En el repertorio inagotable de los coming of age, esas películas donde niñxs o adolescentes se enfrentan a una dureza que lxs transforma, Mid 90s es algo nuevo y viejo a la vez. La película debut de Jonah Hill como director, uno de los comediantes preferidos de Judd Apatow, está ambientada en Los Ángeles en 1995 —sí, los noventa son los nuevos ochenta para esta generación de treinta y pico que vivió en ellos la transición a la adolescencia—, una época que aparece limpia de cualquier polvillo dorado y plagada de objetos y personajes, como una almohada de las Tortugas Ninjas, que Hill usa pero sin exhibirlos. El protagonista es Stevie, un chico de 13 con el pelo largo hasta los hombros y la cara de nene todavía intacta, que vive con un hermano de 18 y una madre de 36 que los crió sola y les da la libertad de ir y venir sin demasiadas explicaciones. En ese tiempo de andar suelto Stevie (Sunny Suljic, que habla poquísimo y actúa casi todo el tiempo con el cuerpo) empieza a mirar con fascinación a un grupo de skaters. Acaso porque son amigos, o porque pueden saltar y aterrizar allí donde otros se estrellarían contra el piso, Stevie empieza a juntarse con ellos en un negocio de skates y muy de a poco, ellos empiezan a incluirlo en el grupo. Mid 90s no es Superbad, no es Lady Bird, no es Llámame por tu nombre, esos coming of age adorables donde lo peor que les puede pasar a los protagonistas es una desilusión, una pelea con los progenitores donde alguien levanta demasiado la voz o se dicen cosas duras. El mundo que construye Jonah Hill es de sobrevivientes en cierta forma y tiene algo de Florida Project: hay gente conversando o tomando en la calle, peleas a los gritos con la cana, corridas, rebusque. Sobre ese fondo pone la película a Stevie, tan poco estropeado por dentro que no puede tratar mal a nadie y dice “gracias” por cada pequeña cosa que recibe, y la cara de Sunny Suljic es tan luminosa que no hace falta mucho más para hacer de Mid 90s una película memorable.

 

Sin embargo, hay bastante más. Mientras practica con su patineta nueva parece que lo duro fueran las superficies de cemento en las que vemos caer a Stevie una y otra vez hasta hacerse sangrar el cuerpo, pero no: desde la primera escena, está claro que es un chico que sufre en la casa un tipo de violencia particular. El hermano lo muele a palos cada vez que puede, en una zona gris entre las peleas entre hermanos y el abuso. Pero el grandulón de 18 años, que Lucas Hedges interpreta como un chico que ya tiene la vida arruinada (parece un jubilado que mira tele en el sofá), sabe que el hermanito escuálido de 13 no tiene chances de devolvérsela o defenderse. La violencia en Mid 90s es pura y sórdida, y no tiene amortiguación. En la cadena darwiniana de las familias, lxs más chicxs reciben las descargas de adultxs o hermanxs mayores frustados que, borrachxs o no, los lastiman porque pueden, pero también existe lastimarse porque sí, por estupidez o accidente. La cuestión es saber elegir, en la medida que se pueda, cómo y cuándo. El trayecto de Mid 90s es el que va de la admiración por chicos que se perciben como ídolos al descubrimiento de los conflictos y tragedias con que cada uno de los integrantes del grupo tiene que lidiar; algunos de los personajes están apenas esbozados y es cierto que la película no desarrolla cada una de sus líneas narrativas todo lo que se podría, pero habría que preguntarse si Mid 90s, en caso de hacerlo, podría ser la película que es, una que al parecer elige no cumplir con ciertas pautas del género y experimentar más, una donde no todo aprendizaje se procesa y mucho menos se verbaliza. Como en ese mito según el cual en Esparta se arrojaba a los recién nacidos por la ladera de un monte para ver si eran fuertes y sobrevivían, el protagonista de Mid 90s se hace a los golpes. No está tan claro que se pueda crecer de otra manera.