Entre los firmantes de la solicitada macrista publicada en estos días hay algunas personas que figuraron en los años noventa como pertenecientes al campo progresista. Eso es lo único que le da alguna importancia a la cuestión. Como quien escribe formó parte de aquella experiencia, es inevitable la sensación de algo así como un malentendido histórico. Y es obligatorio entonces despojarse, tanto como sea posible, de sensaciones que contaminen la reflexión con cualquier brote de resentimiento.
Para los progresistas de la solicitada el gobierno de Macri es una experiencia positiva. Nos alejó de los países en los que rigen regímenes autoritarios y violentos. Recuperó la división de poderes. Promovió el diálogo y la unión de los argentinos. Terminó con el abuso de poder y la práctica de la intimidación del adversario. Dicen, por ejemplo, que en la televisión de la época anterior había programas que estigmatizaban a la oposición, lo que insinúa que actualmente no miran mucha televisión. Lo más llamativo es que el texto lo firmen personas que dicen ser intelectuales. Como para precaverse, los firmantes (o los propios funcionarios que redactaron el texto y que entienden de política) dicen pudorosamente que no están del todo de acuerdo con el gobierno, que hay errores, que debe mejorarse: no hay, sin embargo, referencia a un solo aspecto concreto que pudiera considerarse un error y en el que pudiera mejorarse.
La verdad es que no tiene ninguna importancia cuáles son los errores que los intelectuales consideran que deberían corregirse: el texto no tiene intención alguna de intervenir críticamente en la realidad, es una simple toma de posición a favor del régimen. Como tal puede prescindir plenariamente de cualquier observación concreta; “somos macristas y nos la bancamos”, parece ser la única interpretación del hecho político.
Más interesante que la descripción del texto es hurgar en su lugar histórico, aunque la frase pueda parecer una exageración en la medida en que se refiere a un texto de una pobreza conceptual alarmante. Aún en el lugar común televisivo, en el recurso literario elemental para quien sabe que le está hablando a un público amigo, es posible rastrear las huellas de una querella política que tuvo, ciertamente, intérpretes y textos mucho más honrosos. La presencia innombrada en el texto es el peronismo. Aunque no tuviera ningún otro mérito, Macri merece ser apoyado porque es el nombre del antiperonismo. De un antiperonismo triunfante. Que es justo votar a su favor porque promete avanzar en la obra de destrucción que la democracia argentina necesita de modo definitivo y terminante: el fin de una identidad que constituye un insulto a la Argentina culta, productiva, abierta al mundo, civilizada.
Se ha dicho muchas veces que el peronismo es muy difícil de entender para personas que no hayan vivido en nuestro país. Tanto o más interesante, sin embargo, es la interrogación sobre el antiperonismo. ¿Es el antiperonismo una expresión exclusiva de la política conservadora? No es así: los firmantes del texto, por ejemplo, podrían exhibir muchos datos que sostengan su pretensión de pertenencia al mundo de la democracia, de los derechos humanos y hasta de posturas igualitarias en lo social. Pero tal vez allí esté la pista: la política no se define por un catálogo de definiciones y de intenciones ideales, la política es una posición de poder, ante el poder, dependiente del poder. La especificidad del peronismo es el cuestionamiento a las normas que organizaron el poder en la Argentina. Puede aceptarse que cuestiona no solamente las malas normas sino también algunas de las buenas. Que como todo igualitarismo está sometido al riesgo sobre los derechos individuales, sobre el mérito, sobre la competencia limpia. Sea, pero la discusión es aquí y ahora. Lo que ha gobernado el país en estos cuatro años no es una aristocracia de sabios y expertos empeñados en valorar el mérito y sostener la institucionalidad. Es una cleptocracia de especuladores financieros, de lavadores de dinero, de prepotentes, apretadores y violentos. Apenas llegó al gobierno Macri dictó un decreto para modificar la Corte Suprema. Después puso en marcha un proceso de apropiación de renta para amigos y aliados que incluyó tierras, vías aéreas, negocios financieros e inmobiliarios entre otros. Y el “proceso” incluyó extorsión, violencia, expropiaciones de facto como las que intentaron e intentan con empresas de la comunicación. Incluyó presos políticos, causas armadas, destitución fraudulenta de jueces, apriete a otros jueces para que apuren causas de interés faccioso.
No hace falta juzgar al macrismo en términos de doctrinas igualitarias o emancipadoras. Solamente con la comparación entre la campaña de 2015 y la realidad de estos cuatro años salta a la vista su condición fraudulenta y su disposición al empleo de recursos que estaban vedados al poder político desde la tragedia de los años de la última dictadura. La derecha autoritaria y su cobertura “progresista” operan por sustracción. Sustraen la discusión política y la reemplazan por frases sonoras: elogian la “recuperación institucional”. Han contribuido de modo militante al encubrimiento del atentado de la AMIA. Han montado un operativo delirante en torno al suicidio del fiscal Nisman y se niegan a incorporar el testimonio de quienes tenían a su cargo el control de las alertas rojas de Interpol. Manipularon la composición del consejo de la magistratura con métodos ilegales como la detención de hecho de un miembro de la oposición. Atacan la investigación del juez Ramos Padilla que es la fotografía más perfecta del funcionamiento del poder real en la Argentina (poder político, judicial, servicios, medios de comunicación, mafias parlamentarias). Escuchan ilegalmente conversaciones de miembros de la oposición. Tienen montado un tenebroso aparato de mentiras y ocultamientos con la utilización de “periodistas” que realizan tareas de inteligencia servicial. Tienen presos políticos: no otra cosa es lo que se ha perpetrado con la práctica infame de la prisión preventiva como herramienta de persecución y con la extorsión como forma de lograr “arrepentimiento. ¿Cómo puede calificarse todo eso como “fortalecimiento de las instituciones”?
En otros tiempos había en la Argentina un liberalismo democrático. Defendía derechos y criticaba arbitrariedades aunque no compartiera los móviles de sus víctimas. El actual “progresismo” ha desertado de esa tradición.