"No podría haber vivido sin el teatro. Es lo que sé hacer mejor, lo que me gusta. Debo tener un chip -que no es muy normal-, porque no puedo estar si no hago algo de teatro; es más, tengo miedo de dejar el teatro y desaparecer, porque es constitutivo en mí", explica Lauro Campos. El director, actor y dramaturgo, cumple 60 años de trayectoria y ninguna manera mejor de celebrarlo que con más teatro: Eva y Adolfo. Mein Lieben Herr es el sugestivo título de su nueva pieza, a estrenarse mañana a las 21 en Teatro Arteón (Sarmiento 778), en cartel durante todos los sábados de agosto y septiembre.

"Desde el '59, cuando tenía 16 años, me subí una vez y no hubo un solo año en que yo no hiciera algo de teatro. Terminé la secundaria, hice la universidad -soy abogado-, me enamoré, me casé, tuve dos chicos, nietos, y seguí haciendo teatro. El teatro ha sido de toda la vida, el teatro ha sido toda mi vida", agrega Campos.

--Debe haber una reflexión sobre vos mismo en ese hacer constante, tal vez inconsciente.

--Seguramente. He tenido crisis, a veces he dicho: 'me voy, me cansé, de desilusioné', de todo me ha pasado en el teatro. Pero también trato de seguir. Imaginate que Emmy (la actriz Emmy Reydó, su esposa) me acompaña desde el '68, nos casamos en el '69 y hasta el 2010 estuvo haciendo teatro conmigo. Ha sido una manera de vivir también lo cotidiano. De los chicos, Paula (Corvalán) es la actriz de la familia. Cuando en casa hablamos no hablamos más que de teatro, ¿de qué otra cosa se puede hablar? (risas). Mi hijo (Luciano Emanuel) ha sido el productor de uno de mis grandes éxitos, Proceso a la Justicia/Núremberg?. Él era estudiante de Ciencias Empresariales, cuando se enteró de lo que quería hacer me dijo: '¡yo te lo produzco!'. Fue un happening, donde lo que sucedía parecía verdadero. Quise recrear uno de los juicios, pero con tal fuerza que los personajes salían de la misma sala, gritaban y hablaban con el defensor y el juez. Hicimos una temporada en 1995 y fue espectacular. La gente se desconcertaba. Al defensor de los jueces nazis, en una de las funciones una señora de la platea le decía: '¡No, usted miente!'. También había una actriz que hacía de judía y mostraba su marca a fuego en el brazo. Era muy fuerte y verdadero.

"Eva, en soledad obligada, reflexionó.

Y se da cuenta de la estructura de esa

sociedad patriarcal, manipuladora".

--Esto explica el vínculo indeleble entre el teatro y la vida. Pero también nos conecta con Eva y Adolfo.

--Qué maravilla que los círculos se cierren así, coherentemente. Me atrevo a decir que Eva y Adolfo es un bello melodrama sobre el mal amor, y no fue algo que pensara escribir. En el verano fuimos unos días a las sierras, y visitamos La Cumbrecita. Allí Paula me dice, "¿vos sabías que acá vivió Eva Braun?". Yo le digo, "¿qué estás diciendo?". Bueno, hay una leyenda, y más que una leyenda, hay una persona que habló sobre su estadía aquí, una mucama de una familia muy acomodada, alemana. Ella le alcanzaba la comida todas las noches en una buhardilla. Me fue dando vueltas la idea de un encuentro en el '60, cuando viene el Mosad y se lo lleva a Eichmann. Imaginé entonces a esta Eva en una mansión oculta, entre La Cumbrecita y Villa General Belgrano, siendo visitada por este hombre que ha sido el amor de su vida. Él viene a ver si pueden revivir ese amor. Pero se encuentra con una Eva diferente, que en esta soledad obligada ha reflexionado, a partir de tres mujeres que ha conocido. Y se da cuenta de que el modelo de hombre que esas mujeres han amado es el calco exacto del que ella amó. Se da cuenta de la estructura de esa sociedad patriarcal, absolutamente manipuladora.

--Me resulta provocador el planteo, en función de los personajes que son.

--En la obra, ella incluso hace un mea culpa. Dice: "yo era el colmo del individualismo, elegí el vacío para no sufrir el miedo, me conformé con ser la amante del líder, una muñeca. Esto me lo tengo merecido". Es una historia de amor, pero atravesado por los testimonios de estas tres mujeres. Una es de la familia alemana con la que vive (Paula Solari); otra es una judía (Paula Corvalán), que ella ha conocido al visitar un campo de concentración; y la tercera es una polaca (Cecilia Lacorte) que ella conoce cuando lo acompaña a él en una revisión de tropas, es una polaca católica criada por judíos, que se dedica a sacar judíos del gueto y está enamoradísima de un nazi.

En cuanto a los protagónicos, Eva y Adolfo están interpretados, respectivamente, por Marita Vitta -"para quien yo escribí la pieza"- y Julio Chianetta. "Es una producción muy importante, cuidada, hecha con mucho amor, afecto, con una dedicación y energía inusual, que por ahí me asusta, porque ¿será éste el broche de oro de mi carrera? Hacía mucho tiempo que no veía esta dedicación de parte de la gente. Entre todos hacen un montaje que es espectacular. Estoy ilusionando con que el público vaya, aunque más no sea por interesarse por esta historia, que tal vez pasó también en nuestro país, además de todo lo que ya pasó", concluye Campos.