Desde Londres
En el día más caluroso de la historia, según el servicio metereológico británico, el Reino Unido se enfrentó a su propio infierno político: la primera sesión parlamentaria de Boris Johnson. Con su flequillo de Beatle rubio, con su peculiar estilo tartamudeante, contagiado por los 39 grados de temperatura, Johnson prometió que el Reino Unido volvería a ser la “máxima potencia planetaria”.
La fórmula del nuevo primer ministro para lograrlo no se apartó un ápice de lo que dijo en la campaña interna conservadora que lo catapultó en el cargo: salir de la Unión Europea con o sin acuerdo, abrir puertos libres, firmar tratados de libre comercio con todo el planeta y vencer a los pesimistas que descreen de sus promesas. “Creo que podemos salir con un acuerdo y voy a trabajar al máximo para lograrlo, pero si no sucede, saldremos el 31 de octubre porque esa fue la voluntad democrática de los británicos”, dijo Johnson.
Nunca se sabe con Johnson porque su estilo siempre ha tenido un componente marcadamente paródico, sostenido por extravagantes hipérboles, que diluye la frontera entre lo serio y la broma, y sirve de vía de escape en caso de que le recuerden sus propias afirmaciones. El estilo fue exitoso en su carrera de periodista, diputado y hasta en sus dos períodos como alcalde Londres, pero se choca de frente con las condiciones que necesita un primer ministro en medio de una de las crisis más graves desde la posguerra.
En el parlamento Johnson reiteró su rechazo al acuerdo alcanzado por Theresa May el pasado noviembre, en especial al “Backstop”, un mecanismo para solucionar el problema que plantea la única frontera terrestre entre el Reino Unido y la Unión Europea, la que separa a Irlanda del Norte y la República de Irlanda. “El parlamento rechazó tres veces este acuerdo”, se justificó Johnson.
El acuerdo tiene dos componentes: los términos de la separación del Reino Unido y la UE (deudas pendientes, status de los ciudadanos de ambas partes y la frontera irlandesa) y la declaración de principios respecto al futuro de la relación entre ambas partes. En Bruselas la UE dejó varias veces en claro que no se cambiará una coma de lo acordado sobre el llamado “divorcio” : a lo sumo se podrá retocar la declaración de principios.
El líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, ironizó sobre los objetivos de Johnson. “Nadie subestima al país, pero el país teme que el primer ministro se esté sobreestimando. Hereda un país que ha sido arrasado por nueve años de austeridad. Esto impactó a los chicos y los jóvenes, se cerraron los clubes juveniles, se recortó salvajemente la educación y se triplicaron las matrículas universitarias. La vivienda es más cara que nunca. Los salarios más bajos. Y ahora promete una reducción impositiva para los ricos y los empresarios que financian a su partido. Su gabinete de extrema derecha cuenta con una ministra del interior que apoya la pena de muerte. Y estoy alarmado por la falta de plan sobre Brexit. El formaba parte del gabinete que aceptó el “Backstop” y votó a favor el 30 de marzo de este año. ¿Por qué ahora objeta esto mismo que votó hace menos de cuatro meses?", dijo Corbyn.
El líder del Laborismo no convocó a una moción de censura como le reclamaron otros sectores de la oposición (Verdes, Liberal-Demócratas, nacionalistas escoceses y autonomistas galeses). Consciente de que también necesitará rebeldes conservadores, Corbyn prefirió guardar la pólvora para cuando el parlamento se reconvenga a principios de septiembre y el primer ministro haya padecido el desgaste que sufrió con sus viajes a Bruselas su predecesora Theresa May.
En la actual aritmética parlamentaria los conservadores necesitan el apoyo de los Unionistas de Irlanda del Norte para conseguir una exigua mayoría de tres que podría reducirse a dos si la semana próxima se confirman los pronósticos de una victoria liberal-demócrata en la renovación de un escaño en Gales. Ninguno de los alrededor de 40 potenciales rebeldes iba a votar a favor de una moción de censura en el estreno de un gobierno de su propio signo político. Pero dada la composición del gabinete de Boris Johnson, superpoblado por los más duros pro-Brexit, el apoyo de los disidentes parece inevitable a menos que Johnson muestre una habilidad y ductilidad política que no parece formar parte de su ADN.
Además de Priti Patel, la ministra del interior a favor de la pena de muerte, llaman la atención en su gabinete el canciller Dominic Raab, la ministra de Comercio Liz Truss y el caricaturesco líder de la Cámara de los Comunes, Jacob Rees-Mogg. El acento de Rees-Mogg es tan extremo que parece una parodia de la clase alta británica. Liz Truss escribió con Patel y Raab, “Britannia Unchained”, una defensa a ultranza de la globalización más salvaje que la llevó a Truss a describir al Reino Unido como “una nación del Airbnb, el Uber y el Deliveroo”
Eso sí, Johnson sorprendió con su apertura en la política inmigratoria. En el parlamento le garantizó a los más de tres millones de europeos que viven en el Reino Unido que “van a tener el pleno derecho a permanecer en el país”. El primer ministro se mostró a favor de una amnistía para regularizar la situación de unos 500 mil inmigrantes ilegales y prometió que la política de reducción de la migración neta a menos de 100 mil sería eliminada. En una primera presentación parlamentaria cargada de promesas fantásticas y el optimismo de un animador televisivo, fue una muestra de realismo.
El mercado laboral del Reino Unido depende mucho de la inmigración para servicios esenciales como la salud y la hotelería de su industria turística (quinta a nivel mundial con más de 37 millones de turistas por año). Según la Oficina de Estadísticas Nacionales, hay 200 mil europeos menos que en el 2016 año del referendo a favor de la salida de la UE. Los polacos, caballo de batalla de los antieuropeos, conforman más de la mitad de ese número: unos 116 mil que en su mayoría regresaron a su país.