“Acá hay que romper todo. Acá hay un pacto de silencio que viene… andá a saber de cuántas generaciones, Vica. Nos destrozaron, nos despedazaron. Y encima nos hicieron creer que somos unos enfermitos, unos débiles mentales”. En la novela Cuaderno de V., de la escritora rosarina Virginia Ducler, las palabras están puestas en boca de Freddy, el hermano de la narradora, Vica: “Acá hay que hablar, nos prohibieron hablar ¿te das cuenta?”. La novela es una ficción nacida de las vivencias de la protagonista.
Hablar fue lo primero que intentaron Virginia y su hermano Federico apenas recordaron. El 3 de noviembre de 2016 enfrentaron a su padre y a su madre. Les dijeron que recordaban los abusos sexuales de él y la complicidad de ella. Ahora, celebran esa fecha como “el día de la Independencia”.
Ser escuchados. Eso es lo que quieren, subrayan que no buscan sanción penal. Virginia cree que se hizo escritora para poder “escribir eso”. Durante años, ella lo olvidó, y un día, cuando ya era adulta, su cuerpo lo recordó. Ese recuerdo fue como la pieza que acomodó todo el rompecabezas. El progenitor, abogado del foro penal de Rosario, respondió con una querella por calumnias e injurias, previa a la publicación del libro.
Editado por Mansalva, Cuaderno de V. está estructurado alrededor de los sueños de la protagonista. “La novela es una gran metáfora, el juez es una metáfora de mi padre, la madre muerta también es metáfora… Pero lo que no se puede metaforizar es el abuso, para eso no hay metáfora posible, es tan real, se impone con tanta fuerza, que no hay metáfora”, expresa la escritora.
La metáfora es transparente en la casa de Virginia. La anfitriona invita a sentarse en una silla de diseño, que tiene dibujado un cómic. El personaje de la viñeta dice: “Mi padre me cagaba a palos”. Ante la mirada de sorpresa de la visitante, advierte que “antes de recordar, siempre compraba cosas así”. Después de la entrevista con Las12, Virginia pintó la silla pero antes, durante años, ella se sentó allí.
Ella y su hermano hablaron largamente. De eso que callaron –eso que ni siquiera recordaban- durante décadas. Desde que abrieron la memoria, a lo largo de más de dos años, fueron y vinieron las charlas, los audios de whatsapp, una ebullición de recuerdos con necesidad de compartirlos.
En la vida real, el primero en recordar fue Federico. Virginia escribió la novela. “Me transformé en escritora para escribir eso. Eso se escribió solo”, dice Virginia, quien “a medida que recordaba, escribía”. La novela va y viene entre los sueños, la realidad, los recuerdos y el olvido.
Virginia había escrito algunos libros antes de Cuaderno de V., y considera que llegó a su voz como narradora con El Sol, una nouvelle publicada por la editorial Casagrande de Rosario. Eso le permitió contar su historia. “En la novela está contado cómo fui recordando, por capas, sensaciones que tenía de nena, pensamientos que me aparecían. Y fue un tiempo de mucha introspección. Todavía estoy de alguna manera en eso”, dice sobre el proceso de escritura.
Cuando la terminó, echó su botella al mar: “La mandé por un archivo por facebook a (Francisco) Garamona, pensando que ni la iba a leer. A la semana me escribe, me dice ‘Son las 3 de la mañana, estoy llorando, acabo de terminar tu novela’ Y que la quería publicar. Todo se dio naturalmente, no tuve que forzar nada”. Garamona es el propietario de la editorial Mansalva.
“Mi primer recuerdo, tal como aparece también en la novela, fue físico. Me fui al pasado, reviví una situación de los cuatro años, y después eso abrió como una puerta y ahí empecé a recordar y a medida que recordaba escribía y salió en forma de novela, pero si me preguntás cómo lo escribí no tengo idea de cómo lo escribí, porque escribí en trance esa novela”, cuenta Virginia, quien utiliza los sueños apara contar su historia.
“Bueno, la literatura utiliza los mismos mecanismos que los sueños que son condensación y desplazamiento, metáfora y metonimia. Y eso está en la novela, es como un gran sueño, por eso no es totalmente fiel a la realidad. Los nombres están cambiados, como sucede en los sueños, pero sí los recuerdos de infancia y el modo en que recordé son totalmente fieles a la realidad”, afirma.
Desde que la novela salió a la calle, desde que su historia se hizo pública, Virginia recibe mensajes de otras chicas, sobre todo mujeres, que le cuentan sus propias historias de abuso sexual. “Está pasando algo con mi libro que me hace muy bien, porque mi tema deja de pertenecerme y es un tema de muchas mujeres y de muchas personas abusadas –porque mi hermano fue abusado y no es mujer-. Eso me reconforta mucho, salirme un poco de mí, porque una no es tan importante”.
Para Virginia, se trata de contar lo propio, con un hecho artístico, pero también sabe que su historia es una flecha en el corazón del patriarcado. “Si puedo aportar algo mínimo, a tomar conciencia, de paso… Porque no fue el objetivo cuando escribí la novela, porque el arte es arte. Mi novela es un objeto artístico, no quiero que se pierda de vista. Eso a mí me importa también. Es el resultado de un proceso alquímico y salió en forma de novela, porque es la herramienta que yo tengo. Pero si colateralmente sirve para tomar conciencia está buenísimo. No es un libro de autoayuda, obviamente, pero sí muestra la devastación que produce un abuso en un niño, es como una bomba en la psiquis de una persona, que va a tener consecuencias en toda su vida, en todos sus vínculos”, dice.
La entrevista va y viene entre la literatura y las vivencias compartidas con Federico, con el que siempre tuvieron un entendimiento profundo. Federico está más retraído, pero quiere hablar. Él –abogado como su padre, llegó a trabajar en su estudio- asumió la defensa de Virginia. Cuando el padre denunció a la hija, lo primero que hicieron fue ir a buscar profesionales. “Funcionó la corporación del fuero penal”, apunta Federico y aunque él no es penalista, sí se considera “especialista” en su familia, así que decidió ser el defensor de su hermana.
Virginia apunta que en las demanda por calumnias e injurias contra ella, el padre eligió un epígrafe que dice “Honrarás a tu padre”. “Nosotros nos estamos defendiendo. Él denunció a mi psicóloga ante el Colegio de Psicólogos, hay una persecución”, plantea Federico, que presentó una medida en el juicio llamada “exceptio veritatis” que consiste en demostrar que los dichos de la demandada son verdad.
Entre los argumentos del padre está la supuesta “drogadicción” de los hijos. “Él argumenta que somos drogadictos porque tomamos ayahuasca, pero no recordamos durante ceremonias de ayahuasca. La ayahuasca es una planta medicinal, no se puede ser adicto a la ayahuasca. Él en mi defensa pide análisis de sangre, para demostrar que no tengo sustancias tóxicas. Yo no consumo alcohol, no fumo, nada, nada”, se justifica Virginia.
Federico considera que la causa penal por los abusos sexuales está prescripta, pese a la ley 27206 de 2015, impulsada por la senadora Sigrid Kunath, llamada de Respeto a los Tiempos de las Víctimas, que plantea la prescripción a partir del momento en que la persona abusada en la infancia puede denunciar. Esa ley fue aplicada recientemente en Chaco, en una denuncia de una mujer abusada que fue abusada de niña, entre 1992 y 1995, por quien era su padrastro. Pero Federico cree que se aplica el principio de la ley penal más benigna.
Virginia y Federico no buscan la sanción penal. Quieren que su voz se escuche. “A mí no me interesa que él esté preso, porque ya esto que está pasando es una condena, la sanción social es terrible para él. A nosotros nos interesa hablar, nada más, hablar sin que nos interrumpan. Y lamentablemente tuvimos que llegar a una instancia judicial y hablar ante un juez, porque no había otra manera. En la audiencia conciliatoria que tuvimos pude hablar media hora y él no me pudo interrumpir. No me pudo decir ‘cállate imbécil’, como hizo siempre, ni gritarme, ni pegarme, ni enojarse. Hablé media hora y me tuvo que escuchar. Ya eso es una fiesta para mí, con eso estoy hecha. Es poquito, pero bueno, es así”, dice Virginia, que luego se queda pensando y plantea: “Si va preso, que vaya preso”.
En la novela, Virginia puede hilvanar muchas de las cosas que siempre padeció –mearse encima hasta los 18 años, entre otras- con lo vivido. “Mi vida, en general, era una gran confusión. El escenario en el que tenía lugar era una maraña en la que se mezclaban el espacio y el tiempo, las luces, las cosas y las sensaciones, lo abstracto y lo concreto. No sabía qué estaba bien y qué estaba mal. No había límite entre las personas y yo. En mi imaginación, cualquier cosa podía pasar”, escribe en Cuaderno de V.
V es Vica, no Virginia, y el nombre del personaje de la novela es Dziewica. Así se llamaba una prostituta polaca que trabajaba en Rosario. En las primeras páginas de la novela se traza una genealogía que podría ser una fábula, pero es real. El bisabuelo Salomón Ducler fue integrantes de la Zwi Migdal, la red de trata de mujeres que actuó en Rosario –y la Argentina- a fines del siglo XIX y principios del XX.
Las tropelías de ese bisabuelo son impronunciables en su familia, para el padre es una afrenta imperdonable, que recrimina a los golpes. Y eso no es ficción. Como tampoco lo es esa madre que ejerce una defensa activa del agresor: lo defiende diciendo que él quiere a sus hijos, que se desvive por ellos. Y al mismo tiempo se empeña en ignorar las huellas de los abusos. “Nadie dudaba, nadie podía ver a mi papá, las atrocidades, porque todos le creían al discurso materno, que nos decía que era un tipo que se desvivía por nosotros, un buen papá”, se explaya Federico.
“Una noche, soñé que mi madre le lavaba la camisa a la muerte”. Así empieza la novela. Para poder escribir lo ocurrido, Virginia tuvo que matar a su madre en la ficción. Es el inicio del relato. “Es una metáfora”, dice. En la vida real, está viva. “Esa mujer es especialista en sacar manchas”. Los ojos claros de Virginia se desorbitan. “¿Te das cuenta? Especialista en sacar manchas”, subraya.
Hablar fue siempre el deseo de Virginia y Federico. “Lo primero que hicimos cuando recordamos fue ir a hablar con ellos. Pero ellos cortaron toda posibilidad de diálogo, y tuvieron mucho tiempo… Pasaron tres años antes del libro”, apunta ella.
Entonces, Virginia pudo escribir. “Tenía necesidad de publicar la novela, era parte de todo este proceso, publicarla y sacarla a la luz. Es una manera de gritarlo y de desnaturalizarlo. Una parte mía todavía tiene todo esto naturalizado, porque el maltrato era algo de todos los años, era algo que nació conmigo, entonces… Lo tenía totalmente naturalizado y una parte mía todavía dice bueno... No es tan grave lo que te hizo. Entonces, yo estoy luchando contra esa parte mía. La mirada de los otros, la lectura de los otros, me ayuda a desnaturalizar eso, y eso es perder el miedo, porque todavía tengo un resto del miedo que tuve toda mi vida”, apunta la escritora.
Para ellos, recordar y hablar son procesos entrelazados. “Nada estamos haciendo desde el odio, queremos empezar a construirnos nosotros”, plantea la escritora, y su hermano completa la idea: “Se trata de sostener una verdad en el sentido de la identidad que tenemos, estábamos en el aire antes”.
Virginia asiente: “Estábamos hecho pedazos”. Y él plantea que fue “todo un pasado negado”. Entre los dos arman el rompecabezas. “Desde que recordé, siento que soy yo, que se juntaron mis pedazos, que no tengo que fingir nada. Me siento… una persona”, dice Virginia. “Viste la frase esa, que ahora la entendés, memoria, verdad y justicia. Tiene sentido ahora”, agrega Federico.
Con la aparición del libro, Virginia –y Federico- sienten que el apoyo recibido “es una especie de palmadita, igualmente yo lo viví con mucha soledad todo esto. Del libro se habla hace dos meses, antes de esto hubo dos años y medio en los que no teníamos un colectivo de actrices, un respaldo anímico, nada”, expresa él.
Virginia . “Creo que está bueno que se vea eso en la novela. El efecto devastador, sí, pero también me interesa mostrar que no necesariamente uno muere, que te podés salvar -acota-. Justamente, haciendo magia, trabajo alquímico.... Todos tenemos herramientas para hacer alquimia. Yo tengo la literatura pero otros tienen otras, y yo estoy convencida de que todos, todos tenemos herramientas, todos sin excepción”.