El buen pescador de caña, sale del poema de Prévert y está de camino a su casa, sin pescados. ¿Quién sos?, ¿cómo te llamás?, no tengo tu número agendado. La voz rápida del otro lado: me olvidé cuándo volvías, ¿era hoy? Nadie responde. El pescador de Prévert sigue camino y se pregunta por qué esa mujer estira una pata delantera y se lame la pezuña. Punto y aparte.

Ahora Prévert sale a pescar. Da un paso y marca el número de la mujer que lame su pezuña. Dice, dos puntos: que sea conmigo esta vez. Que sea conmigo de nuevo. Haré como si no te hubiera leído. Como si empezara a leerte. La mujer abre una lata de sardinas con la pezuña y come lentamente.

Después, otra vez suena el teléfono. Mercurio retrógrado complica las comunicaciones. Esta vez el número sí está agendado. ¿Sos vos? Sí. ¿Qué pasa? Nada. Luz, calor, susurros apenas, Prévert está ocupado rompiendo un sobrecito de azúcar en la mesa del bar. Se queda con los ojos entreabiertos. Un policía lo mira, conociendo sus antecedentes, se pregunta qué va a hacer con esa caña de pescar apoyada en la otra orilla.

Con todas las reservas del caso Prévert lanza una moneda al aire y gana. Me doy cuenta de que es un buen ganador. Se lo toma bien. No humilla a nadie con la mirada. El celular en silencio. Otra llamada. Cari Méndez: hola. ¿Cómo va la campaña? El partido está contento con la nota que me hicieron en la radio. Antonio asiente con el gesto de Tabucchi que jamás, con acento en la a, jamás vi, pero inmediatamente reconozco.

La mujer que lame su pezuña comprende que no es hip hop. Bien podría ser una trampa de la CIA envasada en el sobrecito de azúcar. Se queda tranquila y empatiza con Prévert al teléfono. Conversan. La llegada del hombre a la Luna nunca tuvo lugar y el ébola es un virus diseñado en laboratorio. Punto seguido. El sol redondo sigue andando desnudo. Cari levanta las palabras con delicadeza y las coloca, una a una, en su cuaderno-cofre de taller conjetural.

Prévert en verano y en invierno quiere que sea de nuevo con él, siempre con él. La CIA sigue oculta en el sobre de azúcar. Miles de granos pequeñísimos. Todos parecen iguales, unos con otro, pero Prévert sabe que uno de ellos es un impostor. Adentro hay un micrófono millonésimamente diminuto que no se disuelve en el café, y el bebedor lo traga como un chip transgénico, y se vuelve informante involuntario del gran semillero de espías, con acento en la i. Los sobrecitos de azúcar no aparecen en los grandes titulares de los diarios, así es la dinámica del siglo XXI y del texto rizomático. La celda del género ha sido sobrepasada por la escritura.

La palabra género, con acento en lo primera e, resulta rimbombante, y a veces imprudente, dice Cari, a trasluz de sus versos luminosos, y emana una fragancia de aconteceres inclusivos.

Géneros mayores y géneros menores. Por mi parte, prefiero hablar de labios mayores y labios menores, porque ellos sí tienen razón de ser. Antonio y Tabucchi nos siguen la corriente.

¡Mirá esa estrella! ¡Mirá el cometa Halley! ¡Mirá las sesenta lunas de Júpiter! Todo patafísico, todo heterodoxo, todo revuelto con la cuchara de un viejo poema: en esto no hay margen de error.

Cari reparte los volantes que le quedan y marcha, marcha, marcha con un hijo en cada mano, un nieto en cada dedo, un verso en cada latido, un sueño en cada uno de nosotros. Pero los sueños son todos distintos, y dale que dale, Cari no se amedranta, nos anuda a todos en su sueño mayor. 

El pescador de caña abraza a Prévert que abraza a la mujer que lame su pezuña, que abraza al cometa Halley que abraza a Nabucodonosor que abraza a Cari, que abraza a Antonio y a Tabucchi, y ellos le dan un empujoncito a Mercurio para que comience el gran pool sideral con las sesenta lunas. 

Obviamente sigo atenta. Nabucodonosor está condenado por la retórica clásica, a ser ejecutado por la tecla correctora que aspira a cortarlo en pedacitos desde la r minúscula hasta la N mayúscula. Pero no. Aquí, en este pequeño cosmos de caos y creación, soy la demiurga y decido con d de dedo y c de casa, que Nabucodonosor, aunque sea un recién llegado, tiene su razón de ser y de estar, en esta escritura sin género, sin utilidad, sin fin de lucro, pero sobre todo, sin cadenas… 

cairo367@yahoo.com.ar