Flores en Versalles no es ninguna florería paqueta del barrio de Almagro ni una nueva entrega novelesca de la escritora romántica Laura Kinsale, sino el flamante laboratorio de canción rock que aunó por primera vez a Antonio Birabent con Marcelo Filippo. Es un proyecto tan porteño que su génesis ocurrió en el camarín de un recital de tango. “Siempre nos preguntamos cómo no nos conocimos antes”, se sorprende el hijo del legendario Moris. Entonces, el ex Cinerama advierte: “Voy a conseguir el amor de Antonio para que el grupo se mantenga mucho tiempo”. Y el cantautor y actor responde: “Va a parecer naif lo que voy a decir, pero me interesa más mantener a Marcelo como amigo. Lo que me enseñó la música es que al final lo que prevalece es una cuestión personal y humana. No me acuerdo de cuántas copias vendieron mis discos, aunque sí de quienes estuvieron vinculados en esos procesos. Podremos seguir con esto un año o cinco. No lo sabemos. Creo que nuestra tranquilidad parte de no pensar en eso ahora”.
El tándem se lo toma con tanta calma, aunque al mismo tiempo con tamaño atrevimiento, que lo que presentará este sábado en la sala Humboldt (Humboldt 1358, a la vuelta de Niceto Club), a partir de las 21, será su primer show. “No habrá invitados”, adelantan los artistas, que se dedicarán a tocar las diez canciones “contundentes y cortas” de su primer álbum de estudio. Canciones que, pese a que brotaron en el último año, aún no pusieron a circular. Lo único que se conoce de este enigmático debut discográfico, porque tampoco se sabe en qué formato ni cuándo aparecerá, son sus dos primeros singles, “Chico perdidos” y “Gato negro”.
“Cuando nos conocimos con Marcelo, Cuino Scornik (del que Filippo es socio musical desde hace algunos años) estaba en esa conversación”, explica Birabent, cuyo padre también aportó un tema en el repertorio del disco. “La primera canción que surgió fue ‘El error’, que hicimos los tres. Después de hacer otra juntos, nos dimos cuenta de que el proyecto tenía más que ver con lo que pasaba entre Marcelo y yo. Pero quedó ese registro”.
-¿Cuál de ustedes es de Flores y quién es de Versalles?
Antonio Birabent: -Ninguno de nosotros es de esos barrios porteños, que adoptamos como alias porque Buenos Aires tiene esa magia de que son muchas ciudades en una. Y cada barrio es un mundo, al igual que nosotros. Nos juntamos en ese lugar intermedio que es ese cancionero que inventamos entre los dos, y que no es de un lugar ni del otro.
-Eligieron dos barrios con rasgos musicales marcados. Mientras que Versalles es tanguero, Flores no sólo también lo es, sino que es sinónimo de rock y hasta de vanguardia: de allí es Daniel Melero. ¿Por qué el proyecto no se llamó, por ejemplo, “Santa Rita anda por Caballito”?
Marcelo Filippo: -Jugamos con la idea de que podríamos ser de estos barrios, pero al mismo tiempo con la referencia a las flores del Palacio de Versalles. Aunque también está la anécdota de que nos perdimos entre un barrio y otro.
A.B.: -Buenos Aires tiene una mezcla de lo decadente y lo palaciego. Y esos barrios, al igual que otros, tienen símbolos de esa dualidad.
-Si bien a muchos artistas les cuesta una eternidad conseguir su idiosincrasia sonora, a ustedes, según lo que comentan, les llevó muy poco tiempo. ¿Cuál fue el principal punto de encuentro entre ambos?
M.F.: -Somos muy cancioneros. Tampoco era un lugar ni suyo ni mío. Nos encontramos ahí.
A.B.: -Fue una casualidad, no fue que surgió el grupo de entrada. Si no hubiera habido empatía, no daba un paso. Fue un planteo adulto. Nos dimos cuenta de que había un proyecto, aunque no sabíamos a dónde iba. Entusiasmo amateur.
-Antonio, gozás de un compulsivo entusiasmo amateur o de una gran necesidad económica. Y es que no pasó ni un año desde que publicaste tu último material discográfico, Oficio juglar, que, de paso, fue un proyecto titánico.
A.B.: -Dejame que te corrija: si fuera por una inquietud económica, no haría esto. Hay otras cosas que me dan mucha más plata. Me cuesta un montón quedarme quieto, es lo más cercano a la muerte. Uno de los primeros singles del proyecto, “Chicos perdidos”, dice: “Nos encontramos así, sin querer”. Éste es el encuentro de dos músicos que deciden armar una banda de rock. No sé si existe otra cosa más juvenil que ésa. Seguramente hay otras, pero ésta es la que pudimos armar nosotros. Y en ese encuentro fortuito descubrimos que teníamos canciones para escribir.
M.F.: -Cuando nos metimos a componer, no sabíamos qué iba a suceder. Pero nos dimos cuenta de que había canciones suyas y mías que no entraban en otros proyectos, sino en éste. Aunadas por un sonido de rock particular: con dos guitarras eléctricas, bajo y batería.
-¿Es un proyecto de rock o una reivindicación al rock?
A.B.: -No es reivindicativo, porque eso tendría un costado casi político. Es más intuitivo, mezclado con la inocencia. No creo que nos hubiera pasado ni a él ni a mí con otra persona.
M.F.: -Siempre es bienvenido escuchar una buena canción de rock. Eso es algo que atraviesa las épocas.
A.B.: -Cuando empezamos a tocar, sentimos que teníamos que hacer esas canciones con pocos elementos. Sin solos ni teclados. No hay nada más. Es un sonido de vuelta, con una verdad muy evidente. A mí lo que me queda de todo lo que hago es la satisfacción de poder cantar una canción que me parece buena. Una vez que eso sucede, lo demás es superfluo.