Estoy tirado en el sillón viendo televisión. Veo como Franka Potente se despierta y se acerca a Matt Damon que mira unos chicos dormir.

Él le dice: Ya no quiero saber quién soy. Quiero olvidar todo lo que sé. No me importa quién soy o qué hice.

Era el año dos mil seis y yo tenía unos veinticinco años.

Unos meses antes Tato, el novio de mi mamá con el que ella había empezado a estar unos años después de la muerte de mi viejo, me citó en la ya cerrada La Giralda, su búnker como abogado, y me dijo que él era mi verdadero padre. Me contó que ellos habían sido amantes durante la dictadura. y que cuando mi mamá quedó embarazada, él le dijo que no podía hacerse cargo ya que tenía otra familia con cuatro hijos. Tato me pidió que no me enoje con ella pero que él necesitaba decirme la verdad. Lógicamente me enojé con ella y no nos hablamos durante meses. A mí me habían contado una historia y a mis veinticinco años viene alguien y me tira abajo todos los estantes. Vale decir que tengo una gran madre, solo que esta pieza se le escapó.

La saga comienza con Jason Bourne (Matt Damon) rescatado mientras flota en altamar. No recuerda quién es, ni por qué tiene tantas habilidades militares. La trilogía Bourne se basa en la búsqueda existencial entre tiros, persecuciones y peleas, por saber quién es él. O en mi opinión: la lucha contra quién te creó, por saber quién sos.

Bourne es, digamos, un experimento de Treadstone. Un programa secreto de la CIA que utiliza marines para asesinar políticos u otras amenazas para los yankis. Bourne no sabe por qué mata, solo obedece y ejecuta. Pero en una misión falla, falla por compasión. Su objetivo, una suerte de ex dictador africano, duerme en su yate con su pequeña hija en brazos. Bourne duda y en la duda alguien le dispara. Cae al mar y adiós memoria.

No recordar quién es le produce un dolor que es el motor de toda la saga. Él quiere saber su verdad. El problema también es que para la CIA la verdad de Bourne pasa a ser un peligro y quieren limpiarlo.

Yo presenciaba esa lucha desde el sillón de mi casa a la hora que la vida nos interpela. Las dos primeras películas de la saga (The Bourne Identity y The Bourne Supremacy) las debo haber visto unas diez veces. La tercera, la más taquillera, (The Bourne Ultimatum) sin dudas muchas más. Todas terminan con Extreme ways de Moby como para levantar la noche hogareña y coronar el derrotero existencial.

La identificación y la sublimación aparecen a veces en los momentos y los lugares más extraños. Había encontrado a mi héroe: Jason Bourne. Y no lo había encontrado por decisión y anhelo en la pantalla grande, sino como una imposición ociosa en el living de mi casa.

Cada vez que aparecía la película en un zapping, sentía el deber de dejarla. De no cambiar. Me fui fanatizando de a poco. Disfrutaba extrañamente ver ese dolor sutilmente expresivo de Matt Damon en planos que no duraban más de dos segundos con una cámara en constante reencuadre.

Durante varios años no ahondé en mi nueva verdad. Informaba a las partes necesarias sobre el tema: amigos, novias, familiares cercanos, etc. Siempre como parte de un nuevo condimento de la novela familiar. Esa verdad en ese bar sin muchas repreguntas, me alcanzaba. No me interesaba saber más.

Hace dos años le diagnosticaron a Tato Alzheimer y a galopes empezó a olvidar. Me invadió el pánico.

En las Bourne, Jason intenta llegar a la verdad a pesar de los intentos del villano de turno de eliminar esos documentos sobre quién es él. Es fácil la analogía sobre la eliminación de archivos y el Alzheimer. Una mañana me envalentoné para escarbar entre todo el matorral de incoherencia y olvido de mi padre para ver si aparecía algo. A ese encuentro lo llamé nuestra primera cumbre identitaria.

Reconstruir sus recuerdos es un ejercicio que conlleva diferentes estímulos. Desde leerle los clásicos como música romántica. Hace unos días le leí Nicanor Parra. Lo elegí por azar. Pensé en algo corto, no tan rebuscado y que tenga humor.

Al terminar cada poema, si en ese texto aparecía una mujer, Tato me preguntaba si la mina quería fifar. A veces si a veces no, le decía yo.

Terminamos la lectura y nos quedamos un rato en silencio. Me empezó a contar una historia algo rota que elijo ordenar así: Unos amigos lo llevan a Córdoba a un lugar muy grande. Hombres y mujeres estaban ahí viviendo cosas futuras. Él no entendía hasta que le dan de tomar algo y también empezó a ver cosas. Pero esas cosas eran tantas que él ya no podía irse. Las cosas habían invadido todo el lugar. Las personas le dijeron que para irse, tenía que matar a alguien. Él tenía que matar para poder irse. Pero no recordaba por qué tenía que hacerlo. Él sufría estando ahí, él quería volver a ser el que era. Pero no podía escapar ni abandonar a esa gente. No podía dejarlos y sufría. Tenía que matar para ellos y recién ahí, volver a Buenos Aires.

Bourne despierta una madrugada con fiebre luego de soñar fragmentos de una misión. Marie (Franka Potente) le dice que escriba todo lo que recuerda. Él se fastidia con que lleva dos años anotando cosas. Ella le dice que no pare, que tarde o temprano recordará algo que valga la pena.

 

Jorge Eiro es actor, director, dramaturgo y docente. Es egresado de la carrera de dramaturgia de la EMAD. En 2011 estrenó su primer trabajo como director Sudado con el que ganó mejor Dirección en los Premios Teatro del Mundo y con la que participó en festivales de Argentina Venezuela, Brasil, Chile, España, Portugal, además de en la Bienal de Arte Joven donde recibió el premio a mejor director. Obtuvo una beca en el Lincoln Art Center de New York. En 2016 estrenó Descenso (premio ARTEI 2016). También la obra Fuego todo en Timbre4. Estrenó, con co-dirección de Maelle Poesy, País clandestino en el XI FIBA (Argentina, 2017), trabajo que participó en festivales de Chile, Brasil, Francia, México, 2018). La obra se presentará en el Festival de Almada (Portugal, 2019) y FIDAE (Uruguay, 2019). Su próxima obra El placer se estrenará en septiembre en el Cultural San Martín.