"Simbiosis" es la palabra recurrente que pronuncian los artistas plásticos Eduardo Piccione y Carlos Andreozzi cuando hablan del encuentro entre sus obras en On Gallery (Entre Ríos 579, Rosario), como si se tratara de seres vivos. Y es que algo de eso hay. Son piezas ásperas, rebeldes, con una textura y una atmósfera de rara intensidad. Son los últimos días de esta muestra conjunta y única que se activará con una charla en la galería, mañana a las 19.
En cuanto a los artistas, ellos ya se encontraron hace rato. Piccione y Andreozzi son amigos desde hace años. Formados en el pensamiento crítico y en las luchas políticas de los '70, emergieron como artistas en los años '80, entre la resistencia cultural y la democracia recuperada, abrazando el renacer de la pintura y eligiendo como precursores a algunos modernistas del Grupo Litoral. Con el cambio de siglo, el sistema local del arte dejó cruelmente de lado esas producciones demasiado cargadas de corporeidad, de oficio y de ideología para los planchados años cero-cero. Injusticia que se intentó subsanar en parte con la exposición Aquellos bárbaros, en el Museo Castagnino, que los incluía entre otros colegas de su generación. A diferencia de aquella revisión del pasado de estos talentosos artistas, ahora presentan obras actuales, en todo sentido.
Un lugar, dos miradas: figuraciones críticas del Litoral es ya en el título un breve manifiesto. Piccione desde la construcción de objetos con elementos naturales, y Andreozzi desde la composición pictórica en el plano (lo que no excluye intervenir el soporte en el espacio real) interpelan las categorías de región y de representación, sin negarlas, pero sí complejizándolas, un poco al modo en que Juan José Saer lo hizo en su literatura. Dentro y fuera de la obra, toman decisiones geopolíticas. No se trata solamente de no haberse doblegado bajo el virreinato de los críticos sino de haberse radicado uno al este y otro al oeste de la ruta 11, en territorios disímiles pero cercanos entre sí. Andreozzi vive en Granadero Baigorria, junto a la costa del río Paraná; Piccione, casi enfrente, en medio de una zona agreste que envuelve de paisaje sensible la casa soñada. No trabajaron juntos pero el diálogo sostenido entre ellos alimenta la alquimia de sus talleres. Desde esos literales márgenes, leen y reinterpretan el presente social y el pasado artístico de Rosario a través de dos poéticas diversas en sus procedimientos pero afines en su textura organicista y su color "litoral", y donde la materialidad de lo encontrado se entrama con los espectros de la memoria.
En su serie de objetos titulada Museo de lo posible, Eduardo Piccione se desdobla en funciones ficticias de explorador, arqueólogo y conservador para constituir un museo imaginario de las islas del Paraná. Utilizando un panal de abejas, madera, arena, tierra, piedras, cenizas, cuerdas, raíces y otras cosas recolectadas de su propio hábitat, Piccione ordena en una ficción museográfica viñetas que él rescata de su recuerdo de pasadas incursiones: el señuelo de pesca, la grasa de freír, los "benditos" o toldos protectores, las "aguas negras" que deja la inundación. Su falso documental da genuino testimonio sobre las condiciones de unas existencias precarias. El vidrio aísla estos objetos sólo en parte, simulando las aguas de las cuales emergen. Unos espejos refuerzan el efecto de reflejo acuático.
En sus pinturas, Carlos Andreozzi alerta sobre el daño del capitalismo al ecosistema fluvial, a la vez que honra el patrimonio cultural intangible y las luchas populares del mundo obrero portuario. Tanto la figura femenina neofigurativa en Transposición de la musiquera (que alude al acordeón y "la musiquita" de una inmigrante) como los marinos implícitos en Ancla de corazones, la Lápida Paraná en memoria de los desaparecidos o los balazos sangrantes en un paisaje geométrico que evoca las luchas sindicales portuarias, remiten en Andreozzi al dolor de una historia silenciada; la vida que se extingue ahogada por la contaminación industrial grita un mensaje ecológico tras la belleza informalista de su Fondo Paraná. El gesto intenso, de raíz expresionista, se amplifica en una atmósfera cromática donde las tonalidades dinamizan todo el espacio.
Uno y otro eligen como sujeto de sus historias matéricas y visuales a actores sociales marginados del relato oficial localista: los isleños, los trabajadores. Lo terroso y lo fósil afloran en ambos artistas, quienes en sus objetos o personajes traídos desde más allá del río y del olvido no sólo evocan lo que ya no está o inventan lo que jamás existió, sino que piensan un color futuro para este litoral. Un litoral, literalmente, es un área de transición entre ecosistemas. Un litoral es una zona donde estos sistemas confluyen: un área limítrofe, permeable, de intercambio. Al decir "figuraciones críticas" (y no paisaje ni figura, sino imagen densa en espesor historiográfico) se agranda el sentido del término más acá del realismo regionalista y se carga con la densidad gozosa de lo real.