El 16 de julio se presentó en Buenos Aires el libro de Julio Ferrer Gregorio Selser: una leyenda del periodismo latinoamericano, una supuesta “biografía” cuyo verdadero fin es manipular la obra y el pensamiento de mi padre, el gran periodista, académico e historiador argentino fallecido en México en 1991 con 69 años, es decir hace casi tres décadas.

Agradecemos el espacio que Página/12 nos brinda a mi hermana Gabriela y a mí para expresar nuestra posición sobre el libro de Ferrer, quien hace unos tres años nos pidió apoyo. Cabe recordar que nuestro padre colaboró con este diario, donde también trabajó durante muchos años nuestra fallecida hermana Claudia.

Con ingenuidad, y a pedido suyo, le brindamos a Ferrer información, contactos y fotos familiares pensando que, si bien no lo conocíamos, él haría una biografía rigurosa sobre uno de los periodistas más destacados del siglo XX, la cual debía exponer no sólo su pensamiento socialista, humanista y antiimperialista, sino presentarlo en su integralidad como lo que fue: un hombre sin compromisos partidistas y, por ello, capaz de criticar a la misma izquierda con la que siempre se identificó.

Para un lector desprevenido, el periodismo de consignas del señor Ferrer puede no ser un acto de propaganda. Pero desde la Introducción, éste involucra a nuestro padre como “imprescindible para la Batalla Cultural y de Ideas que necesita nuestra América Latina”. Ferrer anuncia así en forma explícita una confrontación ideológica continental, con evidentes alcances geopolíticos que ni el Quijote en su mejor empeño podría haber librado solo.

De ahí la pregunta: ¿quién está detrás de esta “cruzada” que utiliza de “estandarte” a nuestro padre muerto, cuando él no está en capacidad de ser consultado, y mucho menos, de cuestionar la maniobra?

Julio Ferrer no actúa solo. Él y su mentora han buscado cómo denigrarnos públicamente a Gabriela y a mí por denunciar la manipulación de su memoria y también la de nuestra madre, Marta Ventura, fallecida hace cuatro años.

Apenas en febrero pasado pudimos leer el libro de Ferrer publicado en La Plata, y aceptamos con Gabriela corregirlo de forma gratuita, con miras a una eventual publicación en México, luego de admitir Ferrer que el libro tenía “muchos errores”.

Pero cuando quisimos subsanar las graves omisiones del libro y algunos añadidos que Ferrer nos envió, nos percatamos de su intento por encajonar el pensamiento y la obra de nuestro padre en una posición política acrítica que victimiza a las izquierdas de la región y culpa cómodamente de todos los males de América Latina “al imperialismo norteamericano”.

Por ejemplo, Ferrer se negó a incluir en la versión ampliada el rechazo tajante de mi padre (del cual fui testigo, en 1978 en La Habana) a que Cuba diera su respaldo en una declaración oficial a la dictadura de Videla, sólo porque Argentina le vendía cereales a la URSS. En 1989, mi padre también se opuso al fusilamiento de cuatro militares cubanos acusados de narcotráfico, entre ellos el general Arnaldo Ochoa, sacrificados por Fidel Castro, episodio que también Ferrer rechazó citar en su libro. De hecho, expresó verbalmente su temor a lo que podían decirle en Cuba si lo hacía...

Tampoco quiso incluir las muchas y conocidas críticas de mi padre a la deriva autoritaria de la revolución sandinista del 19 de julio de 1979, de la cual se acaban de cumplir 40 años. Al contrario, pretendió introducir loas al presidente Daniel Ortega y a algunos de sus operadores políticos que en sus portales han saludado “el libro de nuestro amigo Ferrer”. Por cierto, Ortega anunció este 19 de julio su decisión de permanecer de forma indefinida en el poder, cerrando así las puertas a la negociación y el consenso, tras masacrar a cientos de estudiantes en la rebelión de abril de 2018, encarcelar a centenares de opositores y obligar al exilio a millares de nicaragüenses, repitiendo la actuación del dictador Anastasio Somoza a quien Gregorio Selser combatió con vehemencia desde sus escritos.

Ferrer, a pesar de rebasar los 40 años, nunca conoció a Gregorio Selser, y aunque quienes están detrás de él se precian hoy de haber sido “amigos” de mis padres en México, eso no los autoriza a pretender erigirse en voceros o voceras de su legado, algo que también pretende Ferrer; cuyo oportunismo llevó además a que con Gabriela le quitáramos la primera máquina de escribir de mi padre, dada en “custodia” temporal. Otro gesto de confianza que Ferrer burló.

Seguramente, Ferrer y sus padrinos que lo protegen y han catapultado seguirán adelante con su “Batalla Cultural y de Ideas”, pero nosotras nos opondremos siempre a que el nombre de nuestro padre sea enlodado y manipulado.