¡Oh, las vacaciones de invierno! Ese invento tan extraño en el que les niñites suspenden todas sus rutinas, pero los padres, madres y demás adultos responsables, no. ¿A quién se le habrá ocurrido? Ya terminan y quedan para el recuerdo, con la loca idea instalada entre los primeros de que levantarse a cualquier hora es lo más normal del mundo; con todos los planes chinos afrontados entre los segundos. PáginaI12 acompañó a unos y otros con su sección diaria Chicos, recorrió espectáculos grandes y pequeños, caros, baratos y gratuitos, observó fenómenos de venta aislados y la clara incidencia de la malaria generalizada

Según los primeros números de empresarios teatrales, en la primera semana de vacaciones hubo un 11 % de espectadores de infantiles menos que el año pasado, y un 19% con respecto a 2017. El balance preocupa, y al mismo sorprende, dadas las circunstancias, el esfuerzo de las familias por seguir teniendo acceso a la cultura y el esparcimiento.

Distribución de las vacaciones aparte, este invento invernal tiene como contrapartida en la Argentina un fenómeno que no se verifica en otros lugares del mundo: una temporada de espectáculos infantiles que, en los grandes centros urbanos, marca la cartelera y la actividad teatral. La de este año estuvo, como era de esperar, signada por la brutal retracción del consumo y de la circulación de plata en general que marca todas las áreas de la vida cotidiana. 

Se vio menos gente en los teatros, es un hecho. Sin embargo “tanques” como Aladín, será genial, Mago de Oz, Go! Vive a tu manera, Topa y Paw Patrol (en ese orden, fueron los que más convocaron la primera semana, de la segunda aún no hay datos) llenaron los grandes teatros donde se presentaron. El de Go!, en el teatro Opera, con el impulso de la tele pero sin poder medir del todo su alcance por tratarse de un producto de Neflix, fue el que más asombró: comenzó anunciando una función, agregó hasta dos diarias, sigue después de vacaciones, planea un Luna Park.

Entre las propuestas más “artesanales”, logradas sin el impulso de lo espectacular o el machaque de la tele, los que siguen sorprendiendo son los del grupo santafecino Canticuénticos. El año pasado llenaron 12 funciones en el ND, este año hicieron 16, la mayoría con funciones agotadas. La sorpresa es doble y grata si se cruzan las cifras con el contenido: canciones con ritmos de raíz folklórica, una invitación a conectar con lo cotidiano antes que a ir por el competitivo “conquista tus sueños”. Y, por si fuera poco, el día que tienen libre se van a hacer una función gratuita en el Bauen para pibes de espacios de educación popular. Este año fueron declarados de Interés Cultural por la Legislatura porteña.

Más allá de estos “casos de éxito”, es claro que el acceso se restringió (o que había quienes pensaron que podían ir al teatro en vacaciones de invierno). Hace unos días el empresario Daniel Grinbank (que no tiene en cartel ningún infantil) prendió la alarma al anunciar por redes sociales una caída de más del 65 por ciento en la asistencia a infantiles. Desde la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales niegan esta cifra, explicando que hay un error en la semana tomada en cuenta para el cálculo (al comenzar en diferentes fechas de un año al otro; el mismo Grinbank luego reconoció que se trataba de una medición parcial). Las cifras que da la entidad son menos drásticas, pero igualmente preocupantes: un 11 % de espectadores menos que el año pasado; un 19% con respecto a 2017. Agregan que la recaudación aumentó solo un 23%, contra una inflación del 55. 

“Es decir que en términos reales, cayó un 30%. Lo venimos viviendo en todas las áreas teatrales”, observa Sebastián Blutrach, presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales y propietario del teatro Picadero. “Exitos sigue habiendo, a pesar de la caída, y son los que levantan el promedio. Pero cuando hacés el total de la actividad, sigue cayendo, y desde hace un año y medio no podemos revertir la tendencia. La explicación es muy clara: si la gente no tiene para ahorrar, no puede ir al teatro. No estoy diciendo nada nuevo”, observa.

“Cuando me preguntan qué políticas culturales necesita el teatro comercial, en una actividad exenta de impuestos, lo único que le pido a quien gobierne es que deje que la economía arranque. Tenemos la suerte de vivir en un país donde hay una idiosincrasia teatral tan fuerte, que la gente sigue haciendo el esfuerzo de sacar una entrada. Pero primero hay que poder llegar a fin de mes”, analiza, y trae a la charla el peligro de cierre del Teatro La Comedia. “Son gente de trabajo, con años de experiencia en la actividad. En otro contexto, seguramente se hubieran podido defender de otra manera. Pero cuando todos los indicadores dan para abajo, se cierran las opciones”, analiza.

 

Por fuera de este circuito con entrada paga (más o menos comercial, más o menos caro), quedaron como opción doblemente valiosa las ofertas gratuitas, muchas, muy buenas. El año electoral alentó su cantidad. La Usina del Arte fue uno de los lugares de la ciudad que apostó fuerte a los infantiles, con mucha programación y la inauguración de un sector dedicado a la primera infancia. En el Centro Cultural Kirchner se volvió a proponer la Feria del Libro Infantil, Tecnópolis tuvo también su programación (aunque este año no hubo allí Feria del Libro). El Teatro Colón (al fin) salió a la calle con conciertos familiares gratuitos de distinto tipo. En el Centro Cultural de la Ciencia se formaron largas colas para el recomendable Fuerza Atómica. Raras perlas como la ópera Hansel y Gretel en el Teatro de la Ribera de La Boca también fueron posibles (sigue hasta mañana). En estos casos, era cuestión de buscar.