Tu cara, digna de museo
Mientras la fiebre por la aplicación que envejece humanos no merma, pero orilla ya los límites de la saturación, una curiosa propuesta -relativamente hermanada, infinitamente más inspirada- ha salido a la luz de la internet. Se trata de AI Portraits, web capaz de convertir instantáneamente una selfie en un cuadro del siglo 15, emulando alguno de los 45 mil retratos clásicos de su base de datos, de pintores como Caravaggio, Tiziano o Rembrandt. Creada por un equipo interdisciplinar de IBM, el MIT y la Universidad Politécnica de Milán, cuenta el team tecno que su algoritmo “ha sido entrenado para decidir qué estilo se adapta mejor a la foto”. “Los detalles de la cara y el fondo contribuyen a esa elección”, agregan quienes pergeñaron este robotito digital capaz de “pintar retratos en tiempo real a una resolución 4K”. “Con diferentes estilos y niveles de abstracción”, valga la mención. Los pasos, sencillísimos: alcanza con subir la pic y esperar que el sitio despliegue su magia, el veloz, veloz pincel. Veloz, sí, pero con una peculiar limitación: es incapaz de reproducir sonrisas humanas. “Los maestros rara vez retrataban personas sonrientes, porque las sonrisas se asociaban comúnmente con un aspecto más cómico de la pintura de género, y porque una expresión tan abierta podía distorsionar la cara de la modelo”, según los hacedores de la muy popular, muy requerida, muy concurrida AI Portraits, que ven en la mentada limitación, un aprendizaje. “Nos está enseñando algo sobre la historia del arte”, dicen sueltitos de saber.
Saint Laurent salpicado por el pez gruñón
El mundo de la moda se rinde -nuevamente- ante la maison francesa Saint Laurent, que recientemente presentó su flamante colección masculina SS 2020, donde no faltaron pantalones en cuero, denim y ricos terciopelos, chaquetas estilo kimono, túnicas drapeadas, chalecos, trajes de satén, ponchos, batas con borlas, minivestidos con aplicaciones de plumas y bordados… Piezas bohemian-chic inspiradas en el Mick Jagger y el Serge Gainsbourg de los 70s, a decir del modisto belga Anthony Vaccarello, director creativo de la exclusivísima firma, que tuvo a muchachos/as con look pretendidamente andrógino desfilando estas prendas de lujo gender-fluid sobre una pasarela dispuesta a orillas del mar, en una playa paradisíaca de Malibú, Paradise Cove, en Estados Unidos. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, conforme advierte el diario El País; porque aunque “los diseños adquirieron una dimensión especial al ser escoltados por el acantilado y el sol californiano que se escondía tras el océano Pacífico, detrás del idílico escenario yace la última polémica medioambiental que cuestiona si deben celebrarse eventos así en parajes naturales”. Efectivamente, un escandalete ha salpicado tanto glamour, en tanto vecinos y autoridades de la ciudad han puesto el grito en el cielo al enterarse que el show violó varias regulaciones de conservación, destinadas a proteger flora y fauna, y hubo una víctima específica de la noche fashionista: el pobre pez gruñón, que tenía que desovar en la arena por esas horas, pero -claro- no pudo, invadido su territorio por la improvisada pasarela. “Construyeron un paseo y lo afianzaron con sacos de arena de plástico, que están prohibidos en la ciudad. La gente está indignada”, se despachó Matt Myerhoff, portavoz del ayuntamiento de Malibú. Que puntualizó además que una iluminación nocturna demasiado potente también es un no-no, y las luces usadas para el desfile superaron ampliamente los niveles autorizados. De momento, ni la firma ni Kering, el conglomerado al que pertenece, se han manifestado al respecto; por tanto, permanece en ascuas el mundo entero sobre cuán arrepentidos estarán por haber interrumpido el desove del desdichado pez gruñón.
Perdido y encontrado
“Bienvenidos a 48 Doughty Street, el que fuera el hogar londinense de Charles Dickens. Aquí es donde escribió Oliver Twist, The Pickwick Papers y Nicholas Nickleby. Es donde logró su fama internacional como uno de los más grandes narradores del mundo”, saluda el Dickens Museum, casa además del “retrato perdido” del novelista británico desde los pasados días. Un retrato en miniatura del que no se tuvo ni noticias durante 133 años, hallado casi por casualidad recién en 2017 en una subasta ¡en Sudáfrica! Tras recibir donaciones de fanáticos del escritor de distintas latitudes, además de una platita del gobierno, logró el museo hacerse de las 180 mil libras esterlinas que necesitaba para comprar la anhelada pintura. Que expondrá, dicho sea de paso, desde octubre, en forma permanente, una vez que termine de restaurarse la maltrecha pieza. Muy maltrecha por los rigores del tiempo, claro está, y por su larga travesía… Fue en 1843 cuando la artista Margaret Gillies pintó este cuadro de un joven Dickens de 31 años, de ojos grandes, color miel. Por aquellos días, el buen Charles ya era un artista reconocido. Tal es así que, al año siguiente, el retrato se exhibió en la Royal Academy of Arts de Londres, despertando admiración entre público variopinto. Empero, en algún momento en las siguientes cuatro décadas, la pintura desapareció. En una epístola al investigador dickensiano Frederic Kitton en 1886, Gillies confesó que la había perdido de vista. Y perdida se mantuvo hasta el 2017, cuando alguien compró una caja de baratijas por 27 libras en Pietermaritzburg, Sudáfrica, con una langosta metálica de juguete, una vieja grabadora, fruslerías varias. Y, sí, sí, el retrato en miniatura. El comprador intuyó que podía tratarse de una pintura de Dickens, y se contactó con especialistas londinenses que comenzaron a investigar los orígenes de la pieza. Y confirmaron que efectivamente era un cuadro de Gillies del modelo Dickens. La única contra: después de años de abandono, “estaba cubierto por un moho amarillo particularmente desagradable y virulento”, a decir de la historiadora de arte Emma Rutherfort. Por lo demás, no se sabe con certeza cómo terminó en Sudáfrica, pero los investigadores creen que pudo ser trasladada por la familia política de Gillies, sus cuñados, que emigraron al país africano en la década del 1860. Lo sabido es que –ante el emocionante hallazgo- el museo lanzó un pedido para recaudar fondos. Y los aficionados respondieron. Con la pintura bajo el brazo, la directora de la institución, Cindy Sughrue, solo ha podido repartir agradecimientos “por el generoso apoyo de donantes de todo el globo”. Es posible que, cuando lo cuelguen en sus paredes, compartan además las cartas de Dickens a Gillies, popular retratista entre autores y pensadores, mujer ciertamente de avanzada, comprometida con el sufragismo, que optó por no casarse con su compañero (el médico Thomas Southwood Smith), algo muy inusual para la época victoriana. En una epístola, por caso, Charles le escribe: “Mañana martes a las tres en punto me presentaré debidamente habiéndome deshecho de un resfriado que había hecho mella, según los periódicos, en mis rasgos”.