Una vaca estanciera como arma homicida es un comienzo de intriga por lo menos original, pero por sobre todo, bien argentino. Ya desde la tapa, el título le hace un guiño a la foto de una vaca mirando a cámara con la eternidad del horizonte y los campos –¿de soja?– detrás. Antes siquiera de ponerse a leer, el lector puede arriesgarse a pensar algunos de los posibles sentidos que abrirá la novela. ¿Fueron los que ya pasaron o serán estos, nuestros años de gracia? ¿Los de la Argentina granero del mundo o los de la soja for export? ¿Cuánto tiempo le queda a esta tierra austral como horizonte de esperanza, o a la misma idea de huir fuera de las ciudades, hacia un refugio de labranza del que abastecerse? Ya sin volar tan alto: ¿cuánto tiempo de gracia le queda al animal que nos mira desde la tapa, con las marca propietaria de yerra colgando de las orejas? El camino que se abre entre los campos, hacia las sierras, también tiene su estampa de yerra. Es un camino de cuatro por cuatros, un camino con la marca indiscutida de la tracción a sangre que tanto nos identifica como argentinos. Este país ganadero podría contar su historia en los litros de sangre con los que nos abrimos al mundo porque, nos guste la idea o no, en el cuerpo de la buena vaca se centra uno de los mayores símbolos de nuestra violencia patria. Entonces empieza la lectura de Años de gracia y lo que se despliega es una novela que elige ir bordeando no solo los sentidos, sino también las tramas que se pronuncian en voz baja. Este lenguaje de omisiones y silencios le permite a la novela rozar también el género policial sin tener que caer en los mandatos de su estructura.
En Años de gracia, Martoccia vuelve a la altitud de las sierras cordobesas para mirar, desde ahí, el desclasamiento de una aristocracia que sobrevive de porcelanas remendadas, de la lealtad oxidada de su servidumbre, y de recuerdos de esos tiempos en los que Europa era su jardín de invierno. Ahora, la casa señorial de una Sáenz Valiente es vecina de un taller mecánico atendido por fugitivos, y la única manera de mantenerse a flote es transformar la mansión venida a menos en un hotel boutique. La sirvienta joven de la sirvienta vieja –madre soltera de tres, con pocas horas de vuelo como para haber adquirido los modales de la gente bien– usa escotes atrevidos y se sube la pollera del uniforme, soñando con enganchar a alguno con plata que la saque del pueblo. Hay una viuda vieja y rica que sale con un joven trepa, una chica de apellido Ocampo que hace la ruta inversa: va de la ciudad a la sierra en busca de trabajo (en su jerga de clase se llama negocio inmobiliario). Y por supuesto tambièn hay un par de muertos. Accidente o crimen planificado, las escenas se presentan y avanzan al volumen y a la velocidad del chisme y, como el chisme, cumplen con la función de delinear a quienes lo practican. La intriga es poderosa, capta la atención y la tensión de la trama, pero al igual que en el resto de la obra de Martoccia, no es lo esencial en el relato.
La novela se abre hacia otros rincones de este mundo de amos y sirvientes. No solo porque los vínculos amorosos están casi ausentes en el relato –en el único apenas delineado aparece el tabú de la relación entre un adulto y un menor– sino que Martoccia elige poner la lupa sobre la fragilidad de los vínculos y de los cuerpos. El detalle de la narración se detiene en los objetos que decoran un ambiente, un pasado, una obsesión o un descuido, y sin duda revelan en sus sombras a sus dueños, tanto como los chismes que circulan. Será por eso que esta novela se podría pensar desde la vinculación de los personajes con sus cosas. Lo que se dice de ellas, lo que se pierde para siempre, aquello que todavía se podría recomponer. Hay un movimiento continuo y cambio de escenarios narrativos en la novela, todos los personajes se mueven, se mudan, se escapan, están en tránsito permanente, la sierra es un lugar de vacaciones y de retiro pero también puede ser guarida de un pasado del que se huye, o de un presente sin salida. Así es como se relacionan con la sierra los personajes periféricos: los desplazados de algún sitio son trasladados a un barrio de viviendas sociales que se construye a la vera de la ruta. Un médico mediocre busca hacerse de un terreno y un veterano ex modelo de Yves Saint Laurent descansa en la sierra para revivir el recuerdo de sus días de gloria.
La protagonista, Amelia Sáenz Valiente, es la única inmóvil en esta historia y la causa es un dudoso accidente automovilístico en el que choca contra la vaca. El encierro de Amelia arrastra al de Felisa, su servidora, quien le dedica su vida al cuidado de la patrona y de la economía de la casa.
Martoccia maneja el arte de lo sutil tanto como el de la oralidad, hilvana temas y personajes en una historia que se va contando entre líneas. Con una escritura que le esquiva a los golpes de efecto sin importarle el cierre de las tramas, Años de gracia es una novela de personajes, donde la mayoría de los capítulos funcionarían perfectamente como cuentos en sí mismos alineándose con la tradición del cuento realista norteamericano. Desde las altas cumbres, Martoccia escribe también una historia sobre las distintas versiones de la violencia y sus expresiones de clase, donde una niña vive encerrada dentro de su casa mientras las cruces de hierro al costado de la ruta hablan tanto de culpas como de omisiones. Todo dentro de la geografía de un país en el que los camiones con ganado pasan frente a las casas en construcción siempre a punto de desprenderse.