El año 2019 cerrará con los peores niveles de inversión desde la crisis internacional de 2009, con una caída que se acercará al 20 por ciento. A diferencia de dicho año, hoy las perspectivas son negativas: incluso, el FMI estima que el año que viene, de seguirse su programa, la inversión seguiría sin recuperarse. La “lluvia de inversiones” se convirtió en una más de las numerosas falsas promesas de campaña. La inversión habrá caído en tres de los cuatro años de la gestión macrista, con la única excepción de 2017. En el primer trimestre de 2019, la tasa de inversión (inversión/PBI) fue de 17,4 por ciento, y todo indica que seguirá cayendo en lo que resta del año .
En este caso, los errores de diagnóstico y las anteojeras ideológicas de los economistas del macrismo también fueron parte del problema. Se creía que un gobierno más “pro-mercado” iba a generar un mejor “clima de inversión”, que se iba a transformar, casi por arte de magia, en mayor inversión. Mientras en septiembre de 2016 se realizaba a toda pompa el “mini-Davos” en Argentina y se festejaba nuestro “regreso al mundo”, la inversión caía al 8 por ciento. De igual manera la inversión extranjera directa (IED) que debía ser parte de la “lluvia de inversiones” -que nunca ocurrió- se mantuvo estancada todos estos años: luego de caer en 2016, la IED se recuperó pero aún así, el promedio de ingreso de IED 2016-2018 alcanzó 8900 millones de dólares, frente a un promedio de 10.500 millones de dólares para los años 2012-2015.
La inversión cae por varios motivos. En primer lugar, por una cuestión básica: una economía en recesión no genera las condiciones de demanda necesarias para que un proyecto de inversión sea rentable. La constante caída del consumo privado (que explica el 70 por ciento del PIB) limita la posibilidad de hacer negocios . ¿Puede esperarse inversión en la industria manufacturera con una utilización de capacidad instalada en torno al 60 por ciento?
En tanto, el ajuste del gasto en un contexto recesivo en pos de cumplir las metas fiscales es otro factor contractivo para la inversión, tanto de manera directa (obra pública) como de manera indirecta. En efecto, por más que en campaña busquen decir lo contrario, los gastos de capital (inversión) del Estado se contrajeron 61,1 por ciento en términos reales al comparar el primer semestre de 2015 con el de 2019. Esto limita las mejoras en infraestructura que se requieren para impulsar la inversión del sector privado y mejorar por ambas vías la competitividad.
Las dificultades de acceso al crédito es otro de los principales motivos de la caída de la inversión. La eliminación de la Línea de Crédito de Inversión Productiva impulsada por el BCRA, que otorgaba fondos a tasas preferenciales para proyectos de inversión, redujo la oferta de crédito disponible. La política de contracción monetaria, por su parte, implica tasas de interés prohibitivas para proyectos de inversión.
Otra condición ausente, que este gobierno supuestamente venía a garantizar y estuvo muy lejos de cumplir, es la estabilidad y la previsibilidad. El salto de más de 100 por ciento en un año del tipo de cambio del año pasado, la inflación más alta desde 1991 y los cambios permanentes en materia de política tributaria (como por ejemplo las quitas y reimposiciones de derechos de exportación), entre otras cosas, generaron incertidumbre y retrasan las decisiones de inversión.
Si bien el gobierno logró que el FMI autorice a garantizar la calma cambiaria hasta las elecciones, el problema continúa latente. Dado que el FMI sigue atado a los manuales de la libre flotación y desregulación plena de los movimientos de capital, los movimientos bruscos del dólar podrían repetirse.
Vale mencionar que todo esto aconteció en un contexto en el cual hubo una elevada disponibilidad de créditos y divisas del exterior, que suelen ser un limitante clave para los aumentos de inversión. Es decir: existieron dólares para que la economía funcione y crezca, pero se destinaron a otros usos que lejos están de mejorar nuestra capacidad exportadora en el futuro.
Un gobierno que asumió prometiendo un crecimiento traccionado por la inversión y las exportaciones, se acerca al final del mandato con números que muestran el incumplimiento absoluto de sus objetivos. La inversión se derrumba, las exportaciones no arrancan (aún con un ajuste cambiario de casi 350 por ciento en estos 3 años) y el PIB cerrará 3 años de caída sobre 4 de gestión.
De seguir con estas políticas (ajuste permanente, tasas altas, incertidumbre macroeconómica), hasta el propio FMI admite que la inversión seguirá languideciendo. No luce nada tentador seguir por la misma vía pero más rápido. Sin dudas, la respuesta a esta crisis es cambiar el rumbo económico para volver a crecer, recuperando la demanda y poniendo el foco en la producción y en la inversión.
* Directora de Radar Consultora.