María José Gabin vive en Boedo, a pocas cuadras de la ex cancha de San Lorenzo, barrio sencillo, horizontal y algo quedado en el tiempo, donde aun quedan calles empedradas. Comenta al pasar su preocupación acerca de cómo cambiará la zona cuando se concrete el retorno del club a su sede histórica. “Las canchas me persiguen” se ríe. Es que ella se crió a cuatro cuadras de la de Boca, un caserón de techos altos donde su padre, el famoso pintor Pérez Célis, tenía su taller. Hoy recibe en su estudio ubicado en la terraza de la casa boedense, un refugio con fotos de sus obras en las paredes, frascos con pinceles, cedés y libros apilados, donde despliega su mundo interno, rodeada del verde de un jardín selvático que se adivina por las ventanas.
De ahí marcha cuatro veces por semana al mítico Teatro Picadero a hacer I.D.I.O.T.A., la pieza del catalán Jordi Casanovas que la tiene de protagonista junto a Luis Machín, bajo la dirección de Daniel Veronese. El personaje que interpreta –una señora rígida, vestida sobriamente de oficina, algo sádica, cuyo máximo despliegue gestual es un revoleo de cejas– es raro viniendo de ella: “Estoy muy encorsetada”, admite. Es que Gabin es una actriz que siempre ha hecho de la comedia y la fisicidad un sello. Desde sus inicios. Desde antes de actuar incluso: “Yo fui una nena muy física. A los seis ya me mandaron a estudiar danzas en el club de Boca, Clásicas y Españolas. Era tan física que la maestra me ataba a la silla con el lazo del guardapolvo... bueno, ahí se ve una marca de época, eso fue a fines de los sesenta.” Y ese vínculo entre las prácticas y las épocas también la define. Una actriz que atravesó con su cuerpo por algunas de las obras más importantes de las últimas décadas, las que instalaron justamente un modo diferente de la actuación, del cuerpo del actor, del despliegue de su potencia avasallante, bien cerca de los movimientos que ocurrían en el cuerpo social. Desde el destape de Danza Abierta hasta el despelote de Las Gambas al Ajillo. Desde la singularidad de Postales argentinas de Ricardo Bartis hasta el delirio aireano de Congelada; encarnaciones disparadas a través de los años, realizadas por una mujer que no podía ser otra que María José Gabin.
Danza abierta, teatro Ídem
Ese camino iniciado en la infancia por las danzas continuó en la Escuela Nacional, luego en la del Teatro Colón, pero se vio abruptamente interrumpido por un fatídico accidente de autos que la dejó fuera del juego por dos años. Muchísimo tiempo para una bailarina en ciernes: “Tenia un yeso de la cintura a los pies y no quedaba otra que quedarse en la cama. En esa época no había como ahora una posibilidad de curarse más ambulatoria. Veía pasar las estaciones por la ventana del dormitorio donde estaba enclaustrada. Me acuerdo que bailaba con los dedos de los pies escuchando música en un pasacasete que me habían regalado.” Después de ese parate obligado y tras un examen exigentísimo, volvió a entrar en el Colón y lo cursó hasta finalizar el secundario. Fue compañera de generación de Julio Bocca y Eleonora Cassano. Y si bien era buena –llegó hasta ser cuadro de honor en quinto año– su curiosidad comenzaba a irse hacia otra parte.
La vida familiar y personal estaban bastante revueltas. Comenzaba la dictadura. “Mi mamá falleció cuando yo tenia 13. Cuando tenía 15 mi papá se casó con otra señora y se fue a vivir primero a Venezuela y luego a Paris. Era el año 77. Yo quedé con mi hermano, un poco solos, al cuidado de mis tíos. Por eso me casé a los diecisiete, en un arrebato, con Horacio Gabin, de quien tomé el apellido. Él formaba parte de la compañía de mimo de Ángel Elizondo, así que empecé a estudiar ahí yo también. Paralelamente me formé en danza teatro, danza contemporánea, teatro con Miguel Guerberof, fui abriendo el campo.”
Pero a río revuelto ganancia de pescadoras, porque fue en el estudio de Elizondo donde conoció a Verónica Llinás, Alejandra Flechner y Laura Markert: primero amigas y luego compinches con las que pocos años después formarían uno de los grupos de teatro más emblemáticos de los 80, Las Gambas al Ajillo. Llinás era miembro de la compañía de mimo junto con Horacio Gabin, Gabriel Chame, Horacio Marassi y otros grandes actores. “En el año 80 hicieron su último espectáculo como compañía Apocalispis, según otros justamente en el Picadero. Ellos después se separaron. Y yo también me separé. Mi matrimonio ¡obviamente! duró dos años”. Se ríe y agrega: “En el año 82 volvimos al Picadero con amigos y bailamos en la calle y en la puerta, en lo que fue Danza Abierta, en el marco de Teatro Abierto. Eran momentos muy agitados. Al teatro le pusieron la famosa bomba que lo destruyó. Por eso es tan importante estar actuando ahora ahí, siento que se continúa esa historia. Es un espacio muy especial.”
Pocos años después de cumplir los veinte María José tuvo un bebé, que lejos de detenerla en esa búsqueda que se iniciaba la acompañó en todas sus aventuras. Como ya estaban trabajando juntas las Gambas, ese bebé fue criado en bambalinas, escenarios y brillantinas. Fue una madre joven y la crianza se adaptó a las circunstancias. “A veces bromeábamos que prácticamente lo crió Urdapilleta en el camarín del Parakultural. Es un poco exagerado el cuento, pero sí, muchas veces venía conmigo. Hubo una vez que estábamos ensayando en el Parakultural, Javi era chiquito yo me fui a comprar leche y le pedí a Vero que me lo tenga un minuto. Él estaba sentado en el escenario, jugando con sus juguetitos. Cuando volví la vi a Verónica con Javi en brazos y totalmente blanca. ¿Qué pasó? ¡Se había caído el techo sobre el escenario! Ese era el estado del Parakultural. Se había caído la mampostería todo alrededor de la criatura que de milagro estaba intacta. Habían quedado todos en shock. Ahora con los años lo veo a mi hijo y pienso que Javier es la prueba de que se puede criar un chico en ese caos. Porque la verdad es que es un chico que tomó con mucha naturalidad todo ese mundo y salió muy bien.”
Cuatro chicas y mil aventuras
Las Gambas al Ajillo merecen un capítulo aparte. Un grupo de cuatro chicas que abordaban el humor desde un desparpajo nunca antes visto en un escenario argentino. Medio clowns, medio vedettes, medio bailarinas de can can, medio travestis ¿Qué eran? Inclasificables y precursoras, incluso en poner a la mujer en un lugar central y reírse de los hombres, mujeres y esterotipos. ¿Eran feministas? Gabin niega con la cabeza: “Es que en ese momento el feminismo estaba ligado a una defensa de la mujer que nosotras no sentíamos en carne propia: no teníamos un problema con salir al mundo y hacer lo nuestro, ninguna de nuestras madres era la típica ama de casa sometida; no habíamos tenido padres castradores; no teníamos problema en salir con tipos y pagar. Lo que pasa es que al formar parte de un colectivo cultural con menos prejuicios, la necesidad de esa reafirmación se volvía difusa. Por eso nosotras bromeábamos tipo slogan ‘Ni feministas, ni comunistas ni mucho menos cristianas’.” En uno de los primeros números de Las Gambas, “Las mujeres fálicas”, se ponían penes gigantes de goma espuma y bailaban la canción “Decí por qué no querés”, de Palito Ortega. La reafirmación y empoderamiento era en acto y en presente. Era poner el cuerpo antes que el discurso e incluso antes que el pensamiento. Era político en lo que posibilitaba. Gabin comenta que ve el feminismo actual más amplio que el de aquel momento. Se queda pensando y agrega: “Nuestra actitud era anarquista. Preferíamos ser lo peor de todo que levantar una bandera.”
Postales del fin del mundo
Después de dos espectáculos con el grupo completo –Las Gambas al Ajillo y La debacle show, con el que hicieron una temporada exitosa en el Teatro Empire y un fracaso rotundo en Mar del Plata– las chicas comenzaron a tener proyectos paralelos. Verónica ya estaba con Antonio Gasalla en la TV y María José había sido convocada para otro espectáculo que rápidamente se convertiría en mítico: Postales Argentinas, con Pompeyo Audivert, dirigida por Ricardo Bartis. Con esa obra fue que el director empezó a pisar fuerte en el teatro argentino, proponiendo por un lado un modo de generar una continuidad con el teatro de los 80 pero por otro también una variación, una estética reconocible que llega a nuestros días.
María José conocía a Pompeyo de chico, ya que había sido compañero de colegio de su hermano. A fines de los ochenta este actor extraordinario hacía un número, suerte de homenaje a Pepe Arias, acompañadodel bandoneonista Carlos Viggiano, llamado Recuerdos son recuerdos. Ese fue el disparador de Postales. “En ese momento yo estaba en el Parakultural. A Bartolo le pidieron algo en el Festival Iberoamericano de Cádiz y me propusieron hacer una mujer muy deforme que sería la madre y la mujer de Pompeyo”. Postales argentinas fue una obra muy significativa, casi inaugural de la llamada Dramaturgia del Actor, algo que recogía lo sucedido en los 80 en grupos como Los Melli, Las Gambas o el trío Urdapilleta, Batato y Tortonese, –actores produciendo sus propias obras sin un escritor y muchas veces sin un director– pero dándole un formato de obra y adaptándolo a variantes expresivas más diversas, no necesariamente ligadas a lo explosivo o el humor. “En ese momento aparece esta obra de Bartolo tan cómica y tan profunda. Juan Carlos Gené lo llamó ‘Escrito en el escenario’y era así.”
No es raro que hoy María José Gabin dicte una materia en la maestría de dramaturgia de la UNA que se llama justamente Dramaturgia del Actor. Ni que prepare un libro sobre el tema. Ella fue una precursora de este movimiento hacia la emancipación de los recursos expresivos de los actores. Pero antes de tomar formato libro de reflexión teórica, cuando los años lo permitieron ir decantando, fue una suerte de novela de aventuras. Una autobiografía coral. Unas memorias de los 80 llamadas Las indepilables del Parakultural (2000), sobre su experiencia con Las Gambas. Se lee a borbotones con una sonrisa clavada en la boca. Todavía quedan algunos ejemplares en el Centro Cultural Rojas.
Tomar la batuta
El cambio de milenio encontró a María José Gabin aventurándose a la dirección teatral. El primero espectáculo fue Congelada, basado en Como me hice monja de Cesar Aira. “Lo leí y me enamoré totalmente. Es un delirio en el que él habla de si mismo como si fuera una mujer. Me ayudó Kartun en la adaptación, luego hice un intento con Muscari para dirigirla, pero no resultó muy bien y al final hice una codirección con Eduardo Bertoglio. Estrenamos en el Teatro del Pueblo.” Un unipersonal en el que hacia todos los personajes. “Lo que tuvo Congelada de interesante fue que después de la temporada en Buenos Aires hicimos unas funciones en Siracusa, la Universidad de las artes en Nueva York. Llevar algo así de sacado a un contexto y una cultura tan completamente distintos, fue lindísimo”. A ese espectáculo le siguió Lengua viva, basado en ocho cuentos de su propia autoría y una puesta con fuertes elementos visuales y abstractos.
Ese devenir tuvo su momento cúlmine con Hoy debuta la finada, su primer pieza íntegramente de dirección.”Fue la primera obra en la que estuve totalmente afuera. En general no me resulta tan fácil encontrar textos, pero este me encantó y lo presenté al Cervantes para hacerlo. Era una autora mujer, Patricia Zangaro, yo soy una directora mujer, por otra parte recoge la tradición del grotesco que a mi estéticamente me interesa. A veces me convocan para dirigir o leo textos que me gustan, pero no siento que tenga algo que aportarle a ese material, que no sea simplemente poner en escena unos diálogos.” La pieza era la historia de una chica que estaba sometida por su padre a representar casi miméticamente a su madre muerta ya hacía muchos años. La obra trasncurría la noche en que ella iba a debutar, es decir, bailar con los invitados que irían al patio de la casa, llegando a momentos de mucha perturbación, cercanos al abuso.”Es un grotesco bastante moderno, pero recoge bien esa cosa tradicional del mandato. Todos la miran y... ¡La finada! Ella es la madre. Un sometimiento que también tenía una resonancia con lo social, con otra vez somos lo que nos dicen que tenemos que ser. Ustedes no pueden acceder a esto... es decir los poderes dominantes dominando.”
Y estos temas nos llevan a lo desplegado por la pieza que tiene arriba del escenario de miércoles a domingo: I.D.I.O.T.A. Allí un taxista –Luis Machín– se presenta a unas pruebas psicológicas muy bien remuneradas. Lo que él piensa que va a ser una manera fácil de conseguir el dinero que necesita para saldar unas deudas acuciantes se convierte en una pesadilla negra de la mano de una intrigante psicóloga, que a través de preguntas capciosas y enigmas, lo lleva al límite de su capacidad de discernimiento. Es la primera vez que Gabin trabaja con Machín –dupla sonora– y también la primera que ella es dirigida por Veronese. La pieza plantea a la manera del teatro de “tesis”, ciertas cuestiones sobre cómo los aparatos represivos actuales buscan métodos innovadores para hacer lo de siempre: adoctrinar a los menos pensantes.
Y sí, es curioso verla a Gabin por una vez, sin hacer ninguna cara (casi, igual hace) o ninguna clase de chiste. “A Machín le toca ser el tonto y a mi me toca ser la institución y ver hasta dónde puedo llegar.” Como en todos sus trabajos, desde Danza Abierta hasta acá, desde Las Gambas al Ajillo hasta acá, algo del cuerpo social aparece en su actuación. Como cierra ella: “Veronese decía todo el tiempo en los ensayos que esta es una obra muy argentina. Y yo creo que él la hizo muy argentina, que él, Machín y yo, ese personaje y ese sistema al que se somete el personaje resuena en algo muy nuestro.”
I.D.I.O.T.A. se presenta de miércoles a domingos en el Teatro Picadero, Pje. Enrique S. Discépolo 1857. A las 20.30.