El partido gobernante es uno de superficies, dedicado a lo que se puede ver y fotografiar, y no a esas cosas aburridas como construir un país. A cada momento se puede ver esta tendencia de hacer las cosas para la foto y rápido, sin mayor consideración a los que vendrán después y tendrán que usar esas cosas. Lo que manda es el anuncio político y el lucimiento del funcionario de turno. El seis de febrero, el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta tuvo uno de esos momentos cuando inauguró las obras de urbanización en el barrio Carlos Mugica, la villa 31-31bis. La obra era un arranque de un proyecto mayor, 1600 metros lineales de veredas, 1200 metros cuadrados de pavimento, 400 metros lineales de desagüe pluvial, lo mismo de cloacas, 1600 de agua potable, más quince luces LED. Todo muy lindo y lucido, todo para la foto.
Pero en los días siguientes, un grupo de profesionales de la Cátedra Libre de ingeniería comunitaria, la CTA Autónoma y el Observatorio del Derecho a la Ciudad empezaron a revisar los trabajos, compararlos con los propios pliegos oficiales y a hablar con los vecinos del barrio. Lo que se encontraron no es para la foto y es preocupante. Lo primero que entendieron es que no hay realmente un plan para todo el barrio, más allá del anuncio de que se va a construir infraestructura. Nadie pudo encontrar cosas como un estudio de proyección demográfica que permita calcular tuberías a futuro si el barrio crece. Tampoco hubo gran coherencia en lo poco inaugurado, porque resultó que intervinieron dos empresas constructoras que usaron diámetros, materiales y diseños diferentes, cada una haciendo lo que mejor le parecía en su manzana asignada. Esto no es una marca de creatividad de las constructoras, que generalmente hacen lo que les encargan, sino una marca de que no hubo un planeamiento serio.
Lo que se construyó, además, fue conectado a la vieja y bastante precaria red cloacal de la zona, tan vieja que simplemente vuelca sin tratamiento alguno de residuos a la red pluvial porteña. Tampoco se sabe que nada de lo construido o a construir vaya a ser transferido a Aysa, que opera el sistema en toda la ciudad. Esto parece un detalle pero es una vieja reivindicación de las villas, que lo entienden como un tema de igualdad con sus vecinos y resienten la diferencia de la calidad del servicio. Entre otras consecuencias, resulta que no hay medidores y los servicios no están a nombre de los dueños de casa. De hecho, como no le dieron vela en el entierro, Aysa puede rehusarse a aceptar estas obras como válidas. Los vecinos contaron que durante las obras nadie vio los carteles correspondientes y que había que andar cuidando a los chicos entre tanta zanja, por falta de medidas de seguridad. También señalaron que no se puso ni uno de los canteros, con o sin plantas, que estaban incluidos en las obras anunciadas, cosa que Larreta parece no haber notado.
Para ver para dónde va esta historia, basta recordar el caso del barrio Los Piletones, que supuestamente está urbanizado desde abril de 2015. En ese barrio las conexiones de agua potable siguen sin conectarse a la nueva red de distribución, no hay conexiones domiciliarias a la red cloacal y el lago Soldati tiene un nivel truculento de contaminación bacteriana. Cuando llueve, aunque llueve moderadamente, se nota la escasa calidad de las obras y que no hay red entubada ni sumideros. De hecho, las zanjas que se llevan el agua no tienen un gradiente pronunciado, con lo que la cosa se pone lenta.
El nuevo código
Ese notorio ente llamado el Consejo del Plan Urbano Ambiental, COPUA, finalmente aprobó a fines de noviembre el nuevo código urbanístico, el que el macrismo ya aplica “por morfológico” aunque no fue ni debatido ni votado. Tanto apuro muestra en qué dirección va el nuevo marco legal, que se está empezando a imponer como algo hecho a medida de los especuladores. Se sabe, esa es la industria favorita, esencial, del macrismo, que por algo es el trumpismo porteño.
El bodrio legal es tal, que dos miembros del Consejo se negaron a “analizar” el nuevo código a las apuradas y pidieron más tiempo formalmente. Estela Di Legge y Ariel Pradelli tuvieron esta dignidad porque los corrián para que leyeran y aprobaran en apenas un día. Este apuro parece demencial cuando se trata de la ley marco que va a regular absolutamente todo en nuestra ciudad, pero hay que pensar que el código fue pensado y armado por y para los que cuentan, los que entienden y tienen el poder de hacerse entender. De hecho, no se difundió el texto que debatió el Copua, no se consultó a ninguna ONG barrial o urbana, y sólo se sabe de contactos con “la industria”…
Con lo cual hay que esperar lo peor y prepararse para la votación. Eventualmente van a tener que publicar el texto y un código tiene doble lectura y audiencias públicas.