El último año de la vida de Eva Duarte fue de una intensidad inusitada. Una aceleración del tiempo y del espacio como muy pocos otros momentos en el SXX. Hay un misterio apasionante en los sentimientos encendidos que despertó la figura de Evita: ese odio sin complejos entre los antiperonistas, y ese amor sin barreras ni condiciones entre los descamisados. Es difícil abstraerse del influjo de esa joven sufriente y ardiente que, aquel 26 de julio en que falleció, apenas hacía dos meses había cumplido 33 años. Justo la edad en la que Jesús fue crucificado. El vía crucis del último año de Evita no tiene parangón.
El 22 de agosto de 1951, frente a una multitud difícil de cuantificar, desde el balcón del ministerio de bienestar social, un mar de gente llenó la avenida más ancha del mundo para pedir que la fórmula presidencial para las elecciones de noviembre fuera “Perón- Evita”. Eva Perón intentó durante horas explicar que eso no era posible, aún no sabemos a ciencia cierta por qué. Juan Domingo Perón también se dirigió al pueblo peronista pidiéndoles confianza, pero el subsuelo de la patria sublevado gritaba ¡Nooo! y exigía la candidatura de la abanderada de los humildes. Recién ya avanzada la noche se desconcentraron con la promesa de que pronto tendrían una respuesta.
Y esa respuesta llegó el 31 de agosto cuando Evita, por cadena nacional, anunció su decisión indeclinable de renunciar a los honores pero no a la lucha.
El 15 de octubre salió el libro La Razón de Mi Vida por Ediciones Peuser, la primera edición fue de 300.000 ejemplares. Solo dos días después, el 17 de octubre de 1951, habló en el Día de la Lealtad desde el balcón de la Casa Rosada y ese evento fue televisado, es el momento fundacional de la televisión argentina. Fue en ese discurso donde dijo: “Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo se que ustedes recogerán mi nombre y lo llevaran como bandera a la victoria”. Es imposible ponerle más mística a ese momento histórico, tal vez ese fue el gran legado de Evita. Ella ya estaba muy enferma. Pudo, por primera vez en 24 días, levantarse de su lecho para asistir vestida de negro al acto. Sostenida de la cintura por Perón. En el discurso de aquel día, nombró nueve veces a su propia muerte. Ese discurso es considerado por muchos como su testamento político.
El 11 de noviembre llegó el ansiado día en el que las mujeres argentinas pudieron votar por primera vez. Eva no quiso perderse la oportunidad y le llevaron una urna a su propia cama. El fiscal por la UCR era el inolvidable David Viñas, quien contó que el fervor de los sectores populares por Eva llegó a extremos alucinantes, se le abalanzaban sobre la urna y la besaban. Ese día Perón fue reelecto con el 63% de los votos.
El primero de mayo de 1952 Evita quiso participar del día del trabajador. Perón hizo de todo para persuadirla de no concurrir, le dijo a los colaboradores que le digan que hacía mucho frío, pero nada sirvió. Ella no podía ni siquiera sostenerse parada pero nadie pudo frenarla. Le aplicaron morfina y se trasladó en el auto descapotable presidencial y pudo mantenerse erguida, junto a Perón, durante todo el acto gracias a un sistema para apuntalarla que había ideado un empleado de la residencia presidencial. Se la vio de pie, vestida con un tapado de piel, viajando en el coche descubierto que partió desde el Palacio Unzué por Avenida del Libertador hasta la Casa Rosada, donde tuvieron que aplicarle dos nuevos calmantes. También presenció toda la ceremonia de pie, ayudada por el dispositivo que le habían construido y apoyada disimuladamente en una silla. Pesaba apenas 37 kilos.
¡Viva el cáncer! ¡Viva la muerte! Escribieron en las paredes quienes sentían por Evita ese odio atávico por una mujer que no permitía la indiferencia.
Perón decretó que el velatorio duraría todo lo necesario hasta que la despidan todos los humildes. Durante 16 días desfilaron multitudes bajo la lluvia y el frío y un paroxismo de homenajes parecía no poder satisfacer la necesidad de aplacar la tristeza. Hoy, el misterio de tanta intensidad sigue rondando entre nosotros.