A pesar de que el macrismo, por idiosincrasia y naturaleza, nunca fue adepto ni simpatizante de los sindicalistas ni de las protestas sociales, en otros tiempos no muy lejanos supo apoyarlos y hasta incentivar la participación política. Eran tiempos raros aquellos en los que “cortar rutas” no estaba mal visto ni era reprimido con la fuerza pública, sino que era la manera en que se materializaba el legítimo derecho de protesta, una defensa de las libertades individuales, el republicanismo y hasta “un deber patriótico”. Tiempos raros aquellos en los que el llamado “campo”, un todo heterogéneo y contradictorio, supo unirse, a través de una mediatizada “Mesa de Enlace” e hizo confluir en el mismo corte de ruta al peón con el estanciero, al pequeño productor con el latifundista y a miles de ciudadanos urbanos, que nunca habían salido del gris asfalto de la ciudad, con los responsables del oligopolio exportador.
Tiempos raros aquellos en donde medios de comunicación concentrados, campañas “espontaneas” en las redes sociales y políticos otrora opositores (devenidos en oficialistas en la actualidad) convocaban a la participación ciudadana a “tomar las calles” ya sea por el aparente suicidio de un fiscal, por el derecho a que los altos salarios no paguen impuesto a las ganancias o por defender la libertad que toda y todo ciudadano tiene a comprar dos millones de dólares mensuales.
Tiempos raros aquellos en los que una inflación del 25 por ciento anual era el mayor de los flagelos, un desempleo del 5,9 por ciento y una pobreza del 27 por ciento amenazaban con convertir a la Argentina en tierra arrasada y el control de los flujos de capitales y la obligación de liquidar los dólares frutos de las exportaciones nos “aislaban del mundo” desarrollado y próspero.
Demonización
Los tiempos cambiaron y los discursos hicieron lo propio. Una pobreza de 32 por ciento es el camino que hay que seguir para llegar a la pobreza cero, una inflación interanual del 56,8 por ciento es una inflación que muestra signos de desaceleración y mejora, y un desempleo de dos dígitos es el precio que tienen que pagar por la “fiesta populista” de años atrás.
El actual ataque a los sindicalistas y, en ellos, al sindicalismo como actor social, no es ni casual ni un tema menor. Si bien la embestida y la demonización pueden tener una primera lectura electoralista, siempre rinde “pegarle” a quienes tiene una imagen negativa en la sociedad, y sume a la hora de instalar en la agenda de campaña temas que tapen el desastre económico y social, la esencia del mismo es mucho más profundo, planificado y perverso.
Y para ello no ahorran recursos. Los candidatos cambiemitas atacarán a reconocidos líderes sindicales en sus discursos como aquellas patéticas palabras del presidente en un acto escolar por el día de la bandera ante la mirada atónita de las niñas y niños que asistieron . Los medios concentrados inundarán las pantallas de horas de entrevistas y paneles que discutirán sobre la corrupción sindical. Por las redes sociales circularán posteos, memes y noticias que alentarán el estereotipo del sindicalista inescrupuloso y corrupto (como estamos acostumbrados, nadie repreguntará ni cuestionará las fuentes de dichas informaciones) En la televisión de aire las ficciones “neutrales y apolíticas” se estrenarán justo en el mismo momento en que los canales afines al gobierno ponen el tema en agenda consolidando la sensación, con aire de verdad revelada, de que nada bueno puede surgir del sindicalismo.
El ataque a las y los sindicalistas es clave en la estructura discursiva de todo proyecto neoliberal, dado que es precisamente el movimiento obrero organizado, unido al resto de las luchas populares, el actor central que tiene el poder suficiente para detener su embestida que, como mascarón de proa lleva la pretendida “reforma laboral” (léase pérdida de derechos a favor de la patronal). Lo dicho no es invento de cambiemos y ni del FMI. En 1944, Friedrich von Hayek, padre del neoliberalismo europeo escribía en relación a los derechos laborales que las clases trabajadoras iban obteniendo gracias a las luchas sociales y fruto de los incipientes colectivos de trabajadores: “Jamás una clase fue explotada de forma tan cruel como lo son las capas más débiles de la clase obrera por sus hermanos privilegiado”. No está demás aclarar que “sus hermanos privilegiados” son para Hayek aquellas/os trabajadores que gozan de derechos laborales y que “impiden” por sus “privilegios” que el resto acceda a mejores condiciones laborales. El camino lógico es el que lector imagina, la “flexibilización laboral” traerá la panacea de la creación de empleo que es obstaculizada porque quienes pretenden regular el mundo del trabajo, verbigracia el obstinado sindicalismo.
Objetivos
Pues bien, el ataque sistemático y planificado del gobierno cambiemita y sus aliados a la dirigencia sindical, al sindicalismo en general y, en ellos, a la política, tiene una doble intención.
Por un lado, busca colonizar la conciencia de trabajadoras y trabajadores, desocupados y excluidos y de la ciudadanía en general de que sólo existe un sindicalismo corrompido y nada puede esperarse de él, por lo tanto, desincentiva la participación social (¿quién querrá participar de una colectivo corrupto) y promueve el individualismo y el egoísmo, bases de todo proyecto neoliberal.
Por el otro, carcome y mina las bases de legitimación del poder de todo el sindicalismo, que como no puede ser otro, es la clase trabajadora, y lo debilita en pos de las luchas que están por venir.
Como decía el sociólogo Pierre Bordieu a fines de los noventa sobre lo que él llamaba la utopía neoliberal, “no sólo la miseria de una fracción cada vez mayor de las sociedades más avanzadas económicamente, el crecimiento extraordinario de las diferencias entre los ingresos, la desaparición progresiva de los universos autónomos de producción cultural mediante la imposición de los valores comerciales, sino también -y sobre todo- la destrucción de todas las instancias colectivas capaces de contrarrestar los efectos de la máquina infernal.”
Eso son los sindicatos, una de las expresiones de lo colectivo, de lo común, de quienes, aún inmersos en sus propias contradicciones, pueden (y deben) resistir la avanzada neoliberal y su pretensión de mercantilizarlo todo.
Es por ello que, el sociólogo francés aseguraba sobre los fuerzas colectivas (entre ellas incluía a los sindicatos) que, si podemos conservar alguna esperanza razonable, tiene por protagonista a lo que todavía queda de estas fuerzas, las cuales -bajo la apariencia de defender simplemente un orden desaparecido y los privilegios correspondientes- deben trabajar para construir un orden social que no tenga por única ley la búsqueda del interés egoísta y la pasión individual por la ganancia, y que dé lugar a colectivos orientados hacia la búsqueda racional de fines colectivamente elaborados y aprobados. Como ha sido a lo largo de la historia, la esperanza y la lucha, será siempre colectiva.
* Docente UNLZ FCS. ISFD Nº41 (CEMU).