De la era industrial, las hay célebres como las Thonet, manifiesto como las de Mies van der Rohe, formalistas posmodernas como las de Frank Gehry o Philippe Starck. En fin, las hay para todos los gustos y culetes, porque la silla -según aseguran formadas voces en tema- es el objeto más diseñado de los tiempos modernos, y el que más se sigue diseñando a pesar de sus tantísimos años de historia (data, finalmente, de muchos siglos antes de Cristo, pero hasta la modernidad era símbolo de estatus, extendido solo entre very important people; a los demás les tocaba improvisar con troncos, barriles, piedras al momento de apoyar las posaderas). Pensar una silla es pensar forma y función al servicio de sentarse; aunque, lejos de detenerse meramente en el asunto del confort, representa también la evolución de la técnica, del conocimiento de los materiales, de los distintos modos de uso y ensamble. Y en ocasiones, además, es eco y respuesta a problemáticas sociales, como deja claro, clarísimo el flamante diseño de una muchacha inglesa. La brit Laila Laurel , para más precisiones, una estudiante de 23 años de la Brighton University, pronta a graduarse en la especialidad 3D Design & Craft, que ha despertado interés a lo largo y ancho con su versión de uno de los muebles más extendidos. Versión que acaba de ganar el premio Belmond en la feria New Designers de Londres, que celebra a jóvenes talentos de UK que “desafían el status quo, defienden nuevas ideas y nuevos enfoques”. Flechado quedó el jurado de especialistas por la propuesta de Laila Laurel, un laburo “audaz, orientado hacia un propósito bienhechor, que explora el importante rol del diseño en el espacio informativo, en el comportamiento de las personas y en problemas sociales de suma actualidad”.

¿De qué va el proyecto de Laila? Una solución para el manspreading, como ha titulado a su laureado trabajo, va precisamente de eso: ofrecer una solución para el manspreading (anglicismo que refiere, harto sabido, a esa maldita y extendida costumbre de tantos varones de despatarrarse nomás apoltronarse en el subte, el bondi, la butaca de cine, invadiendo más lugar del cívicamente aceptable con sus piernas excesivamente abiertas, incomodando a humanos aledaños). Lo ha hecho a través de dos prototipos, construidos a base de madera de cerezo y de sicomoro: una silla antimanspreading, pensada para hombres, cuyos topes a ambos costados los obligan a cerrar las gambas e impide que se desparramen a sus anchas; y otra silla, creada especialmente para mujeres, que hace lo inverso: sobre el asiento, un pequeño triángulo anima a las muchachas a separar las piernas más de lo que están habituadas, como simbólica manera de recuperar el espacio que les es socialmente negado y tener mayor presencia en el ámbito público. “Creo que alentar esta actitud en ellas, invitarlas a reconsiderar la forma en la que se mueven por el mundo, es empoderante. El hecho de que los hombres tiendan a dominar el espacio es un problema hondo que no siempre se tiene en consideración. Y para lograr la equidad es imperativo contemplar los distintos aspectos en los que se manifiesta el sexismo”, subraya la muchacha.

En charla con el sitio SModa de España, explica Laurel que su meta al pergeñarlas no ha sido que sean realmente producidas y utilizadas, porque, a su decir, “no quiero segregar dónde pueden o no sentarse las personas en función de su género, ya que no aportaría al objetivo central, que es lograr la igualdad. Son piezas conceptuales. Simplemente quiero que siembren consideración y discusión en torno al asunto de sentarse. Son una respuesta divertida e irónica a un tópico peliagudo”. Por lo demás, cuenta la estudiante -ya en el tramo final de su carrera- que le gustaría “continuar explorando el diseño vinculado a la equidad de género” una vez que sostenga el anhelado, inminente título. “Es algo que me apasiona y que me siento capacitada para abordar”, ofrece quien por su muy celebrado, muy comentado proyecto, ha recibido respuestas desde todos los puntos cardinales, y por supuesto, de todo tipo. Porque al tsunami de apoyo en redes y medios del globo -que vitorean la ocurrencia- le ha correspondido un olita picada. De haters, claro está, que han inundado las casillas de la chicuela con mensajes explícitos, sobredosis de dick pics no solicitadas, además de palabras violentas donde no han faltado -como es lamentable costumbre- amenazas de muerte y violación. Por diseñar sillas, ajá, tal ha sido la desproporcionada reacción. Además de otra moneda corriente: acusarla de misandria…

 

“Muchos me dicen que odio a los hombres; nada más alejado de la realidad”, asegura la veinteañera, que pronto agrega, sin perder ahínco: “Puede que algunos hayan malinterpretado mi trabajo, que parte de un enfoque humorístico; pero sé que al tratar de abordar la política de género siempre va a haber personas que se enfaden mucho. Parece ser la respuesta ‘natural’ que nos alcanza a las mujeres que hablamos y proponemos cambios, lo cual es frustrante, pero no me impedirá seguir haciendo un laburo socialmente comprometido”. Por lo pronto, ya tiene un curro asegurado: además de mil libras esterlinas, el premio incluye una colaboración con la cadena de hoteles de lujo Belmonde. Nada mal para una principiante que recién arranca su actividad profesional.