Desde París
La legitimidad o no de una historia depende de las posición de quién la lee o de quien la escribe. El desplante que el presidente de Brasil le hizo al ministro francés de Relaciones Exteriores, Jean-Yves le Drian, puede ser visto como una grosería a la altura de la dinastía trumpista o como una respuesta a la agresividad y mal gusto con que Jair Bolsonaro fue tratado en Francia por el poder político y los medios.
Cuando hace una semanas se anunció la posible firma del acuerdo final entre la Unión Europea y el Mercosur, Bolsonaro emergió de pronto como la reencarnación monstruosa de la destrucción. Los ecologistas franceses y algunos diputados lo trataron más o menos como un eco terrorista, como un oprobio de la decencia humana. Durante la cumbre del G20 celebrada en Osaka durante el mes de junio, el presidente francés, Emmanuel Macron, fue poco ameno con Bolsonaro. Macron conminó al presidente brasileño a “respetar” el acuerdo climático de París como condición insalvable para que se firme a su vez el pacto definitivo con el Mercosur. Curioso que se haya puesto en la cumbre a un presidente en el patíbulo cuando, en la misma reunión, había un asesino sobre el que nadie dijo nada: se trata del príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed ben Salmane. Su majestad ha sido señalada por Turquía y hasta la ONU (informe muy detallado) como implicado en la cadena de responsables que asesinaron y descuartizaron al periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado turco de Estambul. ”Existen pruebas verosímiles que justifican investigaciones suplementarias sobre la responsabilidad individual de oficiales saudíes de alto nivel, incluido el príncipe heredero”, en el asesinato de Khashoggi, dijo Agnès Callamard, responsable del informe. Silencio de un lado, presiones y faltas de tacto del otro.
Que Bolsonaro sea indefendible, sobre ello no caben dudas. Pero no menos indefendible es el cínico pragmatismo de las potencias occidentales cuando regulan sus posiciones internacionales dependiendo de los intereses que están en juego. Nadie es ni tan ecológico como presume, ni menos aún un estricto defensor de los derechos humanos. Si así fuera, hace rato que las relaciones con Estados Unidos o China deberían haber sido rotas: el primero es un destructor absoluto de la naturaleza mientras que el segundo no sólo destroza el medio ambiente sino que es además un violador masivo de los derechos humanos. El famoso pragmatismo europeo lleva a que el mismo día en que Francia reconoce como presidente al opositor venezolano Juan Guadó, Macron viaja a Egipto a venderle armas al general y presidente Abdelfatah Al-Sisi, uno de los responsables políticos más represores del planeta.
Hace uno días, Donald Trump empleó el término de “imbécil” en un tweet que publicó sobre Emmanuel Macron luego de que el jefe del Estado francés decidiera implementar una tasa del 3% aplicada la cifra de negocios de los llamados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple). Silencio sobre silencio.
Jair Bolsonaro fue a la peluquería, dejó plantado al canciller francés y lo hizo saber. El gesto, sin dudas, puede sacar de quicio a los moralistas de todo tipo pero se inscribe en las enseñanzas prodigadas por su maestro, el presidente norteamericano Donald Trump, cuyas faltas de gusto, agresividad, maltrato, desprecio por todo y todos ya no son una sorpresa para nadie. Trump tiene un aula muy llenita: entre los principales países europeos dos alumnos suyos se lucen a menudo por las barrabasadas que dicen o hacen: Matteo Salvini en Italia y Boris Johnson en Gran Bretaña. Ahora el socio poderoso en América del Sur.
Lo que Bolsonaro le dijo a París con ese toque patotero es que si quieren que se firme el acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur hay que cambiar de registro. Su declaración de “soberanía” la manifestó tal y como su gran aliado del imperio del Norte le transmitió la enseñanza. Por otra parte, hay que ser realistas, dejar de mentir, vender espejismos y entender que, pese a lo que digan los sacerdotes liberales del libre comercio, así como están las cosas, el acuerdo con el Mercosur no se firmará en un horizonte próximo. Ya lo dijo hace un mes la portavoz del gobierno francés: tal y como está París no firmará el acuerdo. El canciller francés recordó que su país “no tiene ningún apuro en hacerlo”.
El pacto entre el Mercosur y la Unión Europea es una navaja de varios filos, el primero de ellos electoral: el año próximo se celebran elecciones municipales en Francia. La permanencia de ese acuerdo impactará en los resultados, particularmente por la influencia electoral del campesinado francés hostil a su firma. Bolsonaro es, también, el cuco de la izquierda, los ecologistas y el centro. Cualquier acercamiento con el presidente brasilero no haría mas que enardecer los ánimos de esos sectores electorales en unas elecciones donde se elijen a responsables de proximidad. Qué lastima que la legítima buena educación se haya mudado de planeta. Las relaciones internacionales son exactamente el reflejo de los Calígulas modernos quienes, en base a mentiras monumentales propagadas por las empresas digitales de Occidente (Cambridge Analítica, Facebook, WhatsApp, etc, etc…) , llegaron al poder.
Son usurpadores y actúan como tales: les da igual usurpar la voluntad popular, la verdad, los derechos, la justicia o usurpar las conductas que, alguna vez, hicieron posible el inalcanzable anhelo de un mundo diferente. Unos con sus pragmatismos y su humanismo cambiante, los otros con sus vulgaridades y brutalidades, ambos son agentes de la deshumanización de nuestro planeta.