¿Sería Harold Pinter, si fuera un contemporáneo, un autor del teatro comercial? Cualquiera a priori diría que no. Y sin embargo, en la cartelera porteña actual, y hace un tiempo en la de México y antes en Europa, una obra que por varios motivos remite a su poética funciona y muy bien. Se trata de I.D.I.O.T.A., escrita por el catalán Jordi Casanovas, una de las voces centrales de la escena española actual, que acá protagonizan Luis Machín y María José Gabin en el Picadero. Crítica e inteligente, la pieza habla sobre las crisis, así en plural: la que agobia al sujeto pero que siempre, de forma más o menos evidente, tiene su eco en la que encierra antes al sistema y a la sociedad.
Los personajes de I.D.I.O.T.A. son dos: un hombre con problemas económicos que se presta al test de preguntas y respuestas de una empresa anónima que recluta voluntarios a cambio de dinero, y una especie de psicóloga-maestra ciruela, que es la encargada de tomarle el examen. La obra transcurre en un solo acto, que los muestra a ambos en un cuarto montado en uno de los laterales del escenario mientras llevan a cabo la prueba. A los quince minutos de comenzada la función, el espectador ya podrá notar que no se trata de un experimento común, sino de una trampa cínica y macabra de la que el hombre no podrá escapar.
Claro que la comparación con Pinter puede ser exagerada. No sólo por el talento único del Nobel inglés para retratar la incomunicación humana y sus desgarradores intentos por superar la soledad, sino también por el contexto en que cada material se inscribe y la forma en la que le hace juego a un estadio particular de la sociedad de consumo. Pero, como Pinter, Casanovas trata esos temas –o lo que el propio inglés denominó “los modos de pensar de aquellos en el poder”–, y lo hace con suma inteligencia, audacia, agudeza y humor, algo que también termina de ser una crítica y que une forma y contenido, si es que existe la distinción, en una obra política y contestataria.
Más allá de ése, otros intertextos son también posibles. El cuarto donde transcurre la obra, una especie de cámara gesell híper luminosa y tecnologizada, recordará a los más lectores a la fría descripción del inicio de Un mundo feliz, de Aldos Huxley, en la que el escritor retrata ese mundo que pretende que “la gente ame su inevitable destino social”. Los que gusten más del video, en cambio, por momentos no podrán dejar de pensar en aquel emblemático y brillante sketch de los Monty Python sobre una entrevista de trabajo.
Pero no hay texto sin puesta –no en el teatro occidental– y entonces, además de este análisis textual, es necesario rescatar al equipo local que lo lleva a cabo, encabezado, además de por los dos brillantes actores (Machín no para de superarse trabajo a trabajo), por el director Daniel Veronese y el productor Sebastián Blutrach. Como los diseñadores (de vestuario, de luces, de escenografía), cada uno de ellos realiza un trabajo destacable, y la suma de todos esos esfuerzos da lugar a un todo armonioso y coherente. Además, pese a la gran cantidad de convenciones estandarizadas que presenta el libreto (de las cuales esta versión no queda exenta, hay que decirlo), el equipo logra darle una considerable cuota de argentinidad, a tal punto que el explosivo final de la pieza parece haber sido escrito ayer, en algún bar porteño, por alguien que vive día a día la realidad de la Argentina actual.