Parece un tecnicismo de alta sofisticación que la campaña de Cambiemos eluda el contacto directo con los ciudadanos. No hay timbreos, no hay actos masivos. Solamente inundación de mensajes en las redes, inundación de fake-anuncios en los medios oficialistas que no los cuestionan y algunas entrevistas con comunicadores seleccionados por expertos. Pero no se trata de ningún tecnicismo respaldado en las videncias de un supergurú. Simplemente, los candidatos de Cambiemos ya no resisten la calle o las preguntas que vienen de la gente. María Eugenia Vidal quedó descolocada con algunas dudas inofensivas planteadas por periodistas que simplemente se corrieron del libreto. Y Mauricio Macri fue duramente cuestionado cuando asomó la nariz en Suiza, en Azul la semana pasada y el jueves en Córdoba sin mencionar canchas de fútbol y de básquet, restaurantes y terminales de trenes y autobuses que gritaron con furia el hit del verano. Es un presidente odiado por mucha gente y si gana le resultará muy difícil gobernar. Tendría que haber dado un paso al costado.
Para el activismo macrista, sobre todo el que interviene en las redes, la mano que mece la cuna siempre es la de la Cámpora. Y las personas que increparon a Macri serían comandos entrenados para romper el estrecho círculos de guardaespaldas y cortesanos que lo rodea cuando tiene que realizar una actividad como cruzar la calle o inaugurar una ruta a la que sólo emparcharon. Pero la mujer que en Azul le dijo en la cara: "nos dejaste en la calle, sos un hijo de puta" es la esposa de un obrero despedido de la fábrica militar de explosivos que motorizaba gran parte de la economía local. En Córdoba, el tipo que sin premeditación ni alevosía se topó con la comitiva presidencial, alcanzó a decirle: "Vaciaste el país, loco; vaciaste el país".
Macri mantiene un respaldo importante, pero el daño que hizo a millones de familias con inflación, desempleo o la quiebra de pequeños y medianos comercios sobrepasa al odio instalado contra Cristina Kirchner por la corporación de medios oficialista. Cristina pudo ver que ese odio no iba a decaer y se iba a convertir en un factor desestabilizador permanente. Y decidió dar un paso al costado para que Alberto Fernández encabece la fórmula del Frente de Todos.
El peronismo-kirchnerismo no tiene un dispositivo equivalente para instalar un odio similar. Aún así, la bronca con Macri es mucho más intensa y genuina. La imagen negativa del presidente supera en varios puntos a la de Cristina Kirchner, pese a que la ex presidenta ha sido bombardeada mediática y judicialmente en forma sistemática desde hace más de una década, mientras que Macri ha sido protegido por la gran mayoría de los medios.
Las políticas oficiales destruyeron la vida de millones de personas que se quedaron sin trabajo o quebraron sus industrias y comercios o sus salarios quedaron reducidos a una miseria. Macri no puede asistir a una cancha de fútbol y los timbreos se convirtieron en un via crucis para los candidatos de Cambiemos, porque la gente de las casas o los vecinos del timbreado también los increpaban. No hubo golpes ni heridos, pero sí mucha bronca en el ambiente.
Si gana Macri, las cosas no van a cambiar y le será muy difícil gobernar con el odio de tanta gente. Está demostrado que no alcanza la represión para tener gobernabilidad.
Cristina Kirchner tuvo esa percepción. Podía cambiar pero muy lentamente y hasta cierto punto, la bronca que se había implantado en sectores de la oposición. Y tuvo la grandeza de correrse a un costado porque el próximo gobierno afrontará una situación muy difícil y deberá tener todas las facilidades para gobernar.
Macri, por el contrario, afronta una imagen negativa aún más alta que Cristina Kirchner y con causas que difícilmente se olviden y sin embargo no quiso ceder protagonismo. Son actitudes distintas con relación a la responsabilidad que implica la política.
Sin el contacto directo de los dirigentes con el pueblo, la política se empobrece. Esa ausencia va más allá de los problemas del macrismo para afrontar la calle. La disputa electoral es por una franja de votos que hasta ahora no se ha decidido o lo ha hecho en forma tenue porque hasta cierto punto es un sector indiferente y por lo tanto insolidario desde lo político y ubicado del centro a la derecha. Esos son los votos que vienen definiendo las últimas elecciones. La derecha da por consolidado a su voto duro. Y lo mismo sucede con el peronismo-kirchnerismo. La disputa es entonces por ese espectro que inclinará el resultado para uno u otro lado.
El problema es que para ese sector son chocantes los actos masivos, la participación política, la organización política, se aburre con razonamientos o programas, sobre todo porque siente que cuando un candidato le explica algo, lo trata de ignorante. Cada uno de esos elementos son herramientas de la política para la participación ciudadana. Explicar, organizar, participar. Es construcción de ciudadanía. Para no asustar a los indiferentes, la campaña electoral parece desprovista de estos elementos que la enriquecen.
Para el Frente de Todos, es hacer un equilibrio muy delicado y sustituye los actos de masas con las presentaciones del libro de Cristina Kirchner. Y la intención de buscar un perfil de electores que vaya más allá de la agenda partidaria se puede ver en la decisión de Alberto Fernández de participar en programas de radio y televisión que han sido ferozmente antiperonistas y antikirchneristas.
Las dos variantes de hablarle a la sociedad tuvieron un efecto positivo. Las insólitas presentaciones del "Sinceramente" son multitudinarias en una coreografía inédita en el proselitismo político. Cristina Kirchner nunca habla de pie y no siempre de política. No hay discursos agitativos y algunos de los conceptos que circulan en esas presentaciones multitudinarias no son sencillos, pero su explicación es seguida atentamente por el público que desborda auditorios para miles de personas.
Las intervenciones de Alberto Fernández en territorios francamente hostiles como los programas de Eduardo Feinmann, de Joaquín Morales Solá o del cordobés amigo del dictador Menéndez, Mario Pereyra, tuvieron el mérito de confirmar vocación de diálogo y apertura por parte del Frente de Todos, a diferencia de Macri que nunca abandona su lugar de comodidad en las entrevistas con Luis Majul o con el mismo Joaquín Morales Solá, concesivos, predispuestos y hasta obsecuentes. Sin embargo, los programas políticos, en general tienen bajo ráting y son tan parciales que es difícil evaluar si constituyen el mejor canal para llegar a ese voto dudoso.
Los timbreos en el caso de Cambiemos fueron una escenografía. No eran masivos ni los hacían los militantes. Participaban los dirigentes en unas pocas casas, muchas veces ya controladas y la filmación de ese timbreo era difundida en forma masiva. El peronismo kirchnerismo tiene la capacidad de llegar a cada casa con sus militantes, lo cual sería una forma de romper el cerco y tender puentes hacia sectores más alejados políticamente. Pero según encuestas y focus group, cualquier demostración de aparato ya sea en actos de masas o en despliegues territoriales importantes genera rechazo en una parte de la sociedad.
La organización política, que debería ser vista como un nivel alto de consciencia y participación democrática fue demonizada por las corporaciones mediáticas. Y en esa empresa de difamación se llegó, incluso, a denunciarlas como bandas de narcotraficantes. La política, la organización política, los actos donde los dirigentes comparecen ante su pueblo, han sido desprestigiados y presentados como lo opuesto de lo que son.
El imaginario del votante al que están dirigidas centralmente las estrategias electorales de las dos fuerzas políticas principales está constituido por esa línea de prejuicios. Y así la política tiende a mostrarse desprendida de estas herramientas que la han enriquecido. Para Cambiemos es algo natural porque su voto duro piensa de esa manera. El esfuerzo para el Frente de Todos es más complicado porque su voto duro se formó en la valoración y en la participación en esos niveles de compromiso político. Desde el campo popular es imposible participar de otra manera. Y lo mismo debería ser si se asume la política desde una concepción realmente democrática, aun cuando fuera desde la derecha.