Había una vez un país. Lo habitaban lectores de revistas, que con sus consumos culturales permitían que un buen dibujante se ganara la vida como trabajador de la industria gráfica. Lolo Amengual era uno de ellos. Nacido en Marcos Juárez (Córdoba) en 1939, llegó a la movida porteña del Di Tella en los '60 junto con su coterráneo Jorge Bonino (creador de una performance donde daba conferencias sin texto) y dibujó en los '70 en la Satiricón, revista satírica que tras ser objeto de censura tres veces en tres años sucesivos por diversos gobiernos fue amenazada por la dictadura en 1976 y desapareció.

Amengual no perdió el humor como él dice (¿qué cordobés podría?) pero sí la fuente de trabajo, como tantos otros dibujantes argentinos que se vieron obligados a reinventarse en medio de las crisis. Transformado en el "joven artista de edad avanzada" Lorenzo Amengual, se puso a explorar el mundo de la ilustración de obras literarias, con tal profundidad y tan excelentes frutos que sería una buena idea invitarlo a dar talleres de ilustración en Rosario.

Andres Macera

Su didáctica exposición Imagen y literatura, que puede verse hasta el 18 de agosto en el segundo piso del Centro Cultural Fontanarrosa de Rosario (San Martín y San Juan), comienza muy amablemente con un saludo al dueño de casa. A un dibujo que le mandó el Negro junto a un esperanzado saludo de año nuevo nada menos que en 1978, responde el Lolo con un collage cómico en tinta, pintura y objetos, de tal complejidad que no alcanzó a terminarlo en vida del gran colega rosarino. Chiste del destino, la muestra se inauguró un día antes del aniversario número 12 de la partida del Negro aquel frío 19 de julio.

La fantasía y lo macabro, el humor negro y el erotismo se entrelazan en viñetas satíricas fractales que componen mundos desde la parodia.

El Lolo se presenta en el relato que acompaña la reproducción de aquel envío: "Hace 41 años recibí esta esquela que atesoro. Roberto Fontanarrosa me la envió desde Milán [Italia], desde la casa de Marcelo Ravoni, quien vendía en Italia los dibujos de Breccia, Oski, Quino y Mordillo, también los de Roberto y los míos. ¡Altri tempi [Otros tiempos]! Presionado por las oscuridades que  asolaron estos pagos, debí cambiar de profesión. El dibujo siguió en mí, pero en secreto. Volví al diseño gráfico. Me convertí en hombre de imprenta".

Y de la imprenta salieron los libros que ilustró, cuyos originales expone junto a ejemplares y bocetos. Se empieza por el ABC de las microfábulas, de Luisa Valenzuela, que se despliega como alfabeto, bestiario y juego de adivinanzas: A de araña; B de burro y de bárbaro (lo animal en el hombre); C de caballo, Ch de chancho, D de dromedario, E de elefante, D de dromedario, F de foca, H de hiena, J de jirafa, K de koala, Ll de llama, M de mariposa, Ñ de ñu y de ñandú, O de ocelote, P de pterodáctilo y de pato, Q de quirquincho, S de sanguijuela, T de tiburón, U de unicornio, urogallo y urraca, V de vaca, W de wombat (mamífero de Oceanía que al nacer parece un hombrecito, o un dibujo de Amengual); X de xavantes (una etnia originaria del Mato Grosso), Y de yacaré y Z para el astuto y pícaro zorro que contempla un romance gitano marginal bajo un puente.

Andres Macera

Se agregan en la P dos alegóricos pingüinos, fechados en 2009, donde se satiriza en un recoveco del dibujo a la prensa calumniadora. A buen entendedor, pocas palabras, dice el refrán y de eso se trata su pulseada con un maestro español del siglo XIX, Francisco de Goya y Lucientes, en cuyas series de grabados al ácido (¿sabrá que el Museo Castagnino de Rosario tiene una colección, en parte en exposición en el Macro?) Amengual encontró un hermano en la sátira social.

La fantasía y lo macabro, el humor negro y el erotismo se entrelazan en viñetas satíricas fractales que componen mundos, parodiando seriamente los bestiarios medievales y los grabados de Goya (copiando incluso el estilo literario y tipográfico de los epígrafes) y representando aquello del mundo real que merece ser ridiculizado. La tinta sobre papel imita la dureza sin grises del grabado en madera.

Honesto y generoso, Amengual muestra sus cartas. Comparte, protegidos por una vitrina, cuatro libros que son obvias influencias: entre ellos, Gargantúa y Pantagruel de Rabelais ilustrado por Gustave Doré, origen de calificativos para la exuberancia barroca (gargantuesco, pantagruélico) que son aplicables a los dibujos y objetos expuestos.

Por último, Cábala criolla se basa en la smorfia, oniromancia tradicional napolitana que sirvió de inspiración y contraseña a los quinieleros y es popularmente conocida como los números de San Cono.

Andres Macera