La cara primero apareció en las redes sociales. Una foto con un nombre y un pedido desesperado. “Estamos buscando a Eylin Jiménez Condori. No sabemos nada desde ayer a las 18. Tiene 17 años, cabello negro largo, delgada, tez clara. Vestía campera negra, jeans y zapatillas azules. Cualquier información llamar a su mamá, Carmen.” Era sábado al mediodía. Unas horas después, la policía le informaba a esa madre que su hija era la chica que habían encontrado asesinada durante la mañana en el barrio Nuestro Hogar III. Fue el 13 de julio. El cuerpo había aparecido en un descampado. En un baldío también apareció el cuerpo semienterrado de una mujer hace una semana en San Juan. La Justicia investiga si es Brenda Requena Montaña, una chica que buscan desde el 11 de julio aproximadamente y su marido está señalado como sospechoso. Flotando en el río Paraná, cerca de la localidad santafesina de Alejandra, apareció el cuerpo sin vida de Lorena Romero a mediados de junio. Ella había sido vista por última vez una semana antes en su provincia natal, Chaco.
En un descampado, un baldío, un río, o al borde de una ruta. Los cuerpos de mujeres e identidades feminizadas aparecen como material descartable porque el patriarcado nos mira como cosas susceptibles de ser desechadas. En esa premisa está fundada la urgencia de iniciar una búsqueda inmediata cuando hablamos de desaparición. Es un lapso de tiempo que debe convertirse en posibilidad más que en presunciones: la prioridad de llegar a tiempo y salvar una vida, antes que la demora basada en prejuicios que empujan una respuesta común: “Ya va a aparecer”. A veces aparecen con vida. Pero otras aparecen asesinadas, peor cuando ni siquiera encuentran los cuerpos.
Las desapariciones de mujeres ocurren en todo el país, por eso “hay áreas específicas que se dedican a las búsquedas”, explica Mariela Labozzetta, titular de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM). “Las causas son diversas. No siempre tienen que ver con un femicidio, con un secuestro o una causa de trata de personas. También puede ser por peleas domésticas. En casi todos los casos donde se denuncia la desaparición la persona vuelve o se encuentra. Los porcentajes de reaparición son altos. Por esos números, a veces la Justicia o la Policía responde diciendo que vuelvan después de las 48 horas porque ‘ya va a aparecer’”.
Si bien desde las organizaciones feministas rápidamente se despliegan estrategias para iniciar una búsqueda -fundamentalmente a través de las redes sociales- cuando una persona advierte la desaparición, no se genera la misma efectividad en las respuestas cuando se recurre al Estado.
Hay una frase muy común al momento de concretar la denuncia en una comisaría o Unidad Judicial: “Hay que esperar 24 horas”. Falso. La Guía Práctica para la Búsqueda de Personas, elaborada por Protex, establece que “es crucial que el fiscal recuerde a los agentes policiales que no hay ninguna norma que exija el transcurso de 12, 24 ni 48 horas para poder empezar a trabajar en la búsqueda”. Además, asegura que “si la persona buscada está siendo víctima de algún delito, sin dudas las primeras horas serán cruciales, más allá de que cuantitativamente los casos en los que la desaparición termina siendo voluntaria sean muy representativos”, agrega.
En ese sentido, el fiscal federal Gustavo Vidal Lascano emitió una Instrucción para la Búsqueda de Personas aplicable en Córdoba cuando estaba a cargo de la Fiscalía General de la provincia, que fundamenta la urgencia en la palabra de quien denuncia. Según ese protocolo, la policía debe tomar la denuncia en el momento y automáticamente informar al Ministerio Público Fiscal para que se inicie la búsqueda.
“Nadie, ninguna persona, salvo un familiar o alguien que conoce las costumbres de quien desaparece tiene la vara para medir la urgencia de la búsqueda. Solamente quien denuncia. Siempre es preferible asegurarse una vida o la integridad de la salud. La prioridad de la búsqueda tiene que ser inmediata y está dada por la persona que realiza la denuncia, no el comisario que atiende o la Policía o el personal de la Justicia”, asegura Vidal Lascano.
Las organizaciones feministas parten también de otra premisa, construida colectivamente: “Yo te creo, hermana”. Si una madre, amiga, o compañera advierte la desaparición de otra inmediatamente su palabra es tomada como verdad. De esa manera se improvisan identikits artesanales que tienen la información que ellas también se encargan de recolectar: una foto, los datos de cómo iba vestida según quien la vio por última vez, y un teléfono de contacto para aportar datos que ayuden a determinar el paradero. La capacidad de agencia y herramientas caseras cobraron potencia al ritmo en que crecía el feminismo como respuesta a las demandas que el Estado aún demora en validar o atender. Aun así, radicar la denuncia en las instituciones correspondientes es fundamental para que se pongan en marcha las búsquedas por parte de las instituciones estatales que tienen recursos y capital humano.
La realidad con lentes violetas
Las primeras horas deberán arrojar material suficiente para intentar trazar una estrategia del caso y profundizar la investigación en ese sentido. Así se podrá definir los motivos de la desaparición. Puede ser por decisión propia frente a algún conflicto en el ámbito familiar o entorno cercano, o por algún problema de salud. Pude haber sufrido algún hecho de violencia de parte de alguien de su entorno familiar o de una persona desconocida. También puede ocurrir como producto de algún delito como secuestro, captación con fines de explotación sexual o laboral. Pudo haberse ausentado del hogar por una decisión propia pero luego, lejos de su entorno familiar, y dada la condición de vulnerabilidad que esto genera, resultó ser víctima de algún delito y se encuentra imposibilitada de tomar contacto.
Es un abanico de hipótesis donde la posibilidad del femicidio o el riesgo de vida están latentes. Si bien el miedo es un dispositivo de control que inmoviliza, frente a la peligrosidad, los feminismos toman conciencia y actúan de manera colectiva. Quizá porque mujeres, lesbianas, travestis y trans conviven con multiplicidad de violencias es que comenzaron a construir estrategias que habiliten modos de vida más libres.
“Lamentablemente en nuestro contexto social, la violencia de género sigue poniendo a las mujeres especialmente y también a las identidades no binarias en riesgo permanente. Cuando las mujeres se ausentan el alerta es máximo porque existen una serie de mandatos patriarcales y una profunda asimetría de poder que las exponen peligrosamente. Durante siglos el cuerpo de las mujeres ha sido territorio de conquista, de exhibición y de disciplinamiento machista, y hasta tanto no podamos revertir estos comportamientos cotidianos, necesitamos de un esfuerzo específico en la búsqueda y del acompañamiento de la comunidad”, asegura Claudia Martínez, a cargo de la Secretaría de Lucha contra la Violencia a la Mujer y Trata de Personas de Córdoba.
El terreno más peligroso es el delimitado por la persona que violenta: traza una línea de poder que bordea el cuerpo y forma un círculo que a veces solo se quiebra cuando cae al vacío, descartado. Entonces el cuerpo aparece. Otras veces la mujer logra romper el círculo y salir de la violencia. Y sucede también que nunca aparecen, como Marita Verón, desaparecida hace 17 años; o Yamila Cuello, desaparecida hace casi 10 años; o Delia Gerónimo Polijo, hace casi un año.
Con perspectiva de género
Si bien en octubre de 2016 se creó por decreto el Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu), que depende directamente del Ministerio de Seguridad, aún no hay un área específica que atienda a la especificidad de género, ya que las identidades feminizadas son las más afectadas. “Desde la creación del Sifebu hasta el primer semestre de 2018 se registraron como desaparecidas 21.613 personas. De esas, 10.945 fueron halladas. Esto quiere decir que continúan como extraviadas 10.668 personas. La mayoría de las denuncias se concretaron en la Provincia de Buenos Aires (24 %), seguida por Córdoba (15 %) y la Ciudad de Buenos Aires (15 %)”, según publica un informe de Chequeado, publicado en mayo de este año. Las cifras, brindadas por la cartera que dirige Patricia Bullrich, no especifica cuántas de esas personas son mujeres, lesbianas, travestis o trans. La falta de estadísticas por parte del Estado impide que se tome real dimensión sobre las problemáticas de género, en este caso, específicamente sobre las mujeres desaparecidas.
Además, de esa manera también los operativos que se desarrollan en el marco de una búsqueda serían enfocados con perspectiva de género. La titular de la UFEM asegura que “la pauta debería ser que cualquier espacio que pueda brindar pistas sobre la desaparición debe ser abordado como una presunta escena porque puede haber rastros de que esté vinculada con un crimen”. “Aunque se pueda presumir que no, hay que tomarse el trabajo de hacerlo porque se pueden encontrar datos de las investigaciones”, asegura Labozzeta.
La posibilidad del femicidio o que peligre la integridad de la mujer aparecen como fundamentos constantes para agilizar las búsquedas. “A la desaparición no le sigue inmediatamente el femicidio. No siempre se comete en menos de 24 horas o en menos de dos horas. Es posible que se pueda prevenir. Y si hay una posibilidad aunque sea del 1 por ciento de que esa persona aparezca con vida, hay que hacerlo. No importa que se gaste en recursos, no importa que se invierta tiempo, ni que las fuerzas de seguridad tengan que trabajar y que después la chica aparezca”, sostiene la titular de UFEM. Se trata de actuar rápido para llegar a tiempo.
Determinar en qué falló el Estado cuando la búsqueda terminó en un femicidio depende de cada historia que también debe ser analizado teniendo en cuenta las particularidades de cada víctima, de la provincia y de las respuestas que recibió desde que acudió en el pedido de respuestas. Todo comienza en el momento en que se inicia la búsqueda. Es el primer paso en el que el Estado no debe fallar.
Afortunadamente, algunas búsquedas finalizan cuando la mujer aparece con vida y está bien. En ese sentido, Protex señala que es imprescindible recabar su testimonio. Asegura también que es deber del Estado investigar y sancionar la posible comisión de delitos detrás de la aparición. En cambio, si una vez localizada, no se constató la existencia de un delito, la cuestión queda reducida al ámbito privado y el Estado no puede dirimir esa situación, mucho menos en el marco de un proceso penal. Además, cuando la mujer buscada es adulta y la desaparición fue voluntaria o por motivos personales, puede decidir no entrar en contacto con los familiares que iniciaron la búsqueda. Y ahí también aparecen los prejuicios, como si todo hubiera sido en vano, como si la búsqueda solo tuviera sentido si al final aparece un cuerpo inerte. Quien no celebra estas vidas quizá todavía no comprenda lo que es haber esquivado la muerte o el peligro por el solo hecho de ser un cuerpo feminizado. La primera urgencia del feminismo todavía es seguir vivas.