No hay foto de la fotógrafa. Ni de frente ni de perfil, ni de lejos, ni velada. Cuando en las imágenes que la red acumula se busca su cara, aparecen caras de hombres (los siete jefes de una ambulancia de la Cruz Roja en Melilla) y el cartel de propaganda del estudio fotográfico que tuvo en Málaga que ilustra esta nota. Ni su cara ni su nombre porque en bastardilla rimbombante el cartel escarlata de la puerta decía S. Muchart. Según cuentan investigadores de la historia, Sabina Muchart Collboni fue la primera fotógrafa profesional de guerra del mundo, un reconocimiento que llegó cien años después de aquel día de otoño de 1893 en el que retrató a cien soldados españoles durante un soplo de calma (ese soplo de calma que presagia la violencia: más de la mitad pronto iba a morir) en la entrada del fuerte de Rostrogordo, en los contornos de Melilla, durante la Guerra del Rif (la segunda guerra de Marruecos). Ese día, la fotógrafa sin retrato fue la cuarta columna del trípode –si la figura lo permite– y la cabeza que se escondió debajo de la tela negra. Esa foto está perdida, un grabado publicado en La revista Ilustrada (Barcelona) en diciembre de ese mismo año tiene un pie de página que explica el crédito y la hazaña: "La guerra de África.- Fuerte de Rostrogordo (copia de una fotografía remitida por S. Muchart, de Málaga)".
Sabina nació en Olot (Gerona) pero nadie la llamaba catalana porque para todxs era la andaluza de la Plaza de la Constitución, la que tenía un negocio que no había heredado ni del padre ni del marido. No era viuda, era soltera y aunque su hermano menor, Francisco, figuraba como dueño, todxs sabían que la que sacaba las fotos y llevaba adelante el estudio era Sabina. Lo sabían pero no lo decían. Para Sabina, no decir en público su nombre de mujer solventaba meses de ingresos seguros. Fingir que detrás de la S había un hombre aunque supieran que ese hombre era una mujer dejaba sin disgusto los días correr. Francisco era el fotógrafo según el padrón municipal y su hermana Sabina la que “hacía las labores propias de su sexo” – limpiar, coser, cocinar–. Trámite sellado y terminado.
Antes de llegar a África para convertirse en fotoperiodista de guerra, Sabina era la fotógrafa social de Málaga. Su estudio era la antesala de una Instagram futura. Delante de su cámara, posaban matrimonios recientes, caballeros en reunión, toreros y sangre de corridas, acróbatas, equilibristas y demás artistas de circo en gira, rastros nocturnos de umbrales y una nave a su pesar: un velero de tres mástiles de la Marina Imperial alemana hundiéndose tras un temporal en el puerto de Málaga.
Aunque fueron muchos los años en los que el estudio de Sabina estuvo abierto y activo, son pocas las fotos recuperadas, y pocas también las que aún duermen en hemerotecas. Quizás otras sobreviven en arcones, en cajas de altillo, en portarretratos con mejor suerte o en gavetas de plástico en ferias de antigüedades y a la venta por pocos euros. Inventario de imágenes perdidas -como las cartas de amor entre escarabajos y trenes- que vieron cómo se perdían también los rollos de celuloide y las placas de vidrio de gelatino-bromuro de plata. Perdidas por el desdén que descarrila cualquier esperanza las fotos se han ido. Como dice una poeta, tu palma se acerca, se abre y se cierra, no quiere decir que lo agarres.