupado el lugar: queríamos romper con la típica estructura de meter mil bandas y combinar expresiones artísticas.”

 

 

Pero más allá de grabar, girar y viajar con La Conexión –incluso fuera de Argentina–, apareció un proyecto que jamás estuvo en la cabeza de alguien que reconoce “no saber leer música ni ser un virtuoso”: la Atípica Orquesta Sin Rumbo, con los sonidos balcánicos como eje. Fue una idea desencadenada por la compra “solo con fines lúdicos” de una mandolina y el encuentro fortuito con amigos del barrio que andaban en un mambo parecido, como Gastón Montivero y su banjo o el ex Pilsen Vicho Di Tomaso a la carga del acordeón y la trompeta. El círculo cerró con el saxofonista Daniel Asprella (El Sepulcro Punk), el bajista Sebastián Martucci (Gusanos), el trombonista Nicolás Cecini (Isol Misenta) y Lucas Larregina (La Chilinga). “Quizás la falta de presión que supuso no imponerse objetivos y romper con las formas del rock que cada uno vivía en su banda hizo que la cosa tomara fuerza sin quererlo”, razona Dallera.

Para Juan, estos instrumentos “tan puros, duros y sin efectos” aportan una visceralidad rockera en donde “no importa el perfeccionismo sino la sensibilidad, el ritmo y el estilo”, además del hálito migrante que esos sonidos trasuntan y calan en toda alma argenta compuesta por genes traídos en barcos. “Tocamos en ferias, mercados de pulgas, patios cerveceros y hasta geriátricos. Y es muy loco ver lo que la Orquesta genera en el público, porque a los niños les encanta y a los ancianos los emociona y los transporta en el tiempo. Ese es el mejor termómetro: los jóvenes pueden moldearse o ser inducidos a comprar un producto, pero los pibitos y los viejos sólo se conmueven por aquello que los hace vibrar.”

 

* Atípica Orquesta Sin Rumbo tocará este sábado a las 20 en El Emergente, Acuña de Figueroa 1030.