En el altillo de un chalecito burgués, a finales de los cincuenta, un guionista escribe.
Es de noche, y esa soledad es interrumpida por un holograma que viene del futuro.
Un rubio se dibuja en la penumbra, desde el éter.
Sobresaltado, Germán escucha lo que viene a decirle.
El Eternauta le cuenta a un narrador su desventura acerca de tiempos ominosos.
Siempre hay eternautas en pos de narradores. Vienen del pasado o del futuro. Nunca desde el presente. Cualquier figura que zafe del presente es un viajero temporal.
Oesterheld lo sabe, lo sabía, lo sabrá, y oirá a Mort Cinder, a Ernie Pike, a Sherlock Time, y a Juan Salvo.
Pero un día, cansado de héroes machos, escuchará a cuatro chicas, a sus hijas, al verdadero héroe, el colectivo, la colectiva.
Oirá, y dejará la máquina de escribir, el altillo, la espera de fantasmas, todo eso dejará Oesterheld a un lado.