En la temporada más reciente de Comedians in cars getting coffee, recién estrenada por Netflix, Jamie Foxx hace un repaso de su fracaso como comediante de stand-up luego de hacerse muy famoso en el cine y reconoce que había un problema: como era rico, ya no era gracioso. Había algo de la urgencia y la precariedad de sus primeros años como comediante que no estaba más. Los chistes sobre Land Rovers y abundancia de metros cuadrados no funcionaban, ¿quién en el público podía identificarse con eso? Cuando Foxx le explica a Seinfeld esto del éxito como obstáculo para la comedia, la idea parece tener sentido, y Seinfeld asiente admirado como siempre que cree reconocer en otro un gran acierto de observación. Pero la realidad es que él mismo, desde la primera temporada de Comedians in cars getting coffee, es un millonario exitosísimo, uno que la pegó a lo grande en el show-business y se pavonea al respecto. Hay que entrar en esa nueva etapa de Seinfeld para gustar de Comedians in cars getting coffee, donde el comediante es un bon bivant que sigue usando jeans con zapatillas pero aprendió a anudarse una bufanda al cuello (o tiene gente a su cargo que se la anude), se mueve por distintas ciudades como si el mundo fuera una gran pista en la que salir a jugar con sus autos de colección y se comporta, básicamente, como un dueño, una especie de mega empresario y nuevo rico que no olvida sus orígenes.

La premisa de la serie es efectiva: en cada capítulo, Seinfeld pasa a buscar a el o la comediante de turno en un auto elegido especialmente según la personalidad del invitadx y lx lleva a un lugar sorpresa a tomar café. El auto importa porque es el objeto sobre el que se improvisa, y los paseos son siempre disfrutables porque resumen lo mejor de la vida: el ocio, el tiempo para recorrer calles y autopistas sin destino, la charla relajada. A veces se combina con una lancha a motor, como en el episodio con Jimmy Fallon, un bote a pedal y un cigarro en el de Christopher Waltz, o scooters italianas que le sirven para jugar a estar en una película de los sesentas con Sebastián Maniscalco. Seinfeld sabe que es Seinfeld y que rara vez se cruza con alguien más exitoso que él, así que no le interesa entrevistar a nadie: las conversaciones son de igual a igual con David Letterman o Alec Baldwin, llenas de admiración y respeto con Jerry Lewis o Mel Brooks, o desiguales con comediantes más jóvenes como Aziz Ansari o Seth Rogen --y Seinfeld siempre sabe aprovecharse de esa desigualdad para ponerlos nerviosos, o sugerir que el mundo en el que viven ellos es un poco más ridículo.

 

Lo mejor de la serie, a diferencia de un producto tan escrito como Seinfeld, no es tanto el contenido de las reflexiones sobre comedia sino el humor que nace de encuentros fortuitos y que se forma frente a los ojos de lxs espectadorxs; incluso tan editada como está, en Comedians in cars getting coffee se puede ver a Seinfeld y compañía generando el pie para que otrx haga un chiste o perdiendo la oportunidad. A Seinfeld le gusta mantener los errores, los fracasos, los furcios, la pequeña conversación después de una escena graciosa sobre si dejarla en el montaje o no, la discusión sobre los límites del humor, sobre sus mecanismos. Pero lo jerárquico suele pesar demasiado y los episodios funcionan mucho mejor cuando Seinfeld se cruza con alguien que se pone a su altura: es brillante, por ejemplo, el de Kate McKinnon, donde ella improvisa fumando con una hojita de menta con tanto magnetismo que a Seinfeld no le cabe otra reacción que quedarse mirándola admirado. Es que el de Comedians in cars getting coffee es el territorio de la masculinidad tradicional, con plata, canchera al volante, que puede reírse de sí misma pero también imponerse en una conversación, demostrar autoridad, intimidar o hacer un poco de bullying. Es casi lo mejor de ese mundo, incluso en su resistencia burlona y no violenta a cualquier tipo de cambio.