“Tuve la sensación de que no era la primera vez que contaba estas cosas y de que le gustaba contarlas, como si hubiera descubierto el placer de revivir los acontecimientos desprovistos de su aguijón”. Esto dice la narradora de Prestigio, la tercera parte de la trilogía de Rachel Cusk, después de escuchar el relato de su compañero de vuelo, un hombre formal que sin embargo no deja de caer rendido en su asiento y molestar a la azafata con los pies estirados, que bloquean el pasillo. ¿Qué le pasa a esta persona? ¿Por qué no durmió anoche? Lleva varias páginas del libro desplegar esa historia, una de esas que se agazapa en cualquier gesto, cualquier detalle. Solo se trata de observar y escuchar, y la narradora de esta trilogía parece —parece— ser experta en eso.
A contraluz, Tránsito y Prestigio (Libros del Asteroide) son tres novelas atípicas que pueden leerse como una sola, una especie de Cuentos de Canterbury modernos en los que un rosario de relatos se entrelaza a través de marcos muy débiles: en A contraluz es una viaje a Atenas adonde Faye, escritora ella también, va a dar unas clases de escritura. En Tránsito la misma protagonista, si es que se puede hablar de protagonista, se muda a Londres con los hijos después de su divorcio y se pone a reparar una casa destartalada. En Prestigio se trata de un congreso de escritores en Europa. En cada una de estas circunstancias hay encuentros con otrxs que cuentan historias —la mayoría de las veces, la historia de sus vidas— y la narradora se limita a registrarlas con mínimas intervenciones y comentarios, como si la novela fuera una gran audición en la que los personajes, en lugar de interactuar entre ellos, se presentaran ante la narradora para exponer el relato que los constituye y les da entidad. La premisa que atraviesa estos libros se encierra en la cita del comienzo: contar es revivir los acontecimientos pero sin el dolor, sin emociones, poniendo de relieve la estructura del relato.
La trilogía de Cusk funciona como un laboratorio donde se trata de narrar y reflexionar, de vez en cuando, sobre los modos de la narración. Pero la frialdad del estudio, y esto a pesar de que todos los relatos están desprovistos de emociones de un modo radical, está salvada porque se activa algo tan antiguo, tan constitutivamente humano si se me permite, como el calor de los relatos, que Cusk sabe realzar iluminando de cierto modo los ambientes, ya sea un restaurante en Atenas, un bote que flota sobre la luz dorada del Mediterráneo o la cabina de un avión, donde una pequeña lucecita recorta y destaca de manera teatral, mientras el resto duerme, a esta narradora y su interlocutor que intercambian historias. Es esta escena primitiva del narrador y el escucha la que Cusk presenta una y otra vez, con muchas variantes y formando parte de una colección abierta que podría prolongarse al infinito, aunque los tres volúmenes son la medida perfecta para sugerir lo ilimitado.
La narradora, Faye, es una presencia borroneada; no sabemos mucho de ella, y lo poco que sabemos indica que podría pensarse como un alter ego de Rachel Cusk. Es escritora, divorciada, vive en Londres, tiene hijxs. Con eso es suficiente. Faye nunca dice que no esté hablando de sí misma, todo lo contrario; cuando comenta una escena de Cumbres borrascosas en que Heathcliff y Cathy ven el interior de la casa de los Linton a través de la ventana, dice: “Pero ninguno ve las cosas como realmente son. Y, de igual manera, yo empezaba a ver mis propios miedos y mis propios deseos manifestándose fuera de mí, empezaba a ver en las vidas ajenas un comentario de la mía”. Sin embargo no hay un rompecabezas de la vida de Faye que pueda reconstruirse a partir de los relatos de otrxs, excepto quizás en Tránsito: allí se explicita desde la primera página que algo en la vida de la narradora está a punto de cambiar, y el libro cubre el período que lleva ese cambio, algo que intuimos tiene que ver con su actitud como mujer divorciada, la relación con su ex y con la crianza compartida de sus hijos. Hacia el final surgen ciertas preguntas: ¿Qué es eso que cambió en la narradora? ¿Qué de su propia familia, relación con el ex marido, grado en que soporta la venganza que él parece ejecutar a través de los hijos, le llegó solamente porque lo vio escenificado a través de otrxs? A pesar de todo hay un enigma, y como la relación entre narradora y personajes está invertida, sabemos todo de ellos pero casi nada de la manera en que ella procesa las historias.
Sin embargo no es difícil ver que se trata de una diseminación de un yo en otrxs, de una cámara de espejos. Especialmente porque, lejos de construir distintas voces que busquen un verosímil desde el habla, la trilogía está narrada, podría decirse, por una sola voz que se enmascara en una galería de personajes-narradores. La única excepción es un pasaje de Tránsito donde se reproduce el mal inglés de un contratista polaco que está trabajando en casa de la narradora, y lo mucho que disuena el fragmento en el contexto del libro, lo mucho que rompe la tersura de esas “voces” reunidas bajo una sola, da la pauta de lo alejada que está la trilogía de la oralidad y de la construcción de personajes a través de una dicción propia.
Por eso la relación con las escrituras del yo (Cusk venía de publicar autoficciones sobre su maternidad y divorcio como A Life’s Work: On Becoming A Mother y Aftermath: On Marriage and Separation) es en este caso oblicua; casi como si Cusk, después de escribir dos volúmenes de rabiosa autoficción sobre su maternidad y su divorcio, hubiera entendido que en toda escritura del yo hay un callejón sin salida —porque unx escritorx debe, a pesar de todo, encontrar una forma—, la trilogía que conforman A contraluz, Tránsito y Prestigio parece sugerir que hay una instancia donde no importa quién dice “yo” sino cómo se construyen esos relatos, con qué mecanismos, y en qué medida esas construcciones se parecen a la literatura. Como ejemplo, un fragmento de Prestigio donde una periodista que va a entrevistar a Faye le cuenta una historia sobre su hermana: “Le contesté que aunque su historia insinuaba que las vidas de las personas podían regirse por las leyes de la narración literaria, y por todas las ideas de justicia y reparación que esta defiende, en realidad era su interpretación de los hechos lo que creaba esta ilusión”. No hay —y esto es lo contemporáneo en Cusk, por más que su procedimiento de relatos enmarcados tenga siglos— ningún ordenamiento de los hechos que no tenga pegada su interpretación. Escribir un relato e interpretarlo son los lados de un prisma que nunca está quieto y por eso cada persona, igual que cada personaje, es un problema que puede ser captado en plena contradicción, o en la estructura paradójica y hasta a veces absurda de esas narraciones que acostumbramos a llamar “mi vida”. Todos los personajes de Cusk son narradorxs y por lo tanto son la narradora de un modo muy patente, y sin embargo el efecto de encantamiento funciona a la perfección: estamos atrapadxs en la narración.
Lo que se juega en estos libros no es el “ombliguismo” que se endilga a las escrituras del yo o la falta de él —una cuestión que es, después de todo, moral, y por lo tanto nada tiene que ver con la literatura— sino el efecto de lectura que produce esta sucesión de relatos donde hay una narradora que está armando un libro, donde el verosímil y el artificio están plegados uno sobre el otro de una manera tan limpia, tan perfecta. “Los escritores necesitan ocultarse en una vida burguesa como las garrapatas necesitan esconderse en el pelo de un animal: cuanto más adentro, mejor”, dice Cusk en otro pasaje, y en Prestigio, donde se tematiza el mundo literario a partir de un congreso de literatura al que asiste Faye, hay una variante de esta idea pero aplicada a las autoras mujeres: “Probablemente siga siendo cierto que para que una mujer tenga territorio se vea obligada a vivir como la araña de Bourgeois (aclaración: una figura de la invisibilidad), a menos que esté dispuesta a acampar en territorio masculino y acatar sus normas”. Como si necesitara traficar cierta conversación sobre género (chicos, tomen nota: “Pronto empecé a darme cuenta de que lo peor de todo era ser un chico blanco del montón, con una talento y una inteligencia del montón”), Cusk disemina, acá y allá, varias ideas sobre ser una mujer que escribe en el mundo contemporáneo, también sobre ser una madre y una ex. Esas ideas no hacen sistema, como nada de lo que aparece en la trilogía, que queda abierta y hasta cierto punto enigmática. Pero sí es significativo que después de cientos de páginas de relatos Prestigio cierre con una imagen donde nadie narra, y que ésa sea una imagen de masculinidad arrogante, del tipo de cosas que los varones hacen de vez en cuando como una demostración de fuerza, solo porque pueden.